viernes, 20 de diciembre de 2013

"EL ADVIENTO ES TIEMPO MARIANO POR EXCELENCIA"

20 de diciembre


                               Oración colecta: 
           "Señor y Dios nuestro, 
           a cuyo designio se sometió
           la Virgen Inmaculada
           aceptando, al anunciárselo el ángel,
encarnar en su seno a tu Hijo:
tú que la has trasformado,
por obra del Espíritu Santo,
en templo de tu divinidad,
concédenos,
siguiendo su ejemplo,
la gracia de aceptar tus designios 
con humildad de corazón".

"Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo".

"El Espíritu Santo vendrá sobre ti, 
y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra;
por eso el Santo que va a nacer
se llamará Hijo de Dios".



Cada Eucaristía es una Anunciación.
Aquí desciende el ángel de la Palabra y ese mensajero único, que es el Espíritu.
Así nuestras entrañas son fecundadas.
Nosotros, la Iglesia, somos cubiertos con la sombra del Espíritu 
y somos transformados en portadores de una nueva criatura,
una nueva creación.

"María acoge confiadamente la Palabra de Dios; también supo esperar, ¿cómo vivió aquellos meses, y las últimas semanas en la espera de su Hijo? 
Sólo por medio de la oración y de la unión con Dios podemos hacernos una idea de lo que vivió en su interior.
María vivió con intensidad este acontecimiento que transformó su existencia de manera radical.
Con su Sí engendró al Hijo de Dios, al que había concebido desde la fe.
Como cristianos, ¿cómo no centrar nuestra vida al contemplar este Misterio inefable?
¿Cómo no anunciar la alegría de la Navidad a todos los que no han experimentado ese Dios-Amor?" (card. Oscar R. Madariaga)

miércoles, 3 de abril de 2013

¡RESUCITÓ DE VERAS MI AMOR Y MI ESPERANZA!


Las Mujeres y el Señor Resucitado
  

En la semana de Pascua la liturgia de la Iglesia nos ofrece cada día algunas apariciones del Señor Resuciatdo a las mujeres, a los discípulos cerrados “en una casa”, a los dos que se iban a Emaús…
                Entre todos los elegidos por el Maestro resucitado de la muerte, son recordadas con una predilección especial las mujeres.

                Dice el p. Ska, sj: «Las mujeres, como todos saben, realizan un rol esencial en los relatos de la resurrección. Nuestra fe en la resurrección de Jesucristo depende y gira en torno al testimonio, y sólo al testimonio de las mujeres. Son ellas las que asistieron a la crucifixión, a la sepultura y que descubren la tumba vacía el primer día de la semana. Sólo las mujeres pueden certificar que el cuerpo que estaba en la cruz ha sido sepultado en el sepulcro que descubren vacío la mañana de Pascua».

El Santo Padre Francisco, en la homilía de la Vigilia pascual también destaca: «En el Evangelio de esta Noche luminosa encontramos primero a las mujeres que van al sepulcro, con aromas para ungir su cuerpo. Van a hacer un gesto de compasión, de afecto, de amor; un gesto tradicional hacia un ser difunto (…). Pero en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús lo que las impulsa a ir al sepulcro…».

Los cuatro evangelistas refieren el camino de las mujeres para ir al sepulcro.

Juan se fija en una mujer: María Magdalena (Jn 20,11-18) y narra la aparición de Jesús resucitado, mejor, el encuentro del Maestro resucitado con su discípula María de Magdala con todo detalle. Por eso la Liturgia reservará un día, el martes de Pascua, para ofrecernos este texto precioso.

Quiero recordar el comentario que, en sus mínimos particulares, todos ellos significativos, refería el mismo p. Ska en una meditación del año 2011.

La cito por entero, porque me parece importante.

«El evangelio de Juan dice lo mismo, obviamente, pero pone en escena una sola mujer, María, la Magdalena. La narración que encontramos sólo en Juan describe el encuentro de la Magdalena con el resucitado, pero añade algunos particulares de relieve, a mi parecer, para quien quiere saber qué significa dar testimonio de la resurrección de Jesucristo.
El relato inicia con el llanto de María Magdalena ante la tumba vacía. Ve dos ángeles, pero esta visión no la consuela. La conversación con los dos ángeles tiene como finalidad única hacer comprender el motivo del dolor inconsolable de María Magdalena: no encuentra más a su Señor.
La narración, con gran precisión, nos dice que María Magdalena se vuelve, mira detrás de ella, y  ve a alguien, pero no lo conoce. El narrador – el evangelista – nos revela, a nosotros lectores, que se trata de Jesús resucitado.

Nos preguntamos inmediatamente si, cuándo y cómo María Magdalena reconocerá a Jesús.

Es esencial representarse bien la escena. Al principio, María Magdalena se encuentra ante la tumba vacía. El texto dice incluso que se asoma al sepulcro. Se podría también traducir: “Se inclinó con la cabeza dentro del sepulcro”. Lo importante es que se asoma al sepulcro. Jesús, cuando aparece, se encuentra detrás de María, no en la tumba. Para verlo, tiene, pues, que girar la cabeza y es lo que describe el v. 14.

