viernes, 20 de noviembre de 2015

“Oración llena de seres humanos”

Hay una forma de oración que nos estimula particularmente a la entrega evangelizadora y nos motiva a buscar el bien de los demás: es la intercesión. Miremos por un momento el interior de un gran evangelizador como san Pablo, para percibir cómo era su oración. Esta oración estaba llena de seres humanos: «En todas mis oraciones siempre pido con alegría por todos vosotros […] porque os llevo dentro de mi corazón» (Flp 1, 4.7).
Así descubrimos que interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño” (EG 281).

El sábado de la semana trigésimo primera del Tiempo Ordinario concluía en la Liturgia eucarística la lectura de la Carta de san Pablo a los Romanos, que la liturgia eucarística nos había ofrecido durante cuatro semanas.
Al proclamar la lectura, me pareció casi nuevo el elenco de nombres citados por el Apóstol en el capítulo 16, último de la Carta. Me hizo recordar la exhortación apostólica del Papa Francisco “La alegría del Evangelio”, que luego volví a meditar y orar en la adoración eucarística (cf n. 281).
El texto litúrgico, como en otras ocasiones, hace centones, por razones obvias de cara a la proclamación en la asamblea litúrgica.
Estos centones me invitaron a volver a leer el texto de la Biblia, para todos los nombres que aparecen en este capítulo.  No sé si los conté todos, pero he  contado un total  de 28 los nombres propios individuales, sin contar los ‘colectivos’, que son también significativos.
Se trata de los nombres de los destinatarios de los saludos de Pablo; después aparecen también los nombres de los que, junto con el Apóstol, saludan a la comunidad de los Romanos: Timoteo, su colaborador, y sus paisanos Lucio, Jasón y Sosípatro; junto con Tercio (el que escribe), y Gayo, en cuya casa se hospeda Pablo y en la que se reúne “toda la iglesia”. Y todavía sigue la lista: Saludos de Erasto, el tesorero de la ciudad, y del hermano Cuarto”.

El texto de la liturgia omite el versículo primero de este último capítulo de la carta, que tiene también una gran importancia:
Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, diaconisa de la Iglesia de Cencreas. Recibidla en el Señor de una manera digna de los santos, y asistidla en cualquier cosa que necesite de vosotros, pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo. (B. de Jerusalén).
Os recomiendo a nuestra hermana Febe, que está al servicio de la iglesia de Cencreas. […] también ella ha favorecido a muchos, entre ellos a mí mismo” (Rm 16, 1-2) (traducción de la Casa de la Biblia).
Comprendo la nota que aparece en las varias Biblias, poniendo en duda la autenticidad de este capítulo de la carta a los Romanos. No sé si será del apóstol Pablo o de otro de su escuela. “Doctores tiene la santa Iglesia…”. De todas formas, es Palabra de Dios, y, como tal, me lleva a  reconocer  que el corazón de Pablo estaba de veras “lleno de nombres”, como afirma el Papa Francisco. Y ésta es para mí, discípula del Maestro Jesús, una gran lección de vida.
Esta realidad del corazón grande del Apóstol aparece aquí de una manera muy  llamativa; pero es bien perceptible también en todos sus escritos. Con unas u otras expresiones, Pablo puede decir con verdad a sus hijos, a sus comunidades: “os llevo en el corazón”.
Recuerdo la bella afirmación de san Juan Crisóstomo: “Cor Pauli, Cor Christi”.

Os llevo en el corazón
Su corazón, toda su personalidad se formó ciertamente en el contacto diario y  profundo con las Escrituras sagradas. De Abrahán, de Moisés, de los patriarcas y profetas, de los salmos aprendió el Apóstol a conocer el corazón de Dios.
Y en el encuentro con Jesús vivo y resucitado en el camino de Damasco entendió que Cristo se identifica con sus hermanos, con los que en aquel momento eran perseguidos por Saulo. ¡Cómo habrá sentido en su corazón la palabra del Señor: Soy Jesús, a quien tú persigues”! Desde entonces, Saulo-Pablo aprendió que los demás, y en el caso concreto los cristianos, son alguien que ‘le pertenece’, según la bella y honda expresión del Papa san Juan Pablo II en la Carta apostólica programática para el tercer Milenio.
Creo realmente que puedo aplicar a Pablo, desde el encuentro camino de Damasco hasta el fin de su vida, que adquirió y vivió “… la capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico  y, por tanto, como uno que me (le) pertenece, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos…” (NMI, n. 43).
Por sus comunidades, por cada uno de sus ‘hijos’, Pablo aprendió a interceder, a recordarlos “con alegría”.


