viernes, 8 de enero de 2016

Celebrar la misericordia

Hemos entrado en el año 2016, un Año que fue esperado con especial interés, también por la frecuencia con que el Papa Francisco ha hecho referencia a este gran “Año Santo de la Misericordia”.

El día de año nuevo, solemnidad de Santa María, Madre de Dios, tuvo su  primer encuentro del año con los Romanos y con los peregrinos en la Basílica de Santa María la Mayor, donde abrió también la Puerta Santa.
Inició su homilía con las hermosas palabras: «Dios te salve, Madre de misericordia, Madre de Dios y Madre del perdón, Madre de la esperanza y Madre de la gracia, Madre llena de santa alegría».
Y prosiguió comentando: “En estas pocas palabras se sintetiza la fe de generaciones de personas que, con sus ojos fijos en el icono de la Virgen, piden su intercesión y su consuelo. (…). Atravesemos, por tanto, la Puerta Santa de la Misericordia con la certeza de que la Virgen Madre nos acompaña, la Santa Madre de Dios, que intercede por nosotros.
Dejémonos acompañar por ella para redescubrir la belleza del encuentro con su Hijo Jesús. Abramos nuestro corazón de par en par a la alegría del perdón, conscientes de la esperanza cierta que se nos restituye, para hacer de nuestra existencia cotidiana un humilde instrumento del amor de Dios”.

A mediodía, en el Angelus, decía:
”Al comienzo del año es hermoso intercambiarnos las felicitaciones. Es, en el fondo un signo de la esperanza que nos anima y nos invita a creer en la vida. Sabemos sin embargo, que con el nuevo año no todo cambiará, y que muchos problemas de ayer permanecerán también mañana. Entonces querría dirigiros una felicitación sostenida por una esperanza real, que saco de la Liturgia de hoy.
Son las palabras con las que el Señor pide que se bendiga a su pueblo: «El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti…». También yo os deseo esto: que el Señor ponga su mirada sobre vosotros, que podáis alegraros, sabiendo que cada día su rostro misericordioso, más radiante que el sol, resplandece  sobre vosotros. (…).
Porque es un Padre enamorado del hombre, que no se cansa de recomenzar del principio con nosotros para renovarnos. ¡El Señor tiene paciencia con nosotros!
Cada mañana, al despertarnos, podemos decir: «Hoy el Señor hace resplandecer su rostro». ¡Hermosa oración, que es una realidad!”
«... No os olvidéis, por la mañana, cuando os despertéis, de recordar la bendición de Dios: "Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí". 

De veras, esta oración con la que nos sugiere el Papa despertarnos cada mañana es hermosa, alentadora de una fe y esperanza firmes. Porque, así como uno de los deseos más vivos del corazón creyente es contemplar el rostro de Dios, también da aliento y alegría el saber que cada día somos amados y mirados por nuestro Padre Dios.
¡Con qué sinceridad el salmista y cada uno de nosotros pide en la confesión de su culpa:  
“Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu Santo Espíritu”.
Hago mía también la invocación del salmo 27,8-9 :
“Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro”.
Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro…”.

"Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre" (MV 1)

Este Año el Papa Francisco nos invita sobre todo a contemplar el “rostro de la misericordia del Padre, que es el mismo Jesucristo. (Bula MV, 1).
Cuando oro deseando contemplar el rostro del Señor, recuerdo espontáneamente al santo Papa Juan Pablo II en su carta programática para el tercer milenio: “Novo Millennio ineunte”, especialmente en su segundo capítulo: “Un rostro para contemplar”.
También Juan Pablo II, como repetirá muy a menudo el Papa Francisco, insistía en recordar que la contemplación del rostro de Jesús, muerto y resucitado, tiene que ir unida a la contemplación, la mirada directa a los “rostros” desfigurados, sufrientes, frecuentemente olvidados de nuestros hermanos y hermanas.
Esto requiere ciertamente en mí una conversión que se concreta en las obras de misericordia, espirituales y corporales, como recuerda  el Papa, haciendo eco y resonancia del mismo Evangelio.

El Papa Francisco en la Bula de  convocación del Jubileo de la Misericordia (n. 3), recuerda que «hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia, para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre».
A esto nos ayuda ciertamente celebración, la participación en la Liturgia.
Leía con alegría y en plena sintonía en  “Misa dominical”, en la 1ª página del n. 1 de 2016:
“La Liturgia es un momento privilegiado para poder dejarse fascinar por el rostro misericordioso de Dios en Jesucristo. …Es importante promover celebraciones que transmitan esta dimensión central, especialmente en la Eucaristía dominical, que este año nos ayuda con las lecturas del ciclo C, pero también en los restantes sacramentos y espacios de oración y a lo largo del Año litúrgico, de una forma especial en la Cuaresma y en la Pascua… para que el Jubileo sea vivido, y especialmente celebrado, como «un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual”.

El Sermón I de la Epifanía del abad san Bernardo me ha parecido una hermosa contemplación al iniciar la celebración del Año de la misericordia:
            “Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean dadas a Dios que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación…
Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna…
De lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío, no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno. Ya que un niño se nos ha dado, pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad. (…).

"Misericordiosos como el Padre"

Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuanto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. 
Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios”.