viernes, 18 de septiembre de 2015

La Virgen María, Madre del buen Pastor

En los primeros días de septiembre, la Familia Paulina, y en particular las Hermanas de Jesús Buen Pastor (“Pastorcitas”), hemos celebrado a la “Virgen María, madre del Buen Pastor”.
“Fiesta” para las Pastorcitas, “memoria obligatoria” para las otras Congregaciones e Institutos de la Familia Paulina (FP).
Entresaco de los “Prenotandos” del “Propio de la Familia Paulina”, aprobado en el verano de 1993.
Por la coincidencia de la esta Fiesta-memoria paulina con la memoria obligatoria de san Gregorio Magno, en el “Propio”, se traslada la “memoria” de san Gregorio Magno. Transcribo la justificación que aparece en el Propio de la Familia Paulina: «¿Por qué san Gregorio Magno en el calendario propio de la Familia Paulina? La memoria de este Papa se celebra en el calendario litúrgico el día 3 de septiembre; a nosotros nos toca celebrarlo el 4 de septiembre. El órgano competente de la Santa Sede – que aprobó el ‘calendario paulino’ – consideró importante que esta memoria no quedara suprimida al conceder para el día 3 la fiesta-memoria de la Virgen María, madre del buen Pastor.
¿Es esto providencial? Sí, porque san Gregorio Magno, junto con san Bernardo, es considerado «padrino» de la Familia Paulina (…). El padre Alberione juzgó importante su recuerdo y quiso que su estatua se colocara – junto con la de san Bernardo, cuya memoria coincide el 20 de agosto, fecha del nacimiento de la FP – en una de las columnas corintias que flanquean la majestuosa «Gloria» de la primera iglesia paulina, dedicada a san Pablo en Alba».
Junto a las Fiesta de la Virgen María, madre del buen Pastor, las Pastorcitas celebran, desde el principio – 7 de octubre de 1938 - por voluntad del Fundador, el domingo IV de Pascua, domingo del buen Pastor, como “Fiesta titular” de la Congregación. Según el calendario litúrgico de entonces, se celebraba el segundo domingo después de Pascua.
Les decía el padre Alberione: «En la fiesta de Jesús buen Pastor se quiere dar gloria a Dios que ha enviado a su Hijo a la humanidad y a la oveja perdida. Ahí tenemos a Jesús buen Pastor, y María es su madre».
La imagen del Pastor propuesta por el beato Santiago Alberione hunde sus raíces en la Escritura y hace referencia especialísima al capítulo 10 del evangelio de san Juan, enriquecido con el texto de Ezequiel 34 y otros pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Interpretando el sentir de las hermanas, el p. Alberione les decía: «Me diréis: Pero ¿Por qué nosotras honramos a Jesús bajo el aspecto de Pastor y no de Maestro como lo hacen las demás familias paulinas? Pues porque tenéis que hacer de “pastorcitas”. Jesús es siempre el mismo, pero vosotras debéis formaros para atender a las almas y, como Jesús, saber dar la vida por las ovejas.
(…) Meditar la vida de Jesús. Sí, meditar especialmente esos rasgos en los que mejor se manifiesta el corazón del buen Pastor. Meditarlo e imitarlo. Pero sobre todo centrarse en la Eucaristía. En la Eucaristía el buen Pastor da la vida por nosotros, porque es la renovación del sacrificio de la cruz, y ahí es donde se revela su amor por nosotros» (año 1959).
En otro momento, siempre hablando a las Hermanas de Jesús buen Pastor, se pregunta el Fundador: «¿Quién es el buen pastor? Es quien actúa en relación con el rebajo imitando a Jesucristo camino, verdad y vida».
Aquí el beato Santiago Alberione entronca con el núcleo de la espiritualidad de la Familia Paulina: «Vivir y comunicar a Jesús Maestro-Pastor Camino, Verdad y Vida». Es el centro de la espiritualidad paulina, sobre el cual mucho insistió nuestro beato Fundador, llegando a afirmar que esto no es accesorio para el paulino y la paulina: «es ser o no paulino-paulina» (Ut unum sint, 1960).





