sábado, 31 de diciembre de 2016

de las alocuciones del papa Pablo VI

(Alocución en Nazaret, 3 de enero de 1964)

            Cuando se acerca la fiesta de la Sagrada Familia, no pudo evitar leer, meditar con gusto, y esta vez trascribir el texto de la alocución del beato Pablo VI en su visita a Nazaret en el año 1964. Me gusta, me hace bien; y porque pienso que hace bien pasarla a Liturgia viva, por eso lo hago.
            Me  deja muy buen sabor de boca en este final del año y apertura del nuevo año 20117. No lo hago por sentimentalismo, sino porque también confío en que el querido Beato Papa Montini me ayude a saborear, profundizar, entrar cada vez un poco más en las entrañas de ese amor a Cristo Jesús el Señor, como él vivió y transmitió.

«Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.
Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida.
Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de lo que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido.
Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulo de Cristo.
¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!
Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa de estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.
Su primera lección es el silencio. Casi desearíamos que se fortaleciere en nosotros el amor la silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros,  que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar siempre las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el calor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que solo Dios ve.
Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, se carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.
Finalmente aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: ¡cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentoras ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera, a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin a sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tanto solo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.
Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo, nuestro Señor». 

  
Concluyo esta página con unas palabras acertadas que escribía don Juan Martín Velasco como conclusión del Evangelio de cada día en “San Pablo”: «Al concluir el año, nos volvemos hacia Dios para agradecerle la luz y la fuerza que nos ha procurado la palabra de Jesús en el evangelio de cada día y pedirle que siga regalándonos con esa presencia junto a nosotros que nos prometió hasta el final de los tiempos».

Y la oración colecta del día 31 de diciembre, víspera de la Octava de la Natividad del Señor, me parece que resume muy bien el sentido de todo lo que he querido expresar.

“Dios todopoderoso y eterno,
que has establecido
el principio y la plenitud de toda religión
en el nacimiento de tu Hijo Jesucristo,
te suplicamos nos concedas la gracia
de ser contados entre los miembros vivos de su Cuerpo,
porque sólo en Él radica la salvación del mundo”.