lunes, 12 de octubre de 2015

Jesús Maestro y los niños


Hay días en que la Palabra de Dios te interpela de una manera más fuerte o que algún elemento de la misma resuena dentro de mí de manera especial. Algo así ha sucedido en los primeros días del mes de octubre.
De forma distinta, en diferentes elementos de la celebración ha resonado la referencia de Jesús al ‘niño, a los niños, a la necesidad de volver a ser como niños’…
Así la he sentido. Descubro una llamada del Maestro Jesús a que, como María’, medite en el corazón al mensaje de la Palabra divina, directa o a través de gestos y vivencias.

Abría el mes la celebración litúrgica de santa Teresa del Niño Jesús, con el recuerdo espontáneo a su “camino” de infancia espiritual, subrayado por varios textos de la liturgia litúrgica eucarística y de las Horas. Me detengo en alguno de ellos.
La antífona de entrada de la Eucaristía está tomada de Dt 32, 10-12. No habla explícitamente de los niños, de la humildad, sino más bien de la ternura, el amor y la misericordia del Señor, que ofrece y manifiesta a todo el que se abre y la acoge, pero de manera especial a los pequeños y  los sencillos de corazón. Teresita ciertamente pertenece a este grupo elegido. Dice el Deuteronomio:
«El Señor la rodeó cuidando de ella,
la guardó como a las niñas de sus ojos:
como el águila extendió sus alas, la tomó
y la llevó sobre sus plumas;
el Señor solo la condujo”.



La oración colecta habla directamente del “camino” recorrido por Teresa, camino de “los humildes y sencillos”:
Oh Dios,
que has preparado tu reino para los humildes y los sencillos,
concédenos la gracia de seguir confiadamente
el camino de santa Teresa del Niño Jesús
para que nos sea revelada, por su intercesión, la gloria eterna.

La antífona de comunión cita palabras del mismo Jesús:
Dice el Señor: «Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos».

El responsorio del Oficio de lectura, después de la segunda lectura, tomada de los ‘escritos autobiográficos’ de la Santa misma, canta:
«Te adelantaste, Señor, a bendecirme con tu amor, el cual fue creciendo conmigo desde mi infancia. Y aún ahora no alcanzo a comprender la profundidad de tu amor».
En sintonía con la antífona de entrada, canta sorprendida y agradecida a la ternura del amor misericordioso de Dios hacia Teresa.

La antífona al Benedictus repite la invitación evangélica de Jesús Maestro: «Os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos».

Pasando al día 2, fiesta de los Santos Ángeles custodios, en el texto evangélico, el Maestro, intuyendo el interés y la casi preocupación de sus discípulos por saber quién sería el más importante,  con el gesto y las palabras, les ofrece y nos ofrece una importante enseñanza: “… llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial»
(Mt 18, 1-5.10).

Y el Evangelio del día 3, la enseñanza de Jesús se hace explosión de una profunda vivencia suya, por la que ÉL alaba y bendice al Padre:
“…lleno de la alegría del Espíritu Santo, Jesús exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas  a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien»”.

El día 4, domingo XXVII del Tiempo ordinario, en la perícopa evangélica, en la conclusión de un discurso todo él relacionado con el matrimonio, centrado en las  respuestas de Jesús a unas cuestiones puestas por “unos fariseos”, Marcos añade una nueva referencia directa a los niños y la reacción de Jesús ante la actitud negativa de los discípulos:
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos”

En las vísperas del martes día 6, cantamos el salmo 132, con la antífona:
«Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos».

Y el salmo:
«Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos son altaneros,
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modelo mis deseos,
como un niño en brazos de su madre».

            Mientras le daba vueltas meditando y orando con las llamadas de la Palabra de Dios para mi vida de discípula, me caen ante los ojos algunas palabras del Papa Francisco nada menos que a “la gerdarmeria vaticana” en la que les dice la importancia de la ‘humildad de su trabajo’, útil en la medida en que precisamente sea ‘humilde’. En la homilía que celebró para ellos, les decía, entre otras cosas:  
         «Vosotros que trabajáis, tenéis un trabajo algo difícil, en el que siempre hay contrastes y tenéis que poner las cosas en su lugar y evitar muchas veces reyertas y delitos. Rezad para que el Señor, con la intercesión de san Miguel Arcángel, os defienda de toda tentación de corrupción por el dinero, por las riquezas, la vanidad y la soberbia. Cuanto más humilde, como Jesús, cuanto más humilde sea vuestro servicio, tanto más fecundo y útil será para todos nosotros.
La humildad de Jesús. Y ¿cómo vemos la humildad de Jesús? Si vamos al relato de las tentaciones, no encontramos nunca una palabra suya. Jesús no responde con palabras propias, responde con palabras de la Escritura las tres veces… Que el Señor nos ayude en esta lucha de todos los días; no para nosotros, es una lucha deservicio, porque vosotros sois hombres y mujeres de servicio: de servicio a la sociedad, de servicio a los demás, de servicio para hacer crecer la bondad en el mundo” (Papa Francisco, 3 de octubre: a la “Gendarmeria vaticana”)
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Cambiando, sólo en cierto sentido, de objetivo, el evangelio de Lucas 10, 38-42 del día 6 con el relato siempre tan significativo de la actitud de Marta y María en su acogida del Maestro en Betania, me hace recordar que el Beato Santiago Alberione había subrayado, en su predicación a nosotras, las ‘Discípulas del Divino Maestro’  este texto  como algo específico, casi diría ‘carismático’, de la espiritualidad y misión de nuestra congregación en la Iglesia.
            Lo he acogido en estos primeros días de octubre casi como síntesis de la reflexión-oración sobre las resonancias de la Palabra y la manera concreta  de vivir esa pequeñez y humildad que propone el Maestro “manso y humilde de corazón”.

Jesús Maestro con Marta y María

La oración de Betania manuscrita, entregada una tarde del año 1958  por el Fundador a nuestra Superiora general,  es la expresión de todo esto:

Ven, Jesús Maestro,
y dígnate aceptar la hospitalidad
que te ofrecemos en nuestro corazón.

Queremos dispensarte el consuelo
y el  descanso que encontraste en Betania,
en casa de tus dos discípulas, Marta y María.
con el gozo de tenerte entre nosotras, te rogamos que,
en nuestra vida contemplativa, nos concedas la intimidad de que gozaba María,
y que aceptes nuestra vida activa según el espíritu de la fiel y laboriosa Marta.
Ama y santifica nuestra Congregación,
como amaste y santificaste a la familia de Betania.
En la cordial hospitalidad de aquella casa
pasaste los últimos días de tu vida terrena, 
preparándonos el don de la Eucaristía,
del sacerdocio y de tu propia vida.
Jesús Maestro, camino, verdad y vida,
que sepamos corresponder  a tan gran amor,
santificando nuestros apostolados:
servicio eucarístico, servicio sacerdotal y servicio litúrgico,
para gloria tuya y salvación de los hombres. Amén.