La devoción a María ‘madre del buen pastor’ tuvo origen en España, a partir del año 1703 por iniciativa de los Capuchinos: desde aquí se extendió a Europa y al mundo. La Misa y la Liturgia de las Horas fueron aprobados por Pío VII en 1801 y, posteriormente, fueron enriquecida por León XIII.
El Beato Alberione propuso a la congregación paulina de las Hermanas  de Jesús Buen Pastor, desde sus comienzos (29 de octubre de 1938), la devoción a María, madre del buen Pastor, como la forma de  devoción mariana específica y más adecuada al carisma propio.
Esta devoción, introducida probablemente en España a principios del siglo XVIII por los Frailes Capuchinos, el padre Alberione, para las Pastorcitas, la enriqueció con el «color» de su espiritualidad, eligiendo como fecha de celebración el 3 de septiembre, que, desde 1955, coincide con la profesión de estas Hermanas en Italia.
Los textos de esta celebración litúrgica fueron aprobados por la Congregación para el Culto Divino el 28 de julio de 1991.

Decía  el Fundador a las Pastorcitas: «Entre todas las fiestas litúrgicas de la Virgen… ésta tiene una especial importancia para vosotras. Para comprender mejor este nobilísimo título de la Virgen, es necesario conocer y entender bien lo que significa “buen Pastor”. Buen pastor es el que cuida de sus ovejas y las ama, hasta dar la vida por ellas».
La mariología del p. Alberione con relación a la Madre del buen Pastor se expresa en todas las oraciones que compuso, especialmente la coronita. También se manifiesta en la iconografía, para la que dio indicaciones bien precisas.
Él mismo explica: «Es todo un sermón el cuadro que tenéis, donde aparece representada la divina Pastora, que tiene junto a sí a Jesús jovencito apacentando las ovejas, lo mismo que ella apacienta las ovejas; luego, a la derecha y a la izquierda, los dos apóstoles: Pedro, encomendando la Iglesia a María, y Pablo que la empuja hacia ella… María está en medio…
El título de Madre del buen Pastor le corresponde a María porque ella es la madre del divino Pastor, y porque tuvo que sufrir mucho por los hombres y mucho en el cielo se preocupa por la salvación de las almas, de los pecadores y de los infieles que están fuera de la Iglesia, y de los que procuran avanzar por el camino de la santidad y la justicia… María protege al Pastor universal de la Iglesia, el Papa» (A las Pastorcitas, 1959).
            «Dirijamos la mirada a nuestra madre María, invocada como madre del divino Pastor. (…) Jesús es buen Pastor porque llama a las almas y las salva, las nutre de sí mismo. María dio a Jesús a toda la humanidad, a los que han vivido, a los que viven y a los que vivirán: apacienta, pues, a las almas con su Jesús…
Podemos decir a la Virgen: nútrenos, dándonos el alimento celestial: Jesús camino, verdad y vida; defiéndenos, asístenos; que podamos estar contigo en el Paraíso».



En el Oficio de lectura de la fiesta-memoria de la Virgen María madre del buen Pastor, el texto bíblico es el de Ga 3,22 –4,7, y la segunda lectura: de la Constitución dogmática Lumen Gentium (nn. 58-59. 61 o bien: “de las enseñanzas del beato Santiago Alberione, presbítero (a las Hermanas Pastorcitas). Entresaco de ésta:
  “Es muy hermoso estudiar el paso evangélico donde Jesús recoge sus enseñanzas sobre las tareas del pastor. Lo haremos considerando las palabras del texto evangélico (Jn 10, 11-16).
(…) La primera cualidad del buen Pastor y de las Pastorcitas es la de conocer a las ovejas y dejarse conocer por ellas. Ésta será la prueba de su solicitud, ésta será la condición para que las ovejas no tengan miedo de su presencia. Esta cualidad la descubrimos perfectamente en Jesús: Conozco a mis ovejas. Hay que notar que las conoce una por una; a cada una le ha asignado su propio nombre y por el nombre las llama.
Otra preciosa enseñanza de Jesús es ésta: debemos preceder a nuestras ovejas con el buen ejemplo.
(…)  Las ovejas son asediadas por los ladrones y los lobos. Los ladrones querrían arrancarlas de su rebaño y los lobos quisieran despedazarlas. Nos corresponde a nosotros defender el rebaño con valor y sacrificio.
El buen Pastor y la verdadera Pastorcita arriesgan su vida y la sacrifican por la salvación del rebaño. El buen pastor da la vida por sus ovejas. Jesús insiste en la gran prueba de amor que ha dado a sus ovejas; nadie se ha encontrado jamás en su situación, es decir, la de ser el dueño de la vida, y la de entregarla voluntariamente.
Ésta es la tarea encomendada al pastor y a la pastorcita.
Cuanto mayor sea el celo tanto más rápidamente se realizará ese magnífico ideal del único rebaño. Por eso oró Jesús en la tierra y sigue orando en el cielo: Para que sean una sola cosa; y pone a disposición de todos sus tesoros de verdad, de gracia y misericordia».