Cuántas veces el Apóstol habrá recordado a Abrahán, que mantiene un diálogo con Dios, revestido de una carga de humanidad y dramatismo singulares (Gn 18, 16-33).
Recuerdo una hermosa página del recordado L. Alonso Schökel, que compara esta página del Génesis con la del “amigo importuno” de Lucas (11, 5-13). Y comenta el jesuita: “Abrahán no cuestionó a Dios cuando recibió la orden de partir de su tierra, o de sacrificar a su hijo. Aquí el santo patriarca, “padre de los creyentes”, se preocupa inmediatamente por la suerte de su sobrino, son espíritu fraterno. Mediatamente por la ciudad (lo contrario de Jonás)”.
También recordaría la página del Éxodo (32, 30ss.), en la que Moisés comprende a tal punto su misión de mediador e intercesor por el pueblo que Yahvé le ha confiado, y la sigue cumpliendo con firmeza incluso cuando el pueblo es infiel a Dios.  Se siente inflamado por el amor y el celo por Yahvé, y al mismo tiempo solidario en máximo grado de la suerte de su pueblo. En esta actitud llegará a pedirle al Señor “que le corre del libro”, si no perdona al pueblo (Ex 30,32).


Algo semejante afirmará el mismo Pablo: "Digo la verdad en Cristo, ni miento, siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne, los israelitas… de los cuales procede también Cristo según la carne…” (Rm 9, 1-5).

La Regla de Vida me  recuerda también a mí, a toda Discípula del Divino Maestro: “Adoramos al Padre en espíritu y verdad, y prolongamos la contemplación del Misterio en la adoración eucarística cotidiana.
Seguimos un itinerario mistagógico, en Cristo Camino, Verdad y Vida, profundizamos en la escucha de la Palabra, la participación en el Misterio Pascual e intercedemos por la Iglesia y por la humanidad…” (n. 18).
Y en el n. 140, hablando ya de la misión específica de cada Discípula del Divino Maestro, me dice: “Asumimos el ministerio de la oración incesante que se extiende en la adoración perpetua. En la acción de gracias, testimoniamos la primacía de Dios en el mundo. Intercedemos por las necesidades de la Iglesia, de los pueblos y de la Familia Paulina. Invocamos gracia para el mundo de la comunicación, para que la buena noticia que es Jesucristo alcance a todas las gentes” (n. 140).







martes, 3 de noviembre de 2015

«misericordiosos como el Padre 

Buscando en la página del arzobispado de Madrid la Carta Pastoral de nuestro Arzobispo don Carlos Osoro: “Jesús, rostro de la Misericordia, camina y conversa con nosotros en Madrid”, en la pestaña ‘oración y liturgia’, encontré el siguiente comentario al Evangelio del día, tomado de Lucas 13, 18-21. 
En aquel tiempo. Jesús decía: 
«¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? 
Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas». 
Y añadió: «A que compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta».

El comentario aparece con un título que me llama la atención; leo y vuelvo a leer. 
Es significativo; me hace pensar y orar,  me lleva también a revisar mis actitudes y mis ‘prisas’…
No será muy “litúrgico”, pero a mí en este momento me hizo bien, y pienso que quizá a otros les pueda hacer semejante efecto y aplicación a la vida de cada día.

Dicho comentario creo que lleva la firma de Juan José.