Sigue la conversación entre Jesús y la Magdalena que piensa que está hablando con el jardinero. Jesús le hace la pregunta que le habían hecho ya los ángeles: “¿Por qué lloras”? Añade sólo: “¿A quién buscas?” María Magdalena responde a Jesús sustancialmente lo que había constestado a los ángeles, pero con alguna diferencia: “Señor, si lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo iré a cogerlo” (20, 15). Esta vez expresa su voluntad de ir a “coger” a su Señor. Hay una cierta progresión entre la conversación entre la Magdalena y los ángeles por una parte, y la de la Magdalena con el resucitado por la otra. María Magdalena está más decidida a reencontrar a su Señor.

Pero hay otra diferencia a destacar entre las primeras dos partes del relato. La posición de María Magdalena ha cambiado. Al principio, está frente al sepulcro, y hasta con la cabeza dentro. Cuando habla con Jesús, se vuelve y mira, no ya la tumba, sino hacia atrás donde se encuentra Jesús.

En el tercer momento de la narración, Jesús se da a conocer cuando dice: “María”. Basta llamarla por nombre y ella reconoce a Jesús. En este momento, si comprendo bien el texto, se vuelve completamente hacia Jesús y confiesa su fe: “Ella, se dio la vuelta y le dijo” en hebreo: “’¡Rabbuní!’ que significa ‘¡Maestro!’” (20,16). Es necesario de nuevo visualizar la escena. María, ahora, gira completamente las espaldas al sepulcro y se encuentra cara a cara con Jesús.

 Así, y solamente así, puede reconocerlo y confesar su fe en el Resucitado.

En otras palabras, para reconocer al Resucitado, es necesario dar la espalda al sepulcro vacío. Jesús no está en la tumba. Está en el camino delante del sepulcro. Jesús después le dice a María que vaya a anunciar la resurrección a los discípulos.

María se convierte en la primera anunciadora de la resurrección, la primera misionera de la Pascua en el evangeliode Juan.

La tumba, en esta narración, no es un punto final. Se convierte en el punto de salida de un camino de evangelización, de anuncio de la buena noticia de la resurrección. La narración, en conclusión, muestra cuál es – concretamente – el camino de conversión.

Quien quiera encontrar al Resucitado, está llamado a dar la espalda al sepulcro, y a ver en cambio en el sepulcro vacío no un punto de llegada sino un punto de partida. Jesús obliga a María Magdalena a darse la vuelta y a ponerse en camino hacia los “hermanos”. Jesús está allí, no en el sepulcro vacío; está en el camino que conduce a los “hermanos”». 

De nuevo, el Papa Francisco en la audiencia general del miércoles 3 de abril subraya el papel de las mujeres en las narraciones de la Resurrección.  Los primeros testigos de este evento fueron las mujeres... Son impulsadas por el amor y saben acoger este anuncio con fe: creen, y en seguida lo transmiten, no se lo reservan para sí, lo transmiten. (...)
En los Evangelios de la Resurrección las mujeres tienen un rol primario, fundamental.
Es ésta un poco la misión de las mujeres: ¡de las madres, de las mujeres! Dar testimonio de que Jesús esta vivo, es el viviente, ha resucitado. Madres y mujeres, ¡adelante con este testimonio!
 

jueves, 7 de marzo de 2013

"... estar con Él en el silencio de la adoración"

