martes, 27 de marzo de 2012

EL VENERABLE SACRAMENTO DE LA CUARESMA

La Cuaresma, camino hacia la PASCUA

La madre Iglesia nos va acompañando con su liturgia paso a paso en el recorrido personal y comunitario hacia la meta, que constituye el centro y núcleo de todo el Año litúrgico: la celebración del TRIDUO PASCUAL.
Un año más – per annua exercitia – El año litúrgico, en espiral, año tras año, en días determinados  nos acompaña en la celebración de todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la espera de la dichosa esperanza y venida del Señor (SC 102).

Así, entrábamos el primer domingo en el “sacramento de la Cuaresma” – annua quadragesimalis sacramenti” – con el deseo, la petición de avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud.

La Cuaresma es un ‘sacramento venerable’, signo sensible y eficaz de ese misterio de Cristo en el que nos introduce a través de los ‘ritos y las oraciones’.
Hemos pedido en la oración colecta de este primero domingo:
“Concede nobis, Omnipotens Deus, ut, per annua quadragesimalis exercitia sacramenti, et ad intellegendum Christi proficiamus arcanum, et effectus eius conversatione sectemur.

La traducción castellana es menos significativa. La italiana no se atreve a llamar directamente a la cuaresma “sacramento”, sino que la define casi tímidamente como “signo sacramental de nuestra conversión”. En la edición típica el término “sacramento” aparece de nuevo de la oración sobre las ofrendas: ‘ipsius venerabilis sacramenti celebramus exordium’.  La Cuaresma es el ‘venerable sacramento’; expresión que encontramos varias veces en la eucología romana referido a la misma Eucaristía.

“... ad intellegendum Christi arcanum”: frase lapidaria. Se trata de una petición sublime casi síntesis de la Oración sacerdotal de Jesús, que del principio al fin se mueve con esa sintonía, para culminar en la súplica final: Jn 17, 25-26. La inteligencia del misterio de Cristo, el espíritu de sabiduría y revelación, la iluminación de los ojos del corazón (cf Ef 1, 17-18) para poder penetrar experiencialmente en el misterio de la historia de nuestra salvación, en el Misterio pascual de Cristo, no para quedarnos en un conocimiento puramente intelectual, sino alcanzar un conocimiento con ‘intelletto d’amore’ que conduzca a vivir en plenitud, con todo el ser y la vida este mismo Misterio.

El II Domingo de Cuaresma, domingo de la Transfiguración de Cristo Jesús contemplada en nuestro camino hacia la Pascua de muerte y resurrección, en su eucología se centra en la contemplación del rostro del Señor: spiritali purificato intuitu, gloriae tuae laetemur aspectu.
Ya la antífona de entrada, tomada del salmo 26 nos introduce en este mismo espíritu contemplativo del rostro del Señor: Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré., Señor, no me escondas tu rostro.
Dice la oración colecta: Deus, qui nobis dilectum Filium tuum audire praecepisti, Verbo tuo interius nos pascere digneris, ut, spiritali purificato intuitu, gloriae tuae laetemur aspectu.
Señor, Padre santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con la palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro.

En el texto de la típica es más explícita la petición del don de la contemplación, esencial a la vida cristiana,  pueblo santo que aspira a ‘contemplar el rostro de Dios’ y que recuerda la promesa de Jesús el Maestro: ‘Dichosos los que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios’ (Mt 5,8).
 “El genial principio del p. Vagaggini que  dice que las oraciones del misal son la Palabra de Dios en clave de plegaria, tiene, en este domingo, una brillantísima confirmación. Las tres oraciones reverberan la luz de aquella inmensa claridad del Tabor. Pero, de manera sobresaliente, la colecta” (Urtasun).

