martes, 28 de junio de 2016

Los gozos de tu Espíritu

Celebramos hace pocos  días la solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista.
El Martirologio Romano la introduce con estas palabras de presentación y elogio: “Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista, Precursor del Señor, que, estando en el seno materno, al quedar lleno del Espíritu Santo, exultó de gozo por la próxima llegada de la salvación del género humano. Su nacimiento profetizó la Natividad de Cristo el Señor, y su existencia brilló con tal esplendor de gracia que el mismo Jesucristo dijo no haber entre los nacidos de mujer nadie tan grande como Juan el Bautista”.
Con qué solemnidad explica san Agustín en el Sermón 293, que hoy nos ofrece el Oficio de lectura, la originalidad de esta celebración de la Iglesia. Hasta parece que el santo obispo de Hipona se siente incapaz de explicar según se merece el “misterio” de este nacimiento. Destaca, en efecto, “el poco tiempo y las pocas facultades” de que dispone “para llegar hasta las profundidades de este misterio tan grande”. 
En su humildad sincera, recurre al “Maestro interior”, el Espíritu Santo, “aquel que habla en vuestro interior,… aquel que habéis recibido en vuestro corazón y del cual habéis sido hechos templo”
«La Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado, y él es el único de los santos cuyo nacimiento se festeja: celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo.
Ello no deja de tener su significado, y, si nuestras explicaciones no alcanzaran a estar a la altura de misterio  tan elevado, no hemos de perdonar esfuerzo para profundizarlo y sacar provecho de él».

La liturgia eucarística, en la primera lectura de la Misa de la vigilia y en la Misa del día, presenta perícopas de “vocación profética”, para expresar la que podíamos llamar también “llamada” de san Juan Bautista desde el seno de su madre Isabel. Vocación ésta revestida de gozo y alegría: “saltó de gozo”, mientras los profetas Jeremías e Isaías presentaron al Dios que les llamaba sus temores y dificultades ante la misión que les presentaba.
En efecto, como Jeremías e Isaías, también el Precursor de Cristo fue llamado desde el vientre materno, cuando su madre Isabel escuchó el saludo de la Virgen Madre.
Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles” (Jr 1, 4).
Escuchadme, islas, atended, pueblos lejanos: estaba yo en el vientre y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre”. (Is 49, 1ss.).
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre… En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre” (Lc 1, 39-56).
                
La eucología subraya toda ella la “alegría” como característica de la natividad de Juan.
En el cuerpo del prefacio, dice:
“… al celebrar hoy la gloria de Juan el Bautista,
precursor de tu Hijo
y el mayor de los nacidos de mujer,
proclamamos tu grandeza.
Porque él saltó de alegría en el vientre de su madre,
al llegar el Salvador de los hombres,
y su nacimiento fue motivo de gozo para muchos…”.
Se cumple así lo que el Ángel del Señor había anunciado a Zacarías, su padre, en el templo, “mientras oficiaba delante de Dios en el turno de su grupo”: «Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor…» (Lc 1, 8. 13-14).

PROCLAMA MI ALMA LA GRANDEZA DEL SEÑOR, SE ALEGRA MI ESPÍRITU....

La “alegría” prometida, es el don que la Iglesia pide como fruto de esta celebración a la que la liturgia reviste de especial júbilo y solemnidad.
Fiesta que muchos pueblo de España celebran también con un especial regocijo, expresado con las características manifestaciones, juegos y actividades en las es característica la viva participación de todo el pueblo.

La Iglesia pide en la oración colecta:
Oh Dios, que suscitaste a san Juan Bautista
para que preparase a Cristo el Señor un pueblo bien dispuesto,
concede a tu familia el don de la alegría espiritual
y dirige la voluntad de tus hijos
por el camino de la salvación y de la paz.

Cito un comentario a esta oración de don Cornelio Urtasun, explicando el por qué de su preferencia por una traducción distinta a la que encontramos en nuestro idioma:
“En un análisis estricto del original, cualquiera puede afirmar que sustancialmente, tiene el mismo valor traducir “spiritualium gratias gaudiorum” por “el don la alegría espiritual”, que el decir: concede a tu pueblo santo la gracia de los gozos de tu Espíritu. Sustancialmente tienen el mismo valor estas expresiones. Pero en el género literario comúnmente admitido el calificativo “espiritual” tiene unas resonancias no siempre iguales a: gentes movidas o conducidas por el Espíritu. Ésta es la razón. Y no pequeña”.
Estoy plenamente de acuerdo con la razón o motivación que justamente subraya el autor. Indica además “algunos gozos del Espíritu, personificados en el Precursor, en los que probablemente piensa la petición de la oración colecta”.
Los anuncio simplemente, aunque el comentario de Urtasun a cada uno me parece profundo y convincente, pero me remito al libro “Las oraciones del misal. Escuela de espiritualidad de la Iglesia” (CPL. Biblioteca litúrgica n. 5):
-          El gozo de la presencia física y mistérica de Jesucristo;
-     El gozo del crecimiento de Jesús, a costa de su disminución. Juan mismo había dicho, en efecto, a los discípulos de Juan y a un judío: “Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. Ésta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud. Es preciso que él crezca y que yo disminuya (Jn 3, 28-30).
-          El gozo del martirio contemplado, previsible, aceptado.

La alegría del Espíritu, como fruto y realización de la promesa, es también lo que pide la Iglesia en la oración colecta de la Misa de la Vigilia:
Dios todopoderoso, concede a tu familia
caminar por la senda de la salvación
para que, siguiendo la voz de Juan, el precursor,
pueda llegar con alegría
al Salvador que él anunciaba.