Sin prisa

"Las personas que van con una prisa desquiciada no es que morirán antes, es que apenas se enterarán de que han vivido. Dice el Señor que el Reino de Dios se inicia en la Tierra y crece. Y ese crecimiento no tiene peculiaridades diferentes a las propias del árbol, cuyo ascenso es deliciosamente lento hasta que la musculatura de su tronco madura y es capaz de sostener los nidos, los pájaros, los niños que trepan hasta la copa y la nieve del invierno. El agua mansa va produciendo el milagro de la lentitud. Hay como un ritmo incrustado de pequeñas pausas en todo aquello que Dios ha creado, un aura imperceptible de desarrollo.
Si eres de los que te importuna la lentitud y no tienes la paciencia básica para explicar un problema de matemáticas a tu hijo, que se hace el remolón, es difícil que veas crecer el Reino de los Cielos en tu vida. Mucha gente piensa que haciendo más cosas y llegando a más sitios serán capaces de evangelizar más o cargar las alforjas de lo cotidiano con más y mejores bienes. Son gente capaz de reprocharle al mismo Señor que estuviera callado 30 años y sólo dedicara 3 a revelarnos el misterio de su Persona. Un tiempo desperdiciado, dirán, y además circunscrito a un área de acción mínima, Palestina, cuando bien podría haber nacido en la capital del Imperio y haberse dirigido al mismo César, no a un subalterno, a un prefecto de esa provincia más bien conflictiva que era Judea.
Exprimir el tiempo, llenar de muchas horas la jornada, más que de vida, es un fraude de existencia. El Reino crece cuando un día descubres una frase del Evangelio que, sin saber por qué, te acompaña durante semanas, y te ayuda a saber escuchar mejor a la gente del trabajo y hacer de tu tiempo un proceso que va desplegándose con generosidad. Y entonces uno se va a dormir más calmado, dando gracias a Dios por el día transcurrido por pura necesidad de agradecimiento, no porque tenga que aprovechar el último minuto para acordarse de Dios. Es la diferencia entre caer derrotado en la cama o hacer, incluso del descanso, un tiempo de oración. Sin prisa, que Dios siempre te alcanza".


Juan José





Mientras oraba con este pasaje evangélico y también con el comentario inesperadamente recibido, me viene espontáneo el recuerdo vivo de una amiga religiosa, que había conocido en Bilbao en un encuentro de oración, y luego he coincido muchas veces con ella en su ciudad Condal: en su comunidad, en la mía, en la plaza Cataluña allí sentadas en dos sillas, que nos tocó pagar…
Era la alegría en persona; decía que a ella el Señor le había regalado precisamente el don de la alegría, y sus ojos de persona mayor reflejaban casi una alegría de niña. Falleció a los 92 años.
Recordé espontáneamente a la hna. Palmyra, porque una de sus frases preferidas, ante mis prisas, era que Dios es “amigo de las lentitudes”, no tiene prisa.
Hablaba de Dios, de Jesús, de la vida cristiana con una serenidad encantadora.
En años no fáciles para la Vida religiosa en España, sobre los años ’70, ’80, una religiosa joven de su comunidad me comentaba: ¡«qué bien nos entiende a las religiosas jóvenes la hna. Palmyra…»!

Los recuerdos se entrelazan. Palmyra había asimilado la enseñanza, las actitudes de Jesús en su Evangelio, su cercanía, su misericordia hacia los más necesitados. Un anticipo del “Jubileo de la Misericordia”. Un retrato vivo, espontáneo, cercano.
Escribe nuestro santo Padre Francisco en la “Misericordiae vultus”: «siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. (…) La misericordia es la vida maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en el anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino misericordioso y compasivo» (MV 1, 3, 10).

 
"Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre"




Etiquetas: deliciosamente lento, agua mansa, milagro de la lentitud, exprimir el tiempo, el Reino crece, escuchar a la gente

lunes, 12 de octubre de 2015

Jesús Maestro y los niños


Hay días en que la Palabra de Dios te interpela de una manera más fuerte o que algún elemento de la misma resuena dentro de mí de manera especial. Algo así ha sucedido en los primeros días del mes de octubre.
De forma distinta, en diferentes elementos de la celebración ha resonado la referencia de Jesús al ‘niño, a los niños, a la necesidad de volver a ser como niños’…
Así la he sentido. Descubro una llamada del Maestro Jesús a que, como María’, medite en el corazón al mensaje de la Palabra divina, directa o a través de gestos y vivencias.

Abría el mes la celebración litúrgica de santa Teresa del Niño Jesús, con el recuerdo espontáneo a su “camino” de infancia espiritual, subrayado por varios textos de la liturgia litúrgica eucarística y de las Horas. Me detengo en alguno de ellos.
La antífona de entrada de la Eucaristía está tomada de Dt 32, 10-12. No habla explícitamente de los niños, de la humildad, sino más bien de la ternura, el amor y la misericordia del Señor, que ofrece y manifiesta a todo el que se abre y la acoge, pero de manera especial a los pequeños y  los sencillos de corazón. Teresita ciertamente pertenece a este grupo elegido. Dice el Deuteronomio:
«El Señor la rodeó cuidando de ella,
la guardó como a las niñas de sus ojos:
como el águila extendió sus alas, la tomó
y la llevó sobre sus plumas;
el Señor solo la condujo”.