Prefacio de la fiesta de la Virgen María madre del buen Pastor

…. Por Cristo, Señor nuestro.

Porque él, buen Pastor, amante de la unidad y de la paz,
eligió para sí una Madre incorrupta de alma y cuerpo,
y quiso como Esposa a la Iglesia una e indivisa.

Elevado sobre la tierra,
en presencia de la Virgen Madre,
congregó en la unidad a tus hijos dispersos,
uniéndolos a sí mismo con vínculos de amor.

Vuelto a ti y sentado a tu derecha,
envió sobre la Virgen María,
en oración con los apóstoles,
el Espíritu de la concordia y de la unidad,
de la paz y del perdón.




domingo, 6 de septiembre de 2015

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario            

            He iniciado la celebración del domingo 23 dando gracias al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, en el Espíritu Santo, por el don del nuevo día, el día de la Pascua  semanal, que quiero vivir en actitud de alabanza y acción de gracias. 
Me abro a la Trinidad santa, la adoro y renuevo la oración: «a Ti, Padre, me ofrezco, entrego y consagro como hija; a ti, Jesús Maestro, me ofrezco, entrego y consagro como hermana y discípula; a ti, Espíritu Santo, me ofrezco, entrego y consagro como templo vivo para ser consagrado y santificado». A La Virgen María, madre de la Iglesia y madre mía, tú que vives en comunión más íntima con las tres Personas divinas, concédeme vivir, en comunión cada vez más profunda con las tres divinas Personas, para que toda mi vida, a través de la liturgia y los sacramentos, sea un gloria al Padre, al hijo y al Espíritu Santo» (P. Alberione).

  La oración litúrgica, como siempre, es mi guía en la vivencia del Misterio pascual del Señor Jesús,
La oración comunitaria inicia cada día con la celebración de Laudes, el domingo, puesto que tengo más tiempo, personalmente, casi siempre la inicio con el Oficio de lectura. Deseo vivir esta celebración eclesial, “haciéndome voz de toda criatura” para bendecir y alabar a la Trinidad santísima. La liturgia, como siempre es mi guía en la vivencia del Misterio pascual del Señor Jesús.

Consciente de mis limitaciones y deficiencias, inicio la oración litúrgica con el “Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza”. Es el Espíritu del Señor el que me capacita y, como admirable mistagogo, me introduce en la alabanza a Dios.

Este domingo, el III del Salterio, oro con el salmo 144, que propone la Liturgia, como himno a la grandeza de Dios. ¡Precioso!
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
Una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la grandeza de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
 yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñosos con todas sus criaturas. (…)

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás”.

Este tono de alabanza acompaña los salmos y el cántico de Laudes: alabanza al Dios creado (salmo 92), en nombre de toda la creación (Cántico de Daniel, y de nuevo explosión de la alegría y la alabanza cósmica  al Dios creador, con el salmo 148.

Alabad al Señor en el cielo,
Alabad al Señor en lo alto
Alabadlo todos sus ángeles;
alabadlo todos sus ejércitos.
Alabadlo, sol y luna;
y aguas que cuelgan en el cielo.
Alaben el nombre del Señor,
porque él lo mandó, y existieron. (…)
Alabad al Señor en la tierra,
Cetáceos y abismos del mar (…).