Me han resonado en este día con unción unas palabras de Oliver Clement:   “El rostro de Dios fue no sólo el de una individualidad contingente, sino el no-rostro del «esclavo», el aprosôpos, «aquel a quien no se ve»: por su rostro despojado de todas las máscaras de la nada, rostro pascual en el que la desesperación «pasa» a ser esperanza, en el que lo vacío se convierte en lleno, en el que todos los «sin rostro», los excluidos, los parias, los despreciables, los torturados, encuentran su rostro de eternidad. Tal vez la única clave para una práctica cristiana de la política sea la exigencia de dar un rostro a los que no tienen rostro. No hay ninguno de nosotros que en algún momento de su vida no haya sido un aprosôpos. Ser cristiano es descubrir, en el fondo mismo del infierno, el rostro de Dios, destrozado y resucitado, desfigurado y transfigurado, que nos acoge, nos libera, nos ofrece la posibilidad de ser icono, de tener un rostro”. (O. Clement, Le visage intérieure, París 1978, 39)

Y estas otras:  "Del evangelio podemos recabar unas orientaciones para presentar a la asamblea. En primer lugar, la presencia invisible del Padre que también hoy y ahora nos hace una propuesta a todos: escuchar a Jesús, que es su propio Hijo, el Amado. No ha de ser una propuesta, ya conocida, leída y escuchada año tras año. Tiene que ser la novedad de un consejo que busca orientarnos hacia quien es el Amado del Padre, el que puede devolvernos la fuerza y el coraje para no dejarnos arrastrar por otras voces engañosas. Como Abrahán, también nosotros, hemos de responder de la manera más justa y acertada: creyendo, confiando y actuando. (…) Somos herederos de un futuro de plenitud que Dios nos dará, pero también somos responsables de un presente que él nos ofrece para convertirlo en primicia de eternidad” (Ángel Briñas, Misa dominical 2012 83), p. 44).

Domingo V de Cuaresma

Oración colecta: “Quaesumus, Domine Deus noster, ut in illa caritate, qua Filius tuus diligens mundum se tradidit, inveniamur ipsi, te opitulante, alacriter ambulantes.
Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo.

La misma radicalidad y plenitud se subraya en la oración después de la Comunión: que nos cuentes siempre entre los miembros de Cristo, cuyo Cuerpo y Sangre hemos recibido.

La eucología parece una vez más la traducción más perfecta, en clave de plegaria de Jn 17,26: ‘...para que el amor con que tú me has amado, esté en ellos y yo en ellos’. Porque en efecto no se trata sólo de imitar la caridad del Señor Jesús, sino de ‘vivir del mismo amor que le movió a Él: vivir en la misma caridad que impulsó al Hijo a entregarse en la obediencia filial al Padre por nuestra salvación.

La parábola de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-7) aclara diáfanamente el contenido de la eucología de este domingo ya tan cercano a la Pascua. Se me indica claramente que no es cuestión solamente de seguir a Jesucristo, ni únicamente de revestirse de Jesucristo (cf Rm 13, 14; Ga 3,27; Ef 4,24). La meta final de los hijos de Dios debe ser el de llegar a ser Jesucristo mismo, identificados con él, viviendo de su vida, como él vive de su Padre (Jn 6,57), como el sarmiento vive de la vida de la vid.
Es siempre el camino de cristificación al que el Vaticano II llama con la invitación universal a la santidad; el ejemplo de Cristo Jesús “el Entregado”, el ejemplo de Pablo, que sufre dolores de parto hasta que en sus hijos, los Gálatas, sea formado Cristo, Donec formetur Christus in vobis.
Todo me lleva a recordar como el beato Santiago Alberione quiso poner estas palabras, el espíritu que ellas contienen y expresan como el auténtico camino de formación del y de la discípula de Jesús Maestro.  
Y esta gracia es ciertamente ante todo fruto de la vida eucarística celebrada, recibida, adorada, consecuencia de la incorporación a Cristo el Señor, gracias a la comunión de su Cuerpo y de su Sangre. Toda esta riqueza de contenido de la Cuaresma creo que la resume claramente la eucología mayor de los prefacios. Me fijo en particular en el prefacio i de Cuaresma:

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

Por él concedes a tus hijos anhelar año tras año,
con el gozo de habernos purificado,
la solemnidad de la Pascua,
para que, dedicados con mayor entrega
a la alabanza divina y al amor fraterno,
por la celebración de los misterios
que nos dieron nueva vida,
lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios.