La oración colecta habla directamente del “camino” recorrido por Teresa, camino de “los humildes y sencillos”:
Oh Dios,
que has preparado tu reino para los humildes y los sencillos,
concédenos la gracia de seguir confiadamente
el camino de santa Teresa del Niño Jesús
para que nos sea revelada, por su intercesión, la gloria eterna.

La antífona de comunión cita palabras del mismo Jesús:
Dice el Señor: «Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos».

El responsorio del Oficio de lectura, después de la segunda lectura, tomada de los ‘escritos autobiográficos’ de la Santa misma, canta:
«Te adelantaste, Señor, a bendecirme con tu amor, el cual fue creciendo conmigo desde mi infancia. Y aún ahora no alcanzo a comprender la profundidad de tu amor».
En sintonía con la antífona de entrada, canta sorprendida y agradecida a la ternura del amor misericordioso de Dios hacia Teresa.

La antífona al Benedictus repite la invitación evangélica de Jesús Maestro: «Os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos».

Pasando al día 2, fiesta de los Santos Ángeles custodios, en el texto evangélico, el Maestro, intuyendo el interés y la casi preocupación de sus discípulos por saber quién sería el más importante,  con el gesto y las palabras, les ofrece y nos ofrece una importante enseñanza: “… llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial»
(Mt 18, 1-5.10).

Y el Evangelio del día 3, la enseñanza de Jesús se hace explosión de una profunda vivencia suya, por la que ÉL alaba y bendice al Padre:
“…lleno de la alegría del Espíritu Santo, Jesús exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas  a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien»”.

El día 4, domingo XXVII del Tiempo ordinario, en la perícopa evangélica, en la conclusión de un discurso todo él relacionado con el matrimonio, centrado en las  respuestas de Jesús a unas cuestiones puestas por “unos fariseos”, Marcos añade una nueva referencia directa a los niños y la reacción de Jesús ante la actitud negativa de los discípulos:
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos”

En las vísperas del martes día 6, cantamos el salmo 132, con la antífona:
«Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos».

Y el salmo:
«Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos son altaneros,
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modelo mis deseos,
como un niño en brazos de su madre».

            Mientras le daba vueltas meditando y orando con las llamadas de la Palabra de Dios para mi vida de discípula, me caen ante los ojos algunas palabras del Papa Francisco nada menos que a “la gerdarmeria vaticana” en la que les dice la importancia de la ‘humildad de su trabajo’, útil en la medida en que precisamente sea ‘humilde’. En la homilía que celebró para ellos, les decía, entre otras cosas:  
         «Vosotros que trabajáis, tenéis un trabajo algo difícil, en el que siempre hay contrastes y tenéis que poner las cosas en su lugar y evitar muchas veces reyertas y delitos. Rezad para que el Señor, con la intercesión de san Miguel Arcángel, os defienda de toda tentación de corrupción por el dinero, por las riquezas, la vanidad y la soberbia. Cuanto más humilde, como Jesús, cuanto más humilde sea vuestro servicio, tanto más fecundo y útil será para todos nosotros.
La humildad de Jesús. Y ¿cómo vemos la humildad de Jesús? Si vamos al relato de las tentaciones, no encontramos nunca una palabra suya. Jesús no responde con palabras propias, responde con palabras de la Escritura las tres veces… Que el Señor nos ayude en esta lucha de todos los días; no para nosotros, es una lucha deservicio, porque vosotros sois hombres y mujeres de servicio: de servicio a la sociedad, de servicio a los demás, de servicio para hacer crecer la bondad en el mundo” (Papa Francisco, 3 de octubre: a la “Gendarmeria vaticana”)
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Cambiando, sólo en cierto sentido, de objetivo, el evangelio de Lucas 10, 38-42 del día 6 con el relato siempre tan significativo de la actitud de Marta y María en su acogida del Maestro en Betania, me hace recordar que el Beato Santiago Alberione había subrayado, en su predicación a nosotras, las ‘Discípulas del Divino Maestro’  este texto  como algo específico, casi diría ‘carismático’, de la espiritualidad y misión de nuestra congregación en la Iglesia.
            Lo he acogido en estos primeros días de octubre casi como síntesis de la reflexión-oración sobre las resonancias de la Palabra y la manera concreta  de vivir esa pequeñez y humildad que propone el Maestro “manso y humilde de corazón”.

Jesús Maestro con Marta y María

La oración de Betania manuscrita, entregada una tarde del año 1958  por el Fundador a nuestra Superiora general,  es la expresión de todo esto:

Ven, Jesús Maestro,
y dígnate aceptar la hospitalidad
que te ofrecemos en nuestro corazón.

Queremos dispensarte el consuelo
y el  descanso que encontraste en Betania,
en casa de tus dos discípulas, Marta y María.
con el gozo de tenerte entre nosotras, te rogamos que,
en nuestra vida contemplativa, nos concedas la intimidad de que gozaba María,
y que aceptes nuestra vida activa según el espíritu de la fiel y laboriosa Marta.
Ama y santifica nuestra Congregación,
como amaste y santificaste a la familia de Betania.
En la cordial hospitalidad de aquella casa
pasaste los últimos días de tu vida terrena, 
preparándonos el don de la Eucaristía,
del sacerdocio y de tu propia vida.
Jesús Maestro, camino, verdad y vida,
que sepamos corresponder  a tan gran amor,
santificando nuestros apostolados:
servicio eucarístico, servicio sacerdotal y servicio litúrgico,
para gloria tuya y salvación de los hombres. Amén.






viernes, 18 de septiembre de 2015

La Virgen María, Madre del buen Pastor

En los primeros días de septiembre, la Familia Paulina, y en particular las Hermanas de Jesús Buen Pastor (“Pastorcitas”), hemos celebrado a la “Virgen María, madre del Buen Pastor”.
“Fiesta” para las Pastorcitas, “memoria obligatoria” para las otras Congregaciones e Institutos de la Familia Paulina (FP).
Entresaco de los “Prenotandos” del “Propio de la Familia Paulina”, aprobado en el verano de 1993.
Por la coincidencia de la esta Fiesta-memoria paulina con la memoria obligatoria de san Gregorio Magno, en el “Propio”, se traslada la “memoria” de san Gregorio Magno. Transcribo la justificación que aparece en el Propio de la Familia Paulina: «¿Por qué san Gregorio Magno en el calendario propio de la Familia Paulina? La memoria de este Papa se celebra en el calendario litúrgico el día 3 de septiembre; a nosotros nos toca celebrarlo el 4 de septiembre. El órgano competente de la Santa Sede – que aprobó el ‘calendario paulino’ – consideró importante que esta memoria no quedara suprimida al conceder para el día 3 la fiesta-memoria de la Virgen María, madre del buen Pastor.
¿Es esto providencial? Sí, porque san Gregorio Magno, junto con san Bernardo, es considerado «padrino» de la Familia Paulina (…). El padre Alberione juzgó importante su recuerdo y quiso que su estatua se colocara – junto con la de san Bernardo, cuya memoria coincide el 20 de agosto, fecha del nacimiento de la FP – en una de las columnas corintias que flanquean la majestuosa «Gloria» de la primera iglesia paulina, dedicada a san Pablo en Alba».
Junto a las Fiesta de la Virgen María, madre del buen Pastor, las Pastorcitas celebran, desde el principio – 7 de octubre de 1938 - por voluntad del Fundador, el domingo IV de Pascua, domingo del buen Pastor, como “Fiesta titular” de la Congregación. Según el calendario litúrgico de entonces, se celebraba el segundo domingo después de Pascua.
Les decía el padre Alberione: «En la fiesta de Jesús buen Pastor se quiere dar gloria a Dios que ha enviado a su Hijo a la humanidad y a la oveja perdida. Ahí tenemos a Jesús buen Pastor, y María es su madre».
La imagen del Pastor propuesta por el beato Santiago Alberione hunde sus raíces en la Escritura y hace referencia especialísima al capítulo 10 del evangelio de san Juan, enriquecido con el texto de Ezequiel 34 y otros pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Interpretando el sentir de las hermanas, el p. Alberione les decía: «Me diréis: Pero ¿Por qué nosotras honramos a Jesús bajo el aspecto de Pastor y no de Maestro como lo hacen las demás familias paulinas? Pues porque tenéis que hacer de “pastorcitas”. Jesús es siempre el mismo, pero vosotras debéis formaros para atender a las almas y, como Jesús, saber dar la vida por las ovejas.
(…) Meditar la vida de Jesús. Sí, meditar especialmente esos rasgos en los que mejor se manifiesta el corazón del buen Pastor. Meditarlo e imitarlo. Pero sobre todo centrarse en la Eucaristía. En la Eucaristía el buen Pastor da la vida por nosotros, porque es la renovación del sacrificio de la cruz, y ahí es donde se revela su amor por nosotros» (año 1959).
En otro momento, siempre hablando a las Hermanas de Jesús buen Pastor, se pregunta el Fundador: «¿Quién es el buen pastor? Es quien actúa en relación con el rebajo imitando a Jesucristo camino, verdad y vida».
Aquí el beato Santiago Alberione entronca con el núcleo de la espiritualidad de la Familia Paulina: «Vivir y comunicar a Jesús Maestro-Pastor Camino, Verdad y Vida». Es el centro de la espiritualidad paulina, sobre el cual mucho insistió nuestro beato Fundador, llegando a afirmar que esto no es accesorio para el paulino y la paulina: «es ser o no paulino-paulina» (Ut unum sint, 1960).





La devoción a María ‘madre del buen pastor’ tuvo origen en España, a partir del año 1703 por iniciativa de los Capuchinos: desde aquí se extendió a Europa y al mundo. La Misa y la Liturgia de las Horas fueron aprobados por Pío VII en 1801 y, posteriormente, fueron enriquecida por León XIII.
El Beato Alberione propuso a la congregación paulina de las Hermanas  de Jesús Buen Pastor, desde sus comienzos (29 de octubre de 1938), la devoción a María, madre del buen Pastor, como la forma de  devoción mariana específica y más adecuada al carisma propio.
Esta devoción, introducida probablemente en España a principios del siglo XVIII por los Frailes Capuchinos, el padre Alberione, para las Pastorcitas, la enriqueció con el «color» de su espiritualidad, eligiendo como fecha de celebración el 3 de septiembre, que, desde 1955, coincide con la profesión de estas Hermanas en Italia.
Los textos de esta celebración litúrgica fueron aprobados por la Congregación para el Culto Divino el 28 de julio de 1991.

Decía  el Fundador a las Pastorcitas: «Entre todas las fiestas litúrgicas de la Virgen… ésta tiene una especial importancia para vosotras. Para comprender mejor este nobilísimo título de la Virgen, es necesario conocer y entender bien lo que significa “buen Pastor”. Buen pastor es el que cuida de sus ovejas y las ama, hasta dar la vida por ellas».
La mariología del p. Alberione con relación a la Madre del buen Pastor se expresa en todas las oraciones que compuso, especialmente la coronita. También se manifiesta en la iconografía, para la que dio indicaciones bien precisas.
Él mismo explica: «Es todo un sermón el cuadro que tenéis, donde aparece representada la divina Pastora, que tiene junto a sí a Jesús jovencito apacentando las ovejas, lo mismo que ella apacienta las ovejas; luego, a la derecha y a la izquierda, los dos apóstoles: Pedro, encomendando la Iglesia a María, y Pablo que la empuja hacia ella… María está en medio…
El título de Madre del buen Pastor le corresponde a María porque ella es la madre del divino Pastor, y porque tuvo que sufrir mucho por los hombres y mucho en el cielo se preocupa por la salvación de las almas, de los pecadores y de los infieles que están fuera de la Iglesia, y de los que procuran avanzar por el camino de la santidad y la justicia… María protege al Pastor universal de la Iglesia, el Papa» (A las Pastorcitas, 1959).
            «Dirijamos la mirada a nuestra madre María, invocada como madre del divino Pastor. (…) Jesús es buen Pastor porque llama a las almas y las salva, las nutre de sí mismo. María dio a Jesús a toda la humanidad, a los que han vivido, a los que viven y a los que vivirán: apacienta, pues, a las almas con su Jesús…
Podemos decir a la Virgen: nútrenos, dándonos el alimento celestial: Jesús camino, verdad y vida; defiéndenos, asístenos; que podamos estar contigo en el Paraíso».