¡¡ALELUYA!!.... ¡VIVA LA FIESTA!

sábado, 4 de junio de 2016

«... Guiada por el magisterio del Espíritu»


La liturgia de la Iglesia cierra el mes de mayo, que la tradición popular desde siglos dedica de manera especial y con fe viva a María, con la fiesta de la Visitación de la Virgen Madre a su prima Isabel.
Una fiesta que nos ofrece unos textos litúrgicos hermosos y profundos.
Lo vemos en la eucología:
“Dios todopoderoso,
tú que inspiraste a la Virgen María,
cuando llevaba en su seno a tu Hijo,
el deseo de visitar a su prima Isabel,
concédenos, te rogamos, que,
dóciles al soplo del Espíritu,
podamos, con María,
cantar tus maravillas
durante toda nuestra vida.
Por nuestro Señor Jesucristo. (Oración colecta)

Como en toda obra de salvación, la iniciativa es siempre de Dios Padre, que nos guía a través de su Espíritu. María decide ir a visitar a su prima, una vez que conoce su situación por el ángel, y lo hace “inspirada” por Dios, y llevando en su  seno al Hijo de Dios.
En el encuentro con Isabel, el Espíritu actúa con poder: Isabel se llena del Espíritu y por Él reconoce en María “la madre de mi Señor”, mientras su hijo “salta de alegría” en su vientre.
A María el mismo Espíritu pone en los labios y en el corazón el Magnificat, el júbilo con el que se alegra y proclama las grandezas de Dios en la historia de la salvación y en la suya propia.
La misma docilidad de la Virgen-Madre para poder alabar y cantar la gloria de Dios es la que pide la Iglesia para todos nosotros: “dóciles al soplo del Espíritu, podamos con María cantar tus maravillas durante toda nuestra vida”.

Sobre las ofrendas
Señor, complácete en este sacrificio de salvación
que te ofrecemos, como te has complacido en el gesto de amor
de la Virgen María al visitar a su prima Isabel.

Después de la comunión
Que tu Iglesia te glorifique, Señor,
por todas las maravillas que has hecho con tus hijos,
y así como Juan Bautista exultó de alegría
al  presentir a Cristo en el seno de la Virgen,
haz que tu Iglesia te perciba siempre vivo en este sacramento.


De los textos bíblicos recojo en particular la primera lectura del profeta Sofonías: un nuevo canto de júbilo y fiesta a la ‘nueva Jerusalén’, que es la Iglesia, de la que la Virgen María ha sido y sigue siendo prefiguración.
            Es júbilo no de la criatura, sino del mismo Dios, el Rey de Israel, que se complace en su nuevo pueblo, la Iglesia-María, porque la ama: “se alegra con júbilo”, porque  se goza y se complace en ella.
Por eso la invita a exultar, gritar de júbilo, alegrarse de todo corazón.

La lectura evangélica es la de la Visitación, rezuma exultación, alegría, glorificación de Dios, de su grandeza y poder que se “acuerda de su misericordia” y, por ello “hace proezas con su brazo, colma a los hambrientos de bienes y despide vacíos a los ricos”.
Pero, precisamente porque “se acuerda de su misericordia”, protege a Israel, su siervo, “como lo había prometido a nuestros padres, A Abrahán y su descendencia por siempre”.

1ª lectura: Sofonías 3, 14-18

Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.
Aquel día dirán a Jerusalén: «No temas, Sión, no desfallezcan tus manos.
El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva.
Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta».
Apartará de ti la amenaza, el oprobio que pesa sobre ti.

 

Otra fiesta mariana, colocada  en la reforma litúrgica al día siguiente de la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús: el Inmaculado Corazón de la Virgen María.
Es preciosa también la oración colecta, y en ella encontramos los mismos elementos que subrayábamos en la anterior del 31 de mayo:
“Oh Dios, tú que has preparado en el corazón de la Virgen María
una  digna morada al Espíritu Santo,
haz que nosotros,
por intercesión de la Virgen,
lleguemos a ser templos dignos de tu gloria”.

Me gusta citar unas expresiones del Oficio de lectura entresacada del Sermón 8 de san Lorenzo Justiniani, obispo:
«María ha reflexionado sobre todas las cosas que había conocido leyendo, escuchando, mirando, y de este modo su fe iba en aumento constante, sus méritos crecían, su sabiduría se hacía más clara y su caridad era cada vez más ardiente.
Su conocimiento y penetración, siempre renovados, de los misterios celestiales, la llenaban de alegría, la hacían gozar de la fecundidad del Espíritu, la atraían hacia Dios y la hacían perseverar en su propia humildad. (…)
Bienaventurada el alma de la Virgen que, guiada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios. (…)
Imítala tú, alma fiel. Entra en el templo de tu corazón, en el que Cristo el Señor entra de buen grado».



Después de celebrar las solemnidades de la Santísima Trinidad, del Cuerpo y Sangre de Jesucristo y del Sagrado Corazón, retomamos ya los “domingos verdes”, el tiempo ordinario, con la importancia especialísima de los domingos.
Con el evangelista Lucas iremos haciendo camino, guiados también nosotros “por el magisterio del Espíritu, y acompañados de la intercesión maternal de María, la Virgen Madre, podremos llegar a la meta a la que Dios Padre nos llama a todos: “hasta que Cristo se forme en nosotros”, como pedía el apóstol Pablo, que la Familia Paulina recordamos de manera especial en este mes, a sus hijos los Gálatas, por los que afirma que sigue sufriendo “dolores de parto hasta que Cristo se forme en ellos”.
Ésta es nuestra meta, es la meta de todo cristiano.

«Hijos míos, por quienes estoy sufriendo de nuevo dolores de parto hasta que Cristo se forme en vosotros». (Ga 4,19)