jueves, 13 de septiembre de 2012

«Effetá», esto es: «Ábrete»


Domingo XXIII del TO

            Llega el tiempo en que, por fin, los oídos del sordo se abrirán, y la lengua del mudo será capaz de proclamar las hazañas de Dios.
La curación del sordomudo relatada por san Marcos debe entenderse en esta perspectiva litúrgica y sacramental. Tiene lugar en una región de preponderancia pagana. Esta circunstancia sugiere que Jesús ha venido a instaurar una humanidad nueva, de la que todos los hombres están llamados a ser miembros.

Jesús mete sus dedos en los oídos del enfermo, le toca al lengua con la saliva y, mirando al cielo, pronuncia una palabra, effetá, que pasó tal cual, en arameo, a la antigua liturgia del bautismo.

La Iglesia ha visto, pues, en esta curación una especie de parábola viviente de lo que ocurre en el primer sacramento de la iniciación cristiana. Curado de su sordera y de su mutismo espiritual, el bautizado puede escuchar la palabra de Dios, proclamar su fe y alabar a Dios sin cortapisas, a voz en grito.

De este modo, es introducido en la comunidad de los hermanos, donde no hay diferencias entre ricos y pobres, pues todos recibimos gratuitamente los inapreciables beneficios de Dios y son igualmente elevados a la dignidad de «herederos del Reino prometido a los que lo aman».
(Misal de la asamblea dominical. San Pablo).


 Señor, yo no sé hablar como haría falta a los hombres y a la naturaleza.
En las calles y en los campos, soy, si no sordo y mudo, al menos duro de oído y tartamudo.
No sé escuchar, no sé hablar.

Pon tu mano sobre mí, como hiciste con el enfermo de la Decápolis.
Mete tus dedos en mis oídos. Toca mi lengua con tu saliva.

Pronuncia tu «Effetá», es decir, «Ábrete».

Que no sólo mis oídos oigan, que no sólo mi lengua se suelte,
sino que mi corazón y todo mi ser se abran a tu Espíritu y a los hombres,
para que Jesús de Nazaret pase entre nosotros,
pase de uno a otro, transmitido de unos a otros.

Tu saliva tocó mi lengua humana.
Esta saliva que estaba en tu lengua soltó la otra lengua.
Contacto divino  transformador.
Contacto inaudito.

Pero a través de qué medio tan humilde: ¡un poco de saliva!

Cuando Jesús de Nazaret pasa, cundo libera mis oídos y mi lengua,
no lo veo como el Mesías glorioso, como el Resucitado triunfante.
Él sólo se sirve de los medios más pobres.

Al que pasa, la gente lo llama «Jesús de Nazaret»,
y esta denominación de origen evoca años de vida oculta y laboriosa.

 Un monje de la Iglesia de Oriente, Presénce du Christ, éd. De Chevetogne.

 

Siento la voz divina de tu boca,
acariciar mi oído tiernamente,
tu aliento embriagarme, y en mi frente
la mano que ilumina cuanto toca.

 Mi antiguo corazón de amarga roca
ha brotado divina, oculta fuente,
y una armonía dulce y sorprendente
a su celeste amor, fiel me convoca.

 La soledad, la noche en que vivía,
el hondo desamparo y desconsuelo,
la triste esclavitud que me perdía,

 son ahora presencia, luz sin velo,
son amor, son verdad, son alegría,
¡son libertad en ti, Señor, son cielo!
 
(B. LLorens, Dios en la poesía actual. BAC)

Señor, tú que te has dignado redimirnos
y has querido hacernos hijos tuyos,
míranos siempre con amor de padre
y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo,
alcancemos la libertad verdadera
y la herencia eterna.

            (Oración colecta)