En el Oficio de lectura de la fiesta-memoria de la Virgen María madre del buen Pastor, el texto bíblico es el de Ga 3,22 –4,7, y la segunda lectura: de la Constitución dogmática Lumen Gentium (nn. 58-59. 61 o bien: “de las enseñanzas del beato Santiago Alberione, presbítero (a las Hermanas Pastorcitas). Entresaco de ésta:
  “Es muy hermoso estudiar el paso evangélico donde Jesús recoge sus enseñanzas sobre las tareas del pastor. Lo haremos considerando las palabras del texto evangélico (Jn 10, 11-16).
(…) La primera cualidad del buen Pastor y de las Pastorcitas es la de conocer a las ovejas y dejarse conocer por ellas. Ésta será la prueba de su solicitud, ésta será la condición para que las ovejas no tengan miedo de su presencia. Esta cualidad la descubrimos perfectamente en Jesús: Conozco a mis ovejas. Hay que notar que las conoce una por una; a cada una le ha asignado su propio nombre y por el nombre las llama.
Otra preciosa enseñanza de Jesús es ésta: debemos preceder a nuestras ovejas con el buen ejemplo.
(…)  Las ovejas son asediadas por los ladrones y los lobos. Los ladrones querrían arrancarlas de su rebaño y los lobos quisieran despedazarlas. Nos corresponde a nosotros defender el rebaño con valor y sacrificio.
El buen Pastor y la verdadera Pastorcita arriesgan su vida y la sacrifican por la salvación del rebaño. El buen pastor da la vida por sus ovejas. Jesús insiste en la gran prueba de amor que ha dado a sus ovejas; nadie se ha encontrado jamás en su situación, es decir, la de ser el dueño de la vida, y la de entregarla voluntariamente.
Ésta es la tarea encomendada al pastor y a la pastorcita.
Cuanto mayor sea el celo tanto más rápidamente se realizará ese magnífico ideal del único rebaño. Por eso oró Jesús en la tierra y sigue orando en el cielo: Para que sean una sola cosa; y pone a disposición de todos sus tesoros de verdad, de gracia y misericordia».


Prefacio de la fiesta de la Virgen María madre del buen Pastor

…. Por Cristo, Señor nuestro.

Porque él, buen Pastor, amante de la unidad y de la paz,
eligió para sí una Madre incorrupta de alma y cuerpo,
y quiso como Esposa a la Iglesia una e indivisa.

Elevado sobre la tierra,
en presencia de la Virgen Madre,
congregó en la unidad a tus hijos dispersos,
uniéndolos a sí mismo con vínculos de amor.

Vuelto a ti y sentado a tu derecha,
envió sobre la Virgen María,
en oración con los apóstoles,
el Espíritu de la concordia y de la unidad,
de la paz y del perdón.




domingo, 6 de septiembre de 2015

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario            

            He iniciado la celebración del domingo 23 dando gracias al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, en el Espíritu Santo, por el don del nuevo día, el día de la Pascua  semanal, que quiero vivir en actitud de alabanza y acción de gracias. 
Me abro a la Trinidad santa, la adoro y renuevo la oración: «a Ti, Padre, me ofrezco, entrego y consagro como hija; a ti, Jesús Maestro, me ofrezco, entrego y consagro como hermana y discípula; a ti, Espíritu Santo, me ofrezco, entrego y consagro como templo vivo para ser consagrado y santificado». A La Virgen María, madre de la Iglesia y madre mía, tú que vives en comunión más íntima con las tres Personas divinas, concédeme vivir, en comunión cada vez más profunda con las tres divinas Personas, para que toda mi vida, a través de la liturgia y los sacramentos, sea un gloria al Padre, al hijo y al Espíritu Santo» (P. Alberione).

  La oración litúrgica, como siempre, es mi guía en la vivencia del Misterio pascual del Señor Jesús,
La oración comunitaria inicia cada día con la celebración de Laudes, el domingo, puesto que tengo más tiempo, personalmente, casi siempre la inicio con el Oficio de lectura. Deseo vivir esta celebración eclesial, “haciéndome voz de toda criatura” para bendecir y alabar a la Trinidad santísima. La liturgia, como siempre es mi guía en la vivencia del Misterio pascual del Señor Jesús.

Consciente de mis limitaciones y deficiencias, inicio la oración litúrgica con el “Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza”. Es el Espíritu del Señor el que me capacita y, como admirable mistagogo, me introduce en la alabanza a Dios.

Este domingo, el III del Salterio, oro con el salmo 144, que propone la Liturgia, como himno a la grandeza de Dios. ¡Precioso!
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
Una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la grandeza de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
 yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñosos con todas sus criaturas. (…)

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás”.

Este tono de alabanza acompaña los salmos y el cántico de Laudes: alabanza al Dios creado (salmo 92), en nombre de toda la creación (Cántico de Daniel, y de nuevo explosión de la alegría y la alabanza cósmica  al Dios creador, con el salmo 148.

Alabad al Señor en el cielo,
Alabad al Señor en lo alto
Alabadlo todos sus ángeles;
alabadlo todos sus ejércitos.
Alabadlo, sol y luna;
y aguas que cuelgan en el cielo.
Alaben el nombre del Señor,
porque él lo mandó, y existieron. (…)
Alabad al Señor en la tierra,
Cetáceos y abismos del mar (…).

 Prosigue la invitación a la alabanza a Dios de toda la creación inanimada y animal, para concluir de nuevo con la invitación a toda la humanidad para que, de nuevo “como voz de toda criatura del cielo y de la tierra, prorrumpa en alabanza y bendición la Señor:
Reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo,
los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños,
alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime.
Su majestad sobre el cielo y la tierra;
Él acrece el vigor de su pueblo.
Alabanza de todos sus fieles,
De Israel, su pueblo escogido”.

La eucología propia de este Domingo XXIII del tiempo ordinario también favorece y alimenta esta actitud de alabanza por la confianza que transpira en todas sus expresiones:

Dice la oración colecta:
Señor, tú que te has dignado redimirnos
y has querido hacernos hijos tuyos,
míranos siempre con amor de Padre
y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo,
alcancemos la libertad verdadera
y la herencia eterna.

Comenta C. Urtasun: «Magnífica colecta. Es como una síntesis de toda la obra redentora realizada por Jesucristo en su sacrificio pascual, presentada junto a  una brillante motivación que da paso a dos peticiones hermosas».

            La Oración sobre las ofrendas, quizás más rica en el texto original que en la traducción castellana.
            Deus, auctor sincerae devotionis et pacis,
da, quaesumus,
ut et maiestatem tuam convenienter hocmunere veneremur,
et sacri participatione mysterii fideliter sensibus uniamur.

Al Padre, fuente, autor de la paz y del amor sinceros, la Iglesia le pide: venerar, glorificar de forma digna su majestad, su grandeza, su divinidad, y que los que participamos en el sagrado misterio, en el mismo sacramento, vivamos también  unidos teniendo un solo corazón y una sola alma.
Esta oración me recuerda el cántico de san Pablo en Efesios 1,3-6. 12-14, traducido en vivencia constante de una manera maravillosa la carmelita sor Isabel de la Trinidad.
“Ser laus gloriae”, vivir “para alabanza de la gloria de su gracia””; “para ser nosotros alabanza de su gloria”;  … para redención del Pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria”.
Toda la liturgia, la Eucaristía de manera especialísima, es “sacrificio de alabanza”, “sacrificium laudis”. ¡Cuántas veces se repite esta expresión en la eucología!

Oración después de la Comunión:
Con tu palabra, Señor, y con tu pan del cielo,
alimentas y vivificas a tus fieles;
concédenos que estos dones de tu Hijo
nos aprovechen de tal modo
que merezcamos participar siempre en su vida divina”.

Cito de nuevo al p. Cornelio Urtasun, por la profundidad de su comentario: «Hermosa, de verdad, esta oración después de la Comunión. Con una motivación que es la síntesis de la fe de la Iglesia en la palabra de Dios, salida de la boca del Altísimo, y de la Palabra hecha carne, teje una petición vigorosa: que merezcamos vivir siempre de la vida de su Hijo  que merezcamos vivir siempre de la vida de su Hijo querido».

Me agrada de manera especial la traducción gallega de la oración latina. La cito con especial cariño, por recordarme una vez más, y con complacencia, mis raíces:

Señor, ti alimentas e renueva-los teus fieis na mesa da palabra e do pan de vida.
Axúdanos a aproveiotar estes dons de teu Fillo benquerido,
Para que merezcamos compartir sempre a súa mesma vida”.

También en la Liturgia de la Eucaristía de este domingo encontramos una fuerte invitación a la alabanza del Señor, en respuesta a la Palabra proclamada, en la que el profeta Isaías preanuncia proféticamente la salvación y curación que Jesús realiza, como relata Marcos en  el  Evangelio.

Salmo 145:

Alaba, alma mía, al Señor.

Que mantiene su fidelidad perpetuamente
que hace justicia a los oprimidos
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.

El Señor abre los ojos al cielo,
El Señor endereza a los que ya se doblan,
El Señor ama a los justos,
El Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y al a viuda,
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,

tu Dios, Sión, de edad en edad.