Por eso,
con los ángeles y arcángeles
y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar
el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…










El II Domingo de Cuaresma, domingo de la Transfiguración de Cristo Jesús, contemplada con la actitud del que camina hacia la Pascua de muerte y resurrección, en su eucología se centra en la contemplación del rostro del Señor: spiritali purificato intuitu, gloriae tuae laetemur aspectu.
Ya la antífona de entrada, tomada del salmo 26 nos introduce en este mismo espíritu contemplativo del rostro del Señor: Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré., Señor, no me escondas tu rostro.
Dice la oración colecta: Deus, qui nobis dilectum Filium tuum audire praecepisti, Verbo tuo interius nos pascere digneris, ut, spiritali purificato intuitu, gloriae tuae laetemur aspectu.
Señor, Padre santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con la palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro.
En el texto de la típica es más explícita la petición del don de la contemplación, esencial a la vida cristiana,  pueblo santo que aspira a ‘contemplar el rostro de Dios’ y que recuerdan la promesa de Jesús el Maestro: ‘Dichosos los que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios’ (Mt 5,8).
 “El genial principio del p. Vagaggini que  dice que las oraciones del Misal son la Palabra de Dios en clave de plegaria, tiene, en este domingo, una brillantísima confirmación. Las tres oraciones reverberan la luz de aquella inmensa claridad del Tabor. Pero, de manera sobresaliente, la colecta” (Urtasun).
Dos textos me ayudan a reflexionar y asimilar la Palabra expresada en la eucología y en las perícopas bíblicas:
 “El rostro de Dios fue no sólo el de una individualidad contingente, sino el no-rostro del «esclavo», el aprosôpos, «aquel a quien no se ve»: por su rostro despojado de todas las máscaras de la nada, rostro pascual en el que la desesperación «pasa» a ser esperanza, en el que lo vacío se convierte en lleno, en el que todos los «sin rostro», los excluidos, los parias, los despreciables, los torturados, encuentran su rostro de eternidad. Tal vez la única clave para una práctica cristiana de la política sea la exigencia de dar un rostro a los que no tienen rostro. No hay ninguno de nosotros que en algún momento de su vida no haya sido un aprosôpos. Ser cristiano es descubrir, en el fondo mismo del infierno, el rostro de Dios, destrozado y resucitado, desfigurado y transfigurado, que nos acoge, nos libera, nos ofrece la posibilidad de ser icono, de tener un rostro”. (O. Clement, Le visage intérieure, París 1978, 39)
“Del evangelio podemos recabar unas orientaciones para presentar a la asamblea. En primer lugar, la presencia invisible del Padre que también hoy y ahora nos hace una propuesta a todos: escuchar a Jesús, que es su propio Hijo, el Amado. No ha de ser una propuesta, ya conocida, leída y escuchada año tras año. Tiene que ser la novedad de un consejo que busca orientarnos hacia quien es el Amado del Padre, el que puede devolvernos la fuerza y el coraje para no dejarnos arrastrar por otras voces engañosas. Como Abrahán, también nosotros, hemos de responder de la manera más justa y acertada: creyendo, confiando y actuando. (…) Somos herederos de un futuro de plenitud que Dios nos dará, pero también somos responsables de un presente que él nos ofrece para convertirlo en primicia de eternidad” (Ángel Briñas, Misa dominical 2012 83), p. 44).