 Prosigue la invitación a la alabanza a Dios de toda la creación inanimada y animal, para concluir de nuevo con la invitación a toda la humanidad para que, de nuevo “como voz de toda criatura del cielo y de la tierra, prorrumpa en alabanza y bendición la Señor:
Reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo,
los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños,
alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime.
Su majestad sobre el cielo y la tierra;
Él acrece el vigor de su pueblo.
Alabanza de todos sus fieles,
De Israel, su pueblo escogido”.

La eucología propia de este Domingo XXIII del tiempo ordinario también favorece y alimenta esta actitud de alabanza por la confianza que transpira en todas sus expresiones:

Dice la oración colecta:
Señor, tú que te has dignado redimirnos
y has querido hacernos hijos tuyos,
míranos siempre con amor de Padre
y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo,
alcancemos la libertad verdadera
y la herencia eterna.

Comenta C. Urtasun: «Magnífica colecta. Es como una síntesis de toda la obra redentora realizada por Jesucristo en su sacrificio pascual, presentada junto a  una brillante motivación que da paso a dos peticiones hermosas».

            La Oración sobre las ofrendas, quizás más rica en el texto original que en la traducción castellana.
            Deus, auctor sincerae devotionis et pacis,
da, quaesumus,
ut et maiestatem tuam convenienter hocmunere veneremur,
et sacri participatione mysterii fideliter sensibus uniamur.

Al Padre, fuente, autor de la paz y del amor sinceros, la Iglesia le pide: venerar, glorificar de forma digna su majestad, su grandeza, su divinidad, y que los que participamos en el sagrado misterio, en el mismo sacramento, vivamos también  unidos teniendo un solo corazón y una sola alma.
Esta oración me recuerda el cántico de san Pablo en Efesios 1,3-6. 12-14, traducido en vivencia constante de una manera maravillosa la carmelita sor Isabel de la Trinidad.
“Ser laus gloriae”, vivir “para alabanza de la gloria de su gracia””; “para ser nosotros alabanza de su gloria”;  … para redención del Pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria”.
Toda la liturgia, la Eucaristía de manera especialísima, es “sacrificio de alabanza”, “sacrificium laudis”. ¡Cuántas veces se repite esta expresión en la eucología!

Oración después de la Comunión:
Con tu palabra, Señor, y con tu pan del cielo,
alimentas y vivificas a tus fieles;
concédenos que estos dones de tu Hijo
nos aprovechen de tal modo
que merezcamos participar siempre en su vida divina”.

Cito de nuevo al p. Cornelio Urtasun, por la profundidad de su comentario: «Hermosa, de verdad, esta oración después de la Comunión. Con una motivación que es la síntesis de la fe de la Iglesia en la palabra de Dios, salida de la boca del Altísimo, y de la Palabra hecha carne, teje una petición vigorosa: que merezcamos vivir siempre de la vida de su Hijo  que merezcamos vivir siempre de la vida de su Hijo querido».

Me agrada de manera especial la traducción gallega de la oración latina. La cito con especial cariño, por recordarme una vez más, y con complacencia, mis raíces:

Señor, ti alimentas e renueva-los teus fieis na mesa da palabra e do pan de vida.
Axúdanos a aproveiotar estes dons de teu Fillo benquerido,
Para que merezcamos compartir sempre a súa mesma vida”.

También en la Liturgia de la Eucaristía de este domingo encontramos una fuerte invitación a la alabanza del Señor, en respuesta a la Palabra proclamada, en la que el profeta Isaías preanuncia proféticamente la salvación y curación que Jesús realiza, como relata Marcos en  el  Evangelio.

Salmo 145:

Alaba, alma mía, al Señor.

Que mantiene su fidelidad perpetuamente
que hace justicia a los oprimidos
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.

El Señor abre los ojos al cielo,
El Señor endereza a los que ya se doblan,
El Señor ama a los justos,
El Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y al a viuda,
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,

tu Dios, Sión, de edad en edad.
Domingo XXIII del T. O.            - 6 de septiembre de 2015

            He abierto la celebración del domingo 23 dando gracias al Dios y Padre por el don del nuevo día, el día de la Pascua  semanal, que quiero vivir en actitud de alabanza y acción de gracias. Me abro a la Trinidad santa, la adoro y renuevo la oración: «a Ti, Padre, me ofrezco, entrego y consagro como hija; a ti, Jesús Maestro, me ofrezco, entrego y consagro como hermana y discípula; a ti, Espíritu Santo, me ofrezco, entrego y consagro como templo vivo para ser consagrado y santificado». A La Virgen María, madre de la Iglesia y madre mía, tú que vives en comunión más íntima con las tres Personas divinas, concédeme vivir, en comunión cada vez más profunda con las tres divinas Personas, para que toda mi vida, a través de la liturgia y los sacramentos, sea un gloria al Padre, al hijo y al Espíritu Santo» (P. Alberione).
  La oración litúrgica, como siempre, es mi guía en la vivencia del Misterio pascual del Señor Jesús,
La oración comunitaria inicia cada día con la celebración de Laudes, el domingo, puesto que tengo más tiempo, personalmente, casi siempre la inicio con el Oficio de lectura.
Deseo vivir esta celebración eclesial, “haciéndome voz de toda criatura” para bendecir y alabar a la Trinidad santísima. La liturgia, como siempre es mi guía en la vivencia del Misterio pascual del Señor Jesús,
Consciente de mis limitaciones y deficiencias, inicio la oración litúrgica con el “Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza”. Es el Espíritu del Señor el que me capacita y, como admirable mistagogo, me introduce en la alabanza a Dios.
Este domingo, el III del Salterio, oro con el salmo 144, que propone la Liturgia, como himno a la grandeza de Dios. ¡Precioso!
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
Una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la grandeza de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
 yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñosos con todas sus criaturas. (…)

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás”.

Este tono de alabanza acompaña los salmos y el cántico de Laudes: alabanza al Dios creado (salmo 92), en nombre de toda la creación (Cántico de Daniel, y de nuevo explosión de la alegría y la alabanza cósmica  al Dios creador, con el salmo 148.
Alabad al Señor en el cielo,
Alabad al Señor en lo alto
Alabadlo todos sus ángeles;
alabadlo todos sus ejércitos.
Alabadlo, sol y luna;
y aguas que cuelgan en el cielo.
Alaben el nombre del Señor,
porque él lo mandó, y existieron. (…)
Alabad al Señor en la tierra,
Cetáceos y abismos del mar (…).
 Prosigue la invitación a la alabanza a Dios de toda la creación inanimada y animal, para concluir de nuevo con la invitación a toda la humanidad para que, de nuevo “como voz de toda criatura del cielo y de la tierra, prorrumpa en alabanza y bendición la Señor:
Reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo,
los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños,
alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime.
Su majestad sobre el cielo y la tierra;
Él acrece el vigor de su pueblo.
Alabanza de todos sus fieles,
De Israel, su pueblo escogido”.

La eucología propia de este Domingo XXIII del tiempo ordinario también favporece y alimenta esta actitud de alabanza por la confianza que transpira en todas sue expresiones:
Dice la oración colecta:
Señor, tú que te has dignado redimirnos
y has querido hacernos hijos tuyos,
míranos siempre con amor de Padre
y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo,
alcancemos la libertad verdadera
y la herencia eterna.

Comenta C. Urtasun: «Magnífica colecta. Es como una síntesis de toda la obra redentora realizada por Jesucristo en su sacrificio pascual, presentada junto a  una brillante motivación que da paso a dos peticiones hermosas».

            La Oración sobre las ofrendas, quizás más rica en el texto original que en la traducción castellana.
            Deus, auctor sincerae devotionis et pacis,
da, quaesumus,
ut et maiestatem tuam convenienter hocmunere veneremur,
et sacri participatione mysterii fideliter sensibus uniamur.
Al Padre, fuente, autor de la paz y del amor sinceros, la Iglesia le pide: venerar, glorificar de forma digna su majestad, su grandeza, su divinidad, y que los que participamos en el sagrado misterio, en el mismo sacramento, vivamos también  unidos teniendo un solo corazón y una sola alma.
Esta oración me recuerda el cántico de san Pablo en Efesios 1,3-6. 12-14, traducido en vivencia constante de una manera maravillosa la carmelita sor Isabel de la Trinidad.
“Ser laus gloriae”, vivir “para alabanza de la gloria de su gracia””; “para ser nosotros alabanza de su gloria”;  … para redención del Pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria”.
Toda la liturgia, la Eucaristía de manera especialísima, es “sacrificio de alabanza”, “sacrificium laudis”. ¡Cuántas veces se repite esta expresión en la eucología!
Oración después de la Comunión:
Con tu palabra, Señor, y con tu pan del cielo,
alimentas y vivificas a tus fieles;
concédenos que estos dones de tu Hijo
nos aprovechen de tal modo
que merezcamos participar siempre en su vida divina”.

Cito de nuevo al p. Cornelio Urtasun, por la profundidad de su comentario: «Hermosa, de verdad, esta oración después de la Comunión. Con una motivación que es la síntesis de la fe de la Iglesia en la palabra de Dios, salida de la boca del Altísimo, y de la Palabra hecha carne, teje una petición vigorosa: que merezcamos vivir siempre de la vida de su Hijo  que merezcamos vivir siempre de la vida de su Hijo querido».

Me agrada de manera especial la traducción gallega de la oración latina. La cito con especial cariño, por recordarme una vez más, y con complacencia, mis raíces:

Señor, ti alimentas e renueva-los teus fieis na mesa da palabra e do pan de vida.
Axúdanos a aproveiotar estes dons de teu Fillo benquerido,
Para que merezcamos compartir sempre a súa mesma vida”.
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  “Señor, yo no sé hablar como haría falta a los hombres y a la naturaleza. En las calles y en los campos, soy, si no sordo y mudo, al menos duro de oído y tartamudo. No sé escuchar, no sé hablar. Pon tu mano sobre mí, como hiciste con  el enfermo de la Decápolis. Mete tus dedos en mis oídos. Toca mi lengua con tu saliva. Pronuncia tu «Effetá», es decir, «Ábrete».
  Que no sólo mis oídos oigan, que no sólo mi lengua se suelte, sino que mi corazón y todo mi ser se abran al Espíritu y a los hombres, para que Jesús de Nazaret pase entre nosotros, pase de uno a otro, transmitido de unos a  otros.
Tu saliva tocó mi lengua. Contacto divino transformador. Contacto inaudito. Pero a través de un medio tan humilde: ¡un poco de saliva!
Cuando Jesús de Nazaret pasa, cuando libera mis oídos y mi lengua, no lo veo como el Mesías glorioso, como el Resucitado triunfante. Él sólo se sirve de los medios más pobres. Al que pasa, la gente lo llama Jesús «de Nazaret», y esta denominación de origen evoca años de vida oculta y laboriosa” (Un monje de la Iglesia de Oriente, 'Présence du Christ’).

La curación del sordomudo relatada por san Marcos debe entenderse en esta perspectiva litúrgica y sacramental. … No se dice nada del origen ni de la identidad del enfermo ni de quienes lo acompañan. Por tanto, cada uno puede reconocerse en ellos.
Jesús mete sus dedos en los oídos del enfermo, le toca la lengua con la saliva y, mirando la cielo, pronuncia una palabra que pasó tal cual, en arameo, a la antigua liturgia del Bautismo. La iglesia ha visto, pues, en esta curación una especie de parábola viviente de lo que ocurre en el primer sacramento de la Iniciación cristiana.
Curado de su sordera y de su mutismo espiritual, el bautizado puede escuchar la palabra de Dios, proclamar su fe y alabar a Dios sin cortapisas, a voz en grito. De este modo es introducido en la comunidad de los hermanos, donde no hay diferencias entre ricos y pobres, pues todos reciben gratuitamente los inapreciables beneficios de Dios y son igualmente elevados a la dignidad de «herederos del Reino prometido a los que lo aman»

Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna.

Alaba, alma mía, al Señor.
Que mantiene su fidelidad perpetuamente
que hace justicia a los oprimidos
que da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos.
El Señor abre los ojos al cielo,
El Señor endereza a los que ya se doblan,
El Señor ama a los justos,
El Señor guarda a los justos.
Sustenta al huérfano y al a viuda,
Y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,

Tu Dios, Sión, de edad en edad. (Sal 145