Benedicto XVI a la Vida Consagrada
 
Con mucho retraso vuelvo a las palabras de Benedicto XVI – el querido y recordado Papa ya emérito - en la homilía de la Celebración eucarística del 2 de febrero.  Me han impactado de manera muy especial; he sentido el corazón del Papa muy sensible a la belleza de la Vida consagrada, y al mismo tiempo a los desafíos con los que se encuentra y a los que tiene que responder...
Sólo después de los acontecimientos de estos días, de su renuncia al ejercicio del ministerio petrino, de su emotiva y tremendamente sencilla despedida de los fieles en la última audiencia general, de los cardenales y de los fieles en Castelgandolfo, he comprendido algo más la hondura y profunda vivencia personal que revelaban sus palabras. Algunas reflexiones y testimonios de hermanos en la Vida consagrada me han iluminado y confirmado en lo que había sido en un principio intuiciones…
Recuerdo las palabras del Deuteronomio en la liturgia del miércoles III de Cuaresma: “Presta atención, y no te olvides de lo que has visto con tus ojos; recuérdalo mientras vivas y cuéntaselo a tus hijos y a tus nietos” (Dt 4,9).
Y en este espíritu quiero escribir algunas palabras de Benedicto XVI en la recordada homilía:
«… desearía haceros tres invitaciones, a fin de que podáis entrar plenamente por la «puerta de la fe» que está siempre abierta para nosotros  (PF, 1)
Os invito en primer lugar a alimentar una fe capaz de iluminar vuestra vocación. Os exhorto por esto a hacer memoria, como en una peregrinación interior, del «primer amor» con el que el Señor Jesucristo caldeó vuestro corazón, no por nostalgia, sino para alimentar esa llama. Y para esto es necesario estar con Él, en el silencio de la adoración; y así volver a despertar la voluntad y la alegría de compartir la vida, las elecciones, la obediencia de fe, la bienaventuranza de los pobres, la radicalidad del amor. A partir siempre de nuevo de este encuentro de amor, dejáis cada cosa para estar con Él y poneros como Él al servicio de Dios y de los hermanos (cf VC, 1)
En segundo lugar os invito a una fe que sepa reconocer la sabiduría de la debilidad. En las alegrías y en las aflicciones del tiempo presente, cuando la dureza y el peso de la cruz se hacen notar, no dudéis de que la kenosi de Cristo es ya victoria pascual. Precisamente en la limitación y en la debilidad humana estamos llamados a vivir la conformación a Cristo, en una tensión totalizadora que anticipa, en la medida posible en el tiempo, la perfección escatológica (ib., 16). En las sociedades de la eficiencia y del éxito, vuestra vida, caracterizada por la «minoridad» y la debilidad de los pequeños, por la empatía con quienes carecen de voz, se convierte en un evangélico signo de contradicción.
Finalmente os invito a renovar la fe que os hace ser peregrinos hacia el futuro. Por su naturaleza, la vida consagrada es peregrinación del espíritu, en busca de un Rostro, que a veces se manifiesta y a veces se vela: «Faciem tuam, Domine, requiram» (Sal 26, 8). Que éste sea el anhelo constante de vuestro corazón, el criterio fundamental que orienta vuestro camino, tanto en los pequeños pasos cotidianos como en las decisiones más importantes. No os unáis a los profetas de desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz —como exhorta san Pablo (cf. Rm 13, 11-14) —, permaneciendo despiertos y vigilantes. (...)  
Queridos hermanos y hermanas: la alegría de la vida consagrada pasa necesariamente por la participación en la Cruz de Cristo. Así fue para María Santísima. (…).En esta fiesta os deseo de modo particular a vosotros, consagrados, que vuestra vida tenga siempre el sabor de la parresia evangélica, para que en vosotros la Buena Nueva se viva, testimonie, anuncie y resplandezca como Palabra de verdad (cf. PF, 6)».

 

 

sábado, 19 de enero de 2013

Contad las maravillas del Señor a todas las naciones

Domingo II del Tiempo Ordinario

Salgo de la adoración eucarística; me he detenido en la lectura-meditación-oración con los textos de la Liturgia de este Domingo II domingo del Tiempo Ordinario. Los textos de la Liturgia eucarística son particularmente elocuentes, expresión de una nueva ‘manifestación’ de Jesús Maestro en las bodas de Caná.
Nos prepara e introduce a la meditación de esta ‘epifanía’ la primera lectura del profeta Isaías con acentos líricos del amor esponsal de Dios hacia su pueblo: “Ya no te llamarán ‘abandonada’ ni a tu tierra ‘devastada’…La alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo”.

Medito los textos eucológicos y me detengo en particular en la oración sobre las ofrendas, que es particularmente densa y rica de contenido doctrinal. Me recuerda la de la Misa vespertina en la Cena del Señor. Una oración que desde antiguo ha formado parte de la liturgia eucarística, y que condensa la Fe de la Iglesia en el Sacrificio de Cristo, en su Misterio pascual, actualizado sacramentalmente en la Celebración de la Eucaristía, “quoties” – “cada vez que celebramos”.
Dice la oración:
“Concédenos, Señor, participar dignamente de estos santos misterios,
pues cada vez que celebramos este memorial del sacrificio de Cristo
se realiza la obra de nuestra redención”.

Para intentar profundizar en el contenido del mensaje del evangelio de las bodas, he querido recordar una meditación escuchada en marzo de 2011 en Roma, del p. J. Ska, jesuita. A través de las dos meditaciones de un día de retiro, ha querido conducirnos a la comprensión de la imagen del “discípulo” en el evangelio de san Juan. Nos decía: «el que parta a la búsqueda del “discípulo” en todo el evangelio de Juan, comienza un recorrido interesante. Tiene que seguir a Jesús con una pregunta muy concreta: ¿quién es el “discípulo”? Tendrá que leer con mucha atención todo el evangelio, recoger indicios, y tentar trazar el retrato del “discípulo”.
Trascribo el comentario, en mi traducción.

Las bodas de Caná (Jn 2,1-12)

El relato de las bodas de Caná es muy conocido. También en esta narración, sin embargo, hay lagunas sorprendentes. Por ejemplo, el relato nos dice quién ha sido invitado a la boda, pero no dice quién se casó en Caná de Galilea. No es normal ir a asistir a unas bodas sin saber quién se casa, sino más bien teniendo la lista de los invitados. ¿Por qué? Podríamos decir que los invitados son más importantes que los mismos esposos. Es verdad. La pregunta, entonces es: ¿por qué los invitados son más importantes? Además, en la lista de los invitados, la madre de Jesús precede al mismo Jesús (Jn 2, 1-2). También este rasgo puede sorprender, especialmente en el evangelio y en una sociedad patriarcal como la del evangelio. Pero es así. La madre de Jesús es mencionada la primera, luego siguen Jesús y sus discípulos. ¿Cómo explicar esto? Releamos el relato.

Llega a faltar el vino, como se sabe, y es María la que se da cuenta. Tenía que estar de algún lado donde se pudiese ver el nivel del vino bajar en las jarras y percibir el nerviosismo de quien estaba encargado de la organización de la boda. De todas formas, María se da cuenta de la cosa. No sólo se da cuenta, sino que reacciona y va a ver a Jesús. Le dice pocas palabras: “No tienen vino” – sólo tres palabras en griego (2,3). La reacción de Jesús es singular y sorprende al lector: “¿Qué tengo yo contigo, mujer? No ha llegado todavía mi hora” (2,4). La primera parte de la frase, traducida aquí con “¿qué tengo yo contigo?” se podría traducir literalmente, con “¿qué hay entre tú y yo?” La frase es conocida y la encontramos varias veces en el Antiguo Testamento (Jue 11,12; 2Sam 16,10; 19,23; 1Re 17,18; 2Re 3,13; 2Cr 25,31), así como en el Nuevo Testamento (Mt 8,29; Mc 1,24; 5,7; Lc 4,34; 8,28; Jn 2,4.). En general, la expresión significa: “¿En qué te entrometes?” En nuestro contexto, el tono es quizás menos agresivo y Jesús puede decir más sencillamente: ”Tu intervención no es del todo oportuna”. De todas formas, la reacción de Jesús no es muy positiva. La razón es sencilla y proviene del contexto. En el mundo bíblico – y no sólo – hombres y mujeres no comían nunca juntos en los grandes banquetes. También hoy en el mundo musulmán, durante la celebración de las bodas, las mujeres se encuentran en una sala y los hombres en otra. Incluso el esposo y la esposa no están juntos durante el banquete de bodas. María se encontraba obviamente con las mujeres y Jesús con los hombres. María, cuando va a ver a Jesús, rompe con una de las reglas férreas de la época: entra en la sala donde se encuentran los hombres. Tenía que tener razones muy importantes para infringir usos profundamente arraigados en la cultura del tiempo. Veremos que la cosa tiene un significado particular por cuanto se refiere a nuestro tema, es decir, la figura del discípulo en el evangelio de Juan.

Jesús, entonces, le dice simplemente: “¿Qué vienes a hacer aquí?” La segunda parte de la respuesta de Jesús es tan enigmática como la primera. En pocas palabras, dice que el momento de cumplir su obra de salvación no ha llegado todavía. Algo, sin embargo, le hace entender a María que su intervención no ha sido infructuosa. Por esto dice a los sirvientes que hagan todo lo que les diga Jesús. Conocemos lo que sigue de la historia: los servidores van a buscar agua y llenan las grandes tinajas preparadas para las abluciones antes de la comida. Las tinajas, nos dice el relato, contenían de dos a tres medidas, es decir, entre noventa y ciento treinta y cinco litros de agua.  En total, contenían entre quinientos cuarenta y ochocientos diez litros de agua. Los sirvientes van a buscar agua, hay que suponer, al pozo de la aldea o de la villa. Calculad, si queréis, cuántos viajes han tenido que hacer, sabiendo que se pueden transportar entre cinco o diez litros al máximo en un viaje. Además, no sabemos cuánto distase el pozo de la casa donde se celebraban las nupcias. Una cosa es cierta: fue una fatiga desmesurada. Hay que decir, además, que toda esta fatiga era, en sí, inútil, porque faltaba el vino, no el agua. A pesar de esto, los sirvientes llenaron la tinajas “hasta arriba” (2,7) y, por lo menos si nos fiamos de la narración, sin protestar. Todo se desarrolla con gran prisa porque las tinajas son llenadas en el mismo versículo en el que Jesús ordena a los sirvientes que las llenen (2,7). Luego asistimos al “signo” realizado por Jesús. Los sirvientes, después de una segunda orden de Jesús, hacen degustar al maestresala – el director de la mesa -, y no es ya agua, es vino. No sólo el agua se convirtió en vino, sino que se trata de un vino preciado, de óptimo gusto.

Podemos hacer, a este punto, dos observaciones que nos ayudarán a comprender mejor el mensaje del cuarto evangelio sobre el ser discípulo. Una primera observación se refiere al signo mismo. ¿Quién sabe de dónde proviene el vino? ¿El maestresala? - en realidad, es la persona encargada de la organización de la fiesta - No, no lo sabe en absoluto. Es raro, porque si alguien hubiese tenido que preocuparse de la falta de vino  y de procurarlo, era precisamente el maestresala. Los sirvientes, por el contrario, saben muy bien de dónde viene el vino. ¡Han sudado bastante para saberlo!

Pero tenemos que dar todavía un paso adelante en nuestra lectura. El maestresala, después de haber degustado el vino, llama al esposo y le dice: “Todo el mundo sirve al principio el vino de mejor calidad, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se saca el más corriente. Tú, en cambio, has reservado el de mejor calidad para última hora” (2, 10). ¿Qué significa esto? Significa que el esposo – el anónimo esposo de las nupcias de Caná – tiene, según los usos del tiempo, que proporcionar vino a todos los invitados. Si el vino llega a faltar, es pues culpa del esposo que no ha previsto o adquirido cantidad suficiente para todos. Pues bien, alguien ha visto que faltaba el vino. Alguien ha procurado el vino, y un vino excelente. Podemos preguntarnos: ¿Quién es el verdadero esposo en Caná de Galilea? ¿No sería aquel que procura vino en gran cantidad – entre quinientos cuarenta y ochocientos diez litros para ser más precisos – y además, un vino de óptima calidad?

Ciertamente podemos decir que el verdadero esposo de Caná es aquel que interviene, después de haber sido avisado del problema por María.

Queda otro problema: ¿cómo hacer para descubrir quién es el verdadero esposo de la boda de Caná? La respuesta ya está dada: los sirvientes son los que saben, porque han participado con gran generosidad, en la “producción” del vino, si podemos hablar así. Para conocer al esposo, es necesario ir a sacar agua y llenar las tinajas hasta arriba. Los sirvientes saben que falta el vino. No pueden servir agua. Ciertamente pueden sacar agua. Es lo que hacen, y es precisamente  lo que hay que hacer, y lo hacen bien. El resto le toca al “esposo”, que se encarga de transformar el agua en vino.

            Podemos pensar que la narración de Juan nos presenta en este relato, una imagen del discípulo. En efecto, no se habla más de los sirvientes. Se habla de los discípulos que creen en Jesús (2,11). Los otros huéspedes, en cambio, no se dieron cuenta de nada. Han seguido bebiendo, quizás sin percatarse de la diferencia de calidad en el vino servido durante la segunda parte del banquete – que podía durar siete días (Gn 29,27; Jue 14,12). No han descubierto siquiera quién fuese el verdadero esposo.

Me parece inútil insistir: el relato de la boda de Caná ilustra muy bien cuál es el modo justo de portarse, si uno quiere ser discípulo de Jesucristo y, ante todo, saber quién es el Mesías, el verdadero esposo de su pueblo. En este caso, la madre de Jesús muestra el camino, porque ella es la que, atenta a las necesidades de los huéspedes, descubre la primera cuál es el problema.  

 

 

martes, 15 de enero de 2013

Redescubrir la alegría de creer y de comunicar la Fe


 
Introducción

Con la Iglesia, vivimos el Año de la fe.
Como Familia Paulina, estamos en el 2º año de preparación al Centenario de fundación de nuestra Familia religiosa.
Con la liturgia, entramos ya en la inmediata preparación a la Venida “sacramental” del Señor, en  la Navidad’.
Muchos  o demasiados temas y acontecimientos, eclesiales y de Familia, a tener en cuenta para la reflexión de una tarde de retiro. Y ciertamente no han faltado ya las posibilidades – incluso a nivel comunitario y de Familia – para detenernos en uno u otro de estos temas.
He pensado, ante tantas propuestas, que, situándonos en la celebración del Año de la Fe,  podemos reflexionar juntos,  en la primera meditación sobre la relación entre la Fe, la Liturgia y la Comunicación (pretendiendo o por lo menos deseando por mi parte que lo que diga sea, para mí y para vosotros, más motivo de oración que de ‘conocimiento’ puramente intelectual o de clase; porque no se trata de ninguna ‘novedad’, sino de pensar juntos…)-
Y en la 2ª meditación, nos fijaremos en algunos elementos litúrgicos de esta segunda parte del Adviento.

Sin más, entramos en el tema.

1.                   Relación entre Fe – Liturgia – Vida y Comunicación

Cuando en el Concilio los Padres quisieron iniciar su reflexión y debates sobre la LITURGIA, se remontaron a sus orígenes, a su principio fontal, que es: el designio de Dios Padre que “quiere que todos los hombre se salven(1Tm 2,4).
Para conseguir este fin, el Padre envió al Hijo, “al llegar la plenitud de los tiempos, nacido de una mujer” (Gal 4,4).
Cristo, ‘principalmente por el Misterio Pascual realizó la redención de los hombre y la perfecta glorificación de Dios. “Esta obra de redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, Cristo la realizó principalmente por el Misterio pascual…” (SC 5).

1.       1. – Relación Liturgia – Fe

“Cristo Jesús, enviado por el Padre, envió a su vez a los Apóstoles para:
-          predicar el Evangelio – la Fe;
-          y realizar la obra de la redención que proclamaban, a través del Sacrificio y de los Sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica”. (predicación: Fe – realización: Liturgia)
Vemos en estas palabras de la Constitución litúrgica, que, cuando la comunidad predicaba, anunciando el Evangelio de la salvación, lo hacía presente y vivo en la oración litúrgica; es decir,  que ésta se convertía en signo visible y eficaz de salvación, de forma que éste ya no era solamente anuncio hecho por hombres voluntariosos, sino acción que el Espíritu realizaba por la presencia del mismo Cristo en medio de la comunidad de los creyentes.
Nos lo recuerda la SC n. 7, cuando repite por cuatro veces: Cristo está presente”: “siempre está presente en su Iglesia, sobre todo en las acciones litúrgicas”, y concretamente: presente en el Sacrificio de la Misa, en la persona del ministro, en los Sacramentos, en la Palabra, en la asamblea que suplica y canta salmos…”
En estas palabras del Concilio, vemos recordados los dos elementos de Fe y Liturgia, con su relación e implicación mutuas.

1.2.  - Relación entre la Liturgia, la Fe y la Vida

Recordamos el ejemplo e la primitiva comunidad cristiana:
… Perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles y en la comunión fraterna,…
partían el pan en las casas y compartían los alimentos con alegría y sencillez de corazón”. (Hch 2, 42. 46)
En los textos litúrgicos advertimos la mutua relación ‘Fe – Liturgia’.
Fe y liturgia intrínsecamente relacionadas e implicadas.
Y la relación de la fe y la liturgia, si es auténtica,  ha de traducirse en opciones de Vida, ‘lex vivendi’.
Mons. Fisichella, hablando de la relación entre la nueva evangelización y las celebraciones litúrgicas, decía recientemente: “la lex credendi y la lex orandi forman una sola unidad en la que se hace incluso difícil distinguir el final de una y el comienzo de la otra. Por tanto, la nueva evangelización tendrá que ser capaz de hacer de la liturgia un espacio vital, para que tenga significado pleno el anuncio que se realiza” (R. Fisichella).
              Todo esto lo vemos también reflejado en la misma estructura del CEC:
En efecto, la 2ª parte del CEC trata sobre la celebración del misterio cristiano; y establece una estrecha relación con la ‘profesión de la fe’ (1ª parte) y con la vida cristiana (III parte). – No sería forzado ver aquí también la tríada paulina del Fundador el Beato S. Alberione: el corazón (Liturgia); la mente (Fe); la voluntad (conducta moral – vida cristiana).

Adentrándonos en la reflexión, sugiero que nos dejemos interrogar, personal y comunitariamente, por unas palabras de Benedicto XVI en la Carta apostólica Porta Fidei con la que convocaba el ‘Año de la Fe’.
El Papa  constataba que “hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de la nueva evangelización”, con el fin de redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”.
Pide el Papa un “compromiso” no sólo individual, como cosa personal de cada uno de los cristianos, sino un ‘compromiso eclesial’. Y no un ‘compromiso cualquiera, sino que sea ‘más convincente’, más creíble, que llegue a suscitar o provocar interrogantes, a interpelar a la gente…
El fin por el que la Iglesia tiene que involucrarse y comprometerse a fondo, podrá servirse de medios (el Papa los recuerda en particular el volver a los documentos del Concilio Vaticano II y al CEC, pero sobre todo el fin más profundo, por el que el compromiso merezca la pena y nos afecte e implique a todos,  es:
-          redescubrir la alegría de creer
-          y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe (PF 7).
Benedicto XVI habla de la “la alegría de la fe”, y del “entusiasmo” para transmitirla, contagiarla, comunicarla.
Me parece ésta una  llamada fuerte a una  conversión; a volver a presentar y ser testigos de un rostro más amable de la fe, del cristianismo, de la misma Iglesia. Personalmente es la interpretación que hago de estas palabras. Y creo que todos estamos hoy convencidos de que es urgente que la Iglesia – que todos nosotros, los católicos de hoytengamos en cuenta esta llamada del Papa. Nos hace falta, y la gente lo está pidiendo a gritos, aunque a veces lo haga con palabras o gestos que puedan agradarnos más o menos…
//En la Nota de la C. Doctrina de la Fe, Aplicacioens pastorales… para el Año de la Fe, se dice:). “El año de la fe desea contribuir a una renovada conversión al Señor Jesús y al descubrimiento de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia sean para el mundo actual, testigos gozosos y convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar “la puerta de la Fe” a tantos que están en búsqueda de la verdad.
Recordar estas palabras del Papa y de al Congregación romana, nos ayuda a introducirnos en el espíritu de la liturgia del III domingo de Adviento…

                Porque la liturgia del domingo ‘Gaudete’, insistirá de manera especial en esto.
En la oración colecta se habla de la Navidad, a la que nos preparamos, como “fiesta de gozo y de salvación”. Y se añade que queremos celebrarla no tímidamente o con cierta resignación porque ‘toca cantar villancicos, sino “con alegría desbordante”.
                Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo;
concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación,
y poder celebrarla con alegría desbordante”
               
Nuestro padre san Pablo nos está acompañando en todos los domingos de Adviento con la repetida llamada a la alegría, especialmente en la lectura breve de las Vísperas de los cuatro domingos: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres». Y la razón es  clara: «El Señor está cerca».
 
1.2. Relación entre Fe – Liturgia y Comunicación

En los textos de toda la liturgia de la Iglesia advertimos la mutua relación ‘Fe – Liturgia’. Ya la subrayaban los Padres de la Iglesia con una fórmula que se ha repetido con frecuencia desde el V siglo, desde el santo varón Próspero de Aquitania: la ‘lex orandi’ – la liturgia, la oración de la Iglesia coincide o tiene que coincidir con la ‘lex credendi’. Fe y liturgia están intrínsecamente relacionadas.
En las palabras de la carta apostólica “La Puerta de la Fe” que nos introducían en la reflexión comunitaria, y en el tema del Sínodo celebrado en el mes de octubre, aparece otra relación, otro elemento de la secular relación entre la Fe y la Liturgia, un elemento que hoy se subraya ya con particular interés, y que es singularmente importante y específico para nosotros FP: “”volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”.   
Recordamos que el tema del Sínodo era: “La nueva evangelización para la transmisión de la fe”.
La fe es un don teologal de la Trinidad santa, que recibimos en los sacramentos de la iniciación cristiana, y son estos mismos Sacramentos los que nos urgen a “comunicar – transmitir la fe”, el regalo que nosotros hemos recibido ‘gratis’.
Es el mandato de Jesús a los Once: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación…” (Mc 16, 15)- “Haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre…”(Mt 28, 19-20
Gracias a Dios, el Magisterio de la Iglesia se ha mostrado últimamente más sensible a esta cuestión. Los mensajes del Papa Benedicto para la Jornada mundial de los m.c.s. constituyen un documento ejemplar de reflexión y de ánimo. El de la próxima Jornada de 2013: «Nuevas tecnologías, nuevas relaciones. Promover una cultura de respeto, de diálogo, de amistad». [¡No digamos si el mismo Papa entró en el twitter. Mons. Celli, presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones sociales, comentaba a este propósito en el Osservatore Romano, que “El desembarco del Papa en el twitter responde a su deseo aprovechar todas las oportunidades de comunicación que brindan las nuevas tecnologías, propias del mundo de hoy”.]
Y ya Juan Pablo II: “Proclamar desde los terrados. El Evangelio en la era de la comunicación global” (año 2001). Y en el año 2002: “Internet: un nuevo foro para la proclamación del Evangelio”…

1.3. - Intrínseca relación entre Fe – Liturgia – Vida y Comunicación

De la fe a la liturgia, de la liturgia a la vida y a la comunicación de la fe”.
La Iglesia celebra lo que cree y cree lo que celebra. Porque celebrar es actualizar el Misterio que se cree, para así participar de él, y vivir de su gracia, por el poder del Espíritu Santo” (Aurelio G.).
La oración sobre las ofrendas del Jueves Santo dice :

Concédenos, Señor, participar dignamente en estos santos Misterios,
pues cada vez que celebramos este Memorial de la muerte de tu Hijo,
se realiza la obra de nuestra redención”.
Los Padres conciliares introducían el discurso sobre la Liturgia haciendo explícita referencia a estas palabras de la eucología de la Iglesia:
“La Liturgia, por cuyo medio “se ejerce la obra de la redención”, sobre todo en el sacrificio de la Misa…” (SC 2). Con semejante introducción, ouverture, decían que quedaban atrás los tratados o manuales de Liturgia ‘rubricista’ y se presentaba una Liturgia en la óptica de la redención, de la historia de la salvación.
En 2007 el papa Benedicto XVI publicaba la exhortación apostólica “Sacramentum Caritatis” y la dividía en tres grandes capítulos, teniendo precisamente en cuenta precisamente el axioma o principio patrístico y teológico de la intrínseca relación entre fe-liturgia-vida:

-          La Eucaristía, misterio que se ha de creer,
-          la Eucaristía, misterio que se ha de celebrar
-          la Eucaristía, misterio que se ha de vivir.
En sintonía también con las líneas pastorales del Sínodo sobre la nueva evangelización, añadimos: la Eucaristía, la liturgia, misterio de la fe que se ha de comunicar.
No sólo celebramos como creemos y porque creemos, sino que también que celebramos para transmitir, y comunicar la fe; llevarla a todos los momentos y expresiones apostólicas de nuestra vida, cristiana y paulina. Se nos pide «llevar al Palabra de Dios a los hombres de hoy con los medios de hoy»; pregonar la Palabra de Dios, y con ella, comunicar la vida del Dios, su amor y su gracia, a nuestros hermanos “con los medios más rápidos y eficaces”.
El CEC presenta  esta misma relación Fe-Liturgia-Vida-Comunicación, como la síntesis de lo que enseña, celebra, vive y transmite la Iglesia:
-           “Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia (– Fe)
-          y celebra en su liturgia,
-          a fin de que los fieles vvan de él
-          y den testimonio de él en el mundo”  (CEC n. 1068).
La Iglesia celebra lo que cree y cree lo que celebra. El objeto de la liturgia es en efecto, el Misterio de la fe, el Misterio de Cristo, la historia de la salvación en acto.
Recientemente en la revista de pastoral litúrgica PHASE, tratando precisamente el tema de la relación Fe-liturgia, el autor de uno de los artículos se preguntaba: ¿Es posible celebrar sin fe? … Quizás haya gente que vive una fe natural, porque en efecto permanecen ‘las estructuras de fe’, como son los Sacramentos, ¿pero sin fe? ¿… una fe y un Dios a medida de hombre, sin necesidad de la “mediación de la Iglesia”, de sus Sacramentos, de su liturgia?
Y por lo mismo podemos decir también que la fe cristiana exige la celebración de lo que se cree. ¿O se puede ‘creer sin celebrar’? Si es necesario creer para celebrar, también es necesario celebrar para vivir, a la vez que es necesario vivir para creer y celebrar en autenticidad y en verdad. Se trata de tres secuencias que se implican en la dinámica de la vida cristiana.
Celebrar, en efecto, es actualizar el Misterio que se cree, para así participar de él, y vivir de su gracia, por el poder del Espíritu Santo” (Aurelio G.).
Cada vez que celebramos el ‘Memorial’ se renueva la obra de nuestra redención.
Y así, lo que Cristo realizó ‘una vez por todas – semel’ - su misterio pascual de muerte y resurrección – la Iglesia, la liturgia lo conmemora – “con memorial” eficaz, cf Éx 13,8) cada vez que – quotiescumque, cf 1Co 11,26 – celebra el Memorial del SEÑOR. Nos pone en contacto con él, con Cristo Jesús (SC 102). Hoy se renueva para mí – pro vobis et pro multis –
La salvación, la gracia, la Presencia es siempre “ofrecida” por parte de Dios. Es siempre de él la iniciativa; la parte nuestra es siempre de respuesta, de acogida, de ‘amén’.
Por todas estas razones podemos decir también que la fe cristiana exige la celebración de lo que se cree.
En las oraciones del Misal romano con frecuencia se subraya, especialmente en las oraciones después de la Comunión, esta relación Fe-Liturgia-Vida.
 
Cito la del viernes de la octava de Pascua:
Dios todopoderoso y eterno,
que por el Misterio pascual has restaurado tu alianza con los hombres,
concédenos realizar en la vida
cuanto celebramos en la fe.  

De la liturgia a la vida; de la vida a la liturgia.
“Si la liturgia es acción de toda la persona, nada de lo que afecta a la persona puede quedar al margen de la misma; y si la liturgia es obra del pueblo, tampoco nada de  lo que afecta a la sociedad o a la comunidad humana y eclesial puede ser ignorado. Porque Jesucristo, el Dios encarnado, Señor y Salvador en y desde la historia, sigue queriendo salvarnos hoy desde esta historia”. (D. Borobio)
Por lex orandi, lex communicandi, entendemos todo aquello che la Iglesia debe hacer para comunicar y hacer que llegue la verdad del Evangelio a todos los hombres, y por tanto, todo aquello que los cristianos que participan en la liturgia, como miembros vivos de la Iglesia, deben hacer para que lo creído, lo celebrado y lo vivido se transmita y se comunique a los demás… (id.)
 La dinámica de la fe en la celebración litúrgica es una dinámica que pone en relación, en interrelación los diversos momentos en que la fe es confesada, celebrada, vivida y comunicada. Sólo una fe «en circulación interdimensional operativa» puede ser una fe integral”, puede ser la fe de la Iglesia.

El Santo Padre en la audiencia general del miércoles 28 de noviembre habló sobre «Cómo hablar de Dios en nuestro tiempo?” Y comenzó refiriéndose a Jesús que se hizo la misma pregunta: «¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios?»
                 Hablar de Dios, decía el Papa, requiere una familiaridad con Jesús y su evangelio, supone una fuerte pasión por su proyecto de salvación, sin ceder a la tentación del éxito, sino siguiendo el método de Dios mismo”. Y añadió: “El método de Dios es el de la humildad, el método realizado en la encarnación,… y en el granito de mostaza.
 Y casi de inmediato, se refirió a nuestro Padre san Pablo con unas palabras que a todos nos han alegrado mucho: “Ese excepcional comunicador que fue el apóstol Pablo nos brinda una lección, sobre la cuestión de cómo hablar de Dios con gran sencillez (cf 1Co 2, 1-2). Pablo no habla de una filosofía, ni de ideas, sino que habla de una realidad de su vida, habla del Dios que ha entrado en su vida, de un Dios real que vive, habla del Cristo crucificado y resucitado”.
Y proseguía: “La segunda realidad es que Pablo no se busca a sí mismo, no quiere crearse un grupo de admiradores,… no se busca a sí mismo, sino que san Pablo anuncia a Cristo y quiere ganar a las personas para el Dios verdadero y real.
Así, hablar de Dios quiere decir dar espacio a Aquel que nos lo da a conocer; quiere decir expropiar el propio yo ofreciéndoselo a Cristo---“
 
En una de las definiciones de liturgia dadas por el p. Alberione, la presenta como “el libro del Espíritu Santo”, lo mismo que la creación es obra del Padre y la sagrada Escritura del Hijo”.
Los Padres de la Iglesia consideran también al “Espíritu Santo como el ‘gran Comunicador’, que, sobre todo en las acciones litúrgicas es el “vínculo Mediador” que hace posible la conexión (circulación) entre el polo divino de la salvación y el polo humano de la recepción. Porque el ES está en Dios, en la Trinidad, ofreciendo y proponiendo al hombre la salvación, y está en el hombre respondiendo el “amén” de la apertura y la acogida.
El ES es el punto de engarce de nuestra historia personal y comunitaria con la historia de la salvación, que  llegó a su cumplimiento y realización plena en Cristo Jesús” (I. Oñatibia)
 
En la citada audiencia general del 28 e noviembre recordaba el Papa que “El Año de la fe es ocasión para descubrir, con la fantasía animada por el Espíritu Santo, nuevos itinerarios a nivel personal y comunitario, a fin de que en cada lugar la fuerza del Evangelio sea sabiduría de vida y orientación de la existencia”.