Domingo V de Cuaresma
Oración colecta: “Quaesumus, Domine Deus noster, ut in illa caritate, qua Filius tuus diligens mundum se tradidit, inveniamur ipsi, te opitulante, alacriter ambulantes.
 Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo.
 La misma radicalidad y plenitud se subraya en la oración después de la Comunión: que nos cuentes siempre entre los miembros de Cristo, cuyo Cuerpo y Sangre hemos recibido.
La eucología parece una vez más la traducción más perfecta, en clave de plegaria de Jn 17,26: ‘..para que el amor con que tú me has amado, esté en ellos y yo en ellos’. Porque en efecto no se trata sólo de imitar la caridad del Señor Jesús, sino de vivir del mismo amor que le movió a Él: vivir en la misma caridad que impulsó al Hijo a entregarse en la obediencia filial al Padre por nuestra salvación.
La parábola de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-7) aclara diáfanamente el contenido de la eucología de este domingo ya tan cercano a la Pascua. Se indica claramente que no es cuestión solamente de seguir a Jesucristo, ni únicamente de revestirse de él (cf Rm 13, 14; Ga 3,27; Ef 4,24). La meta final de los hijos de Dios, es llegar a ser Jesucristo mismo, identificados con él, viviendo de su vida, como él vive del Padre (Jn 6,57), como el sarmiento vive de la vida de la vid.
Es siempre el camino de cristificación al que el Vaticano II llama con la invitación universal a la santidad; el ejemplo de Cristo Jesús “el Entregado”, el ejemplo de Pablo, que sufre dolores de parto hasta que en sus hijos, los Gálatas, sea formado Cristo, Donec formetur Christus in vobis. Todo me lleva a recordar cómo el beato Santiago Alberione quiso poner estas palabras, el espíritu que ellas contienen y expresan como el auténtico camino de formación del y de la discípula de Jesús Maestro.  
Y esta gracia es ciertamente ante todo fruto de la vida eucarística celebrada, recibida, adorada, consecuencia de la incorporación a Cristo el Señor, gracias a la comunión de su Cuerpo y de su Sangre.
Toda esta riqueza de contenido de la Cuaresma creo que la resume claramente la eucología mayor de los prefacios. Me fijo en particular en el prefacio i de Cuaresma:

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

Por él concedes a tus hijos anhelar año tras año,
con el gozo de habernos purificado,
la solemnidad de la Pascua,
para que, dedicados con mayor entrega
a la alabanza divina y al amor fraterno,
por la celebración de los misterios
que nos dieron nueva vida,
lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios.
 
Por eso,
con los ángeles y arcángeles
y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar
el himno de tu gloria:

 Santo, Santo, Santo…
















domingo, 11 de marzo de 2012

La Eucaristía, fuente y cumbre de la Evangelización

ADORACIÓN EUCARÍSTICA Y NUEVA EVANGELIZACIÓN

El tema, tal y como aparece en el título, es muy amplio y es también ciertamente tema de actualidad.
La Adoración eucarística lo es desde hace siglos y la Iglesia, de manera especial a través de los Romanos Pontífices, la recomienda cada vez con más insistencia.
La nueva evangelización en estos meses de preparación al Sínodo de los Obispos que se celebrará en el mes de octubre 2012, y en vísperas del “Año de la fe” convocado por el Santo Padre Benedicto XVI, es el tema ‘estrella’: todo y todos en la Iglesia nos hablan y hablamos de la nueva evangelización.

I.                    La  Adoración  Eucarística  

Vamos por partes:
Para el desarrollo de este tema, tendremos en cuenta naturalmente el Ritual de la Sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa (rcce), donde encontramos no sólo los principios teológicos relativos a la adoración eucarística, sino también las rúbricas o disposiciones rituales sobre la exposición del Santísimo, la bendición y reserva del Sacramento, junto con las otras formas de culto a la Eucaristía, como son las procesiones y los Congresos eucarísticos.
Junto con el Ritual, quisiera seguir lo que sobre el tema subrayan en particular dos documentos recientes del Magisterio de la Iglesia: la encíclica del beato Juan Pablo II sobre la Eucaristía – Ecclesia de Eucharistia (EdE)  – y la Exhortación apostólica postsinodal “Sacramentum Caritatis” (SCa) de Benedicto XVI. Nos limitaremos al n. 25 de la encíclica EdE y a los nn. 66-67 de la SCa.

Partimos de la última encíclica del Beato Juan Pablo II dedicada a la Santísima Eucaristía, en concreto, del n. 25 de la Ecclesia de Eucharistia:
Comienza diciendo que “el culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida la Iglesia”. Y recuerda un principio que el Papa ya había subrayado en la Carta apostólica Dominicae cenae’ del Jueves santo de 1980: “El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico”. El texto de la Carta era aun más explícito: “Dicho culto acompaña y se enraíza ante todo en la celebración de la liturgia eucarística”[1].
La razón que justifica este principio la toma el Papa del Ritual de la SC y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa (rcce): “La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual”[2]. E insiste subrayando qué nos aporta la adoración (– además de la Celebración, que siempre es el centro de la liturgia y de la vida cristiana -): “La Eucaristía es un tesoro inestimable; no sólo su celebración, sino también estar ante ella fuera de la Misa, nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia” – al ‘Autor de la gracia’ en palabras de santo Tomás.
Recordando la Carta apostólica programática “El nuevo Milenio, en la que decía que en el tercer milenio “es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el ‘arte de la oración’” (NMI 32), se pregunta cómo es posible no sentir una renovada necesidad de “estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el SSmo Sacramento”. Y confía la propia experiencia, de  fuerza, consuelo y apoyo”, encontrado y recibido precisamente en esos largos ratos de conversación con Jesús eucaristía.
En la adoración eucarística, dice el papa Wojtyla, se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del Cuerpo y la Sangre del Señor”.
Veremos también esta relación entre la adoración y la comunión en algunos textos del Ritual.

El Papa Benedicto XVI, recordando la JMJ de agosto del año 2005 en Colonia con el lema: “Venimos a adorarlo”, habló explícitamente de la adoración eucarística en el primer Discurso oficial a la Curia romana en diciembre del mismo año de su elección (2005). (Creemos que fue éste un Discurso programático, en el que el Papa puso a fuego sus preocupaciones y los principios más importantes que quería tener presentes y destacar en su servicio apostólico como Sucesor de san Pedro. (Esto nos resulta evidente, no sólo por el contenido del Discurso, sino también simplemente si nos fijamos en las veces que el Santo Padre mismo lo cita en sus documentos y discursos posteriores).
En el citado discurso a la Curia Romana, el Papa hizo una reflexión sobre la adoración, diciendo claramente: “Antes que cualquier actividad y que cualquier cambio del mundo, debe estar la adoración… En un mundo en el que progresivamente se van perdiendo los criterios de orientación y existe el peligro de que cada uno se convierta en su propio criterio, es fundamental subrayar la adoración”.
Anticipando afirmaciones que ahora encontramos en el n. 66 de la Exhortación apostólica postsinodal, insistió entonces en que “sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera (del Señor). Y precisamente en este acto personal de encuentro con Él madura luego la misión social contenida en la Eucaristía, misión  que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo las barreras que nos separan a los unos de los otros”.
En Colonia Benedicto XVI había hablado de la adoración, partiendo de la etimología griega y latina del término “adoración”: ‘proskýnesis-adoratio’, y explicaba: “La palabra griega proskýnesis indica el gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. La palabra latina ad-oratio, en cambio, denota el contacto físico, el beso, el abrazo, que está implícito en la idea de amor. El aspecto de la sumisión prevé una relación de unión, porque aquel a quien nos sometemos es Amor. En efecto, en la Eucaristía la adoración debe convertirse en unión: unión con el Señor vivo y después con su Cuerpo místico.
Recordamos que el Santo Padre volverá sobre este tema y explicación en el mes de marzo de 2009, en el Discurso a la Plenaria de la Congregación del Culto y disciplina de los Sacramentos.
En febrero de 2007, el Papa firmaba su primera Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis. Sabemos que fue la Exhortación apostólica que siguió al Sínodo sobre la Eucaristía en la vida y misión de la Iglesia, Sínodo convocado por su predecesor el Beato Juan Pablo II, pero que presidió el mismo Benedicto XVI en octubre de 2005.
Toda la Exhortación versa sobre el Misterio eucarístico y es muy importante; el tema de la Adoración lo desarrolla especialmente en los nn. 66-67.
Vemos juntos el n. 66, desgranando las ideas principales. (Confieso que espontáneamente me he fijado, con respeto y amor, en las expresiones, en los detalles, porque pienso que tienen mucha importancia).
El Papa se introduce en el tema de la adoración eucarística, recordando el ejemplo que la asamblea de los Obispos quiso dar, (quiso llamar la atención) no sólo con palabras” -. Y destaca que éste ha sido uno de los momentos más intensos del Sínodo.
Subrayo un particular digno de relieve: el documento del Papa pone en evidencia que el Sínodo quiso llamar la atención, no sólo sobre el acto  de la adoración, del culto a la Eucaristía, sino en particular “sobre la importancia de la relación intrínseca entre celebración eucarística y adoración”.
En un documento de Benedicto XVI, el “Papa teólogo”, me parece que no se pueden pasar por alto las palabras con las que trata este tema, porque pienso que añaden un valor profundo al principio expuesto. Subraya el Papa que “en este aspecto significativo de la fe de la Iglesia se encuentra uno de los elementos decisivos del camino eclesial realizado tras la renovación litúrgica querida por el Concilio Vaticano II”. // La historia del culto eucarístico confirma la verdad de esta afirmación y el ‘camino eclesial realizado’//
Citando una de las Proposiciones o propuestas del Sínodo – la n. 6 -, que naturalmente el Santo Padre hace suya al citarla,  subraya otro principio importantísimo de la relación entre la celebración eucarística y la adoración o culto a la Eucaristía fuera de la Misa: la celebración eucarística es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia”. No explica más este principio, pero lo comprendemos y acogemos con gratitud: la celebración es, en efecto, actualización ‘sacramental’ del Sacrificio de Cristo Jesús, y por lo tanto, de su supremo acto de obediencia filial al Padre, “hasta la muerte y muerte de cruz” – expresión máxima de la ‘adoración’ de Jesús, en cuanto hombre al Padre, y de la adoración de la Iglesia, que se une y hace suyo el Sacrificio de Jesús.
No hace falta decir  que el Papa hace suya la mejor teología eucarística: a partir en particular del Vaticano II, de la encíclica Mysterium Fidei de Pablo VI, en 1965, poco antes de la conclusión del Concilio, de la Instrucción Eucharisticum Mysterium (EM) del año 1967, y del RCCE, que ha sido la aplicación ritual de los principios de la misma Instrucción y del Magisterio de los Papas anteriores a él.
Algunos principios tomados del Ritual, que  explicitan esta  misma “teología eucarística”,  o teología eucarístico-litúrgica:
- “La celebración de la Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana(RCCE n. 1); “es realmente el origen y el fin del culto que se le tributa fuera de la Misa” (ibíd. n. 2)
- “Para ordenar y promover rectamente la piedad hacia el SSmo Sacramento de la Eucaristía hay que considerar el misterio eucarístico en toda su amplitud, tanto en la celebración de la Misa como en el culto de las sagradas especies, que se conservan después de la Misa para prolongar la gracia del sacrificio(ibíd. n. 4).
- El Ritual explica cómo la sagrada Comunión y el culto a la Eucaristía fuera de la Misa, ‘prolongan la gracia del Sacrificio’, aclarando así el fin de la reserva eucarística: (en este número del RCCE se explicita cómo la “reserva eucarística” desde siempre ha tenido presente que la Eucaristía ha sido instituida ante todo “ut sumatur”, y, como consecuencia viene la adoración): El fin primero y primordial de la reserva de la Eucaristía fuera de la Misa es la administración del Viático; los fines secundarios – importantes también – son la distribución de la comunión y la adoración de nuestro Señor Jesucristo presente en el Sacramento”. (ibíd. n. 5).
4º - El mismo Ritual  subraya también la relación entre la adoración y la comunión, (hablando de comunión, hablamos naturalmente de la santa Misa, del Sacrificio eucarístico): “Acuérdense (los fieles) que con esta oración ante Cristo, el Señor, presente en el Sacramento, - “la oración silenciosa ante la Eucaristía”, como ama llamarla el card. Carlos Martini -  prolongan la unión con él conseguida en la comunión y renuevan el pacto que los impulsa a mantener en sus costumbres y en su vida lo que han recibido en la celebración eucarística por la fe y el sacramento” (R. n. 81). “La presencia de Cristo en el Sacramento tiende a la comunión Sacramental y espiritual (Ibíd. N. 80, ya recordado).
4.1 - El n. 83 evidencia esta misma relación entre la adoración y la comunión eucarística. “Prohíbe la celebración de la Misa durante el tiempo en que está expuesto el SS. Sacramento en la misma nave de la iglesia…”; y explica el por qué de esta prohibición: “… la celebración del misterio eucarístico incluye de una manera más perfecta aquella comunión interna a la que se pretende (– se quiere, es el fin de todo culto a la Eucaristía -)  llevar a los fieles con la exposición” (id. n. 83).
Decir que la exposición del Sacramento con la adoración tiende a la comunión es afirmar que su fin es la comunión con Cristo, al encuentro personal con Él.  Por el poder del Espíritu Santo, la adoración pretende gradualmente plasmar en nosotros las actitudes del Señor Jesús,  configurarnos con él hasta el ‘vive en mí Cristo’ de san Pablo, meta del vivir cristiano.
La Instrucción EM destaca esta relación afirmando: “Permaneciendo ante Cristo, el Señor, disfrutan de su trato íntimo (…), y así fomentan las disposiciones debidas que les permitan celebrar con devoción conveniente el memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre” (EM 50). /La adoración eucarística, prolongación de la Celebración y preparación para la misma.

Volvemos de nuevo al n. 66 de la Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis. Benedicto XVI hace ‘memoria histórica’ y recuerda, citando el Discurso a la Curia romana del 22 de diciembre de 2005 que, “mientras la reforma daba sus primeros pasos, a veces no se percibió de manera suficientemente clara la relación intrínseca entre la santa Misa y la adoración al Santísimo Sacramento”. Y anota el Papa que esto era debido a ‘la objeción difundida entonces’, que ponía en entredicho la adoración, partiendo del principio teológico que “el Pan eucarístico no habría sido dado para ser contemplado, sino para ser comido”. Y aquí el Santo Padre para rebatir “dicha contradicción es carente de todo fundamento”, no apela directamente a la teología, sino “a la luz de la experiencia de oración de la Iglesia”. En efecto, es verdad que la Eucaristía nos ha sido dada “ut sumatur – para ser comida -; es éste un principio dogmático definido también por el Concilio de Trento, principio que la Iglesia cree firmemente, recordando las palabras del mismo Jesucristo en la Cena: “Tomad y comed…; tomad y bebed…”, pero, con palabras de san Agustín, concluye el Papa: “nadie come de esta carne sin antes adorarla […] pecaríamos si no la adoráramos[3].
Por lo tanto, no sólo no existe contradicción entre Misa y culto eucarístico, comunión y adoración, sino: relación intrínseca, esencial, porque “La adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración (eucarística), porque “prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica”.
Benedicto XVI explica lo que acaba de decir sobre la relación entre la celebración y el culto fuera de la Misa (una ‘relación’ en la que además se intensifica la vivencia de lo acontecido en la Misa, vivencia no sólo personal de encuentro con el Señor sino de los frutos de irradiación también social) y lo hace con sus mismas palabras tomadas una vez más del Discurso a la Curia, que hemos recordado más arriba: “… sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera”; porque “es en este acto personal de encuentro con el Señor que madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía”, ‘misión social’ de la Eucaristía que “quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y, sobre todo, las barreras que nos separan a los unos de los otros”[4].
A esta ‘misión social’, a la coherencia de vida cristiana, invita /apela/ también el Ritual, pidiendo a los fieles (los que comulguen en la celebración y adoren a Cristo el Señor presente en el Sacramento del altar)  que procuren “que toda su vida discurra con alegría en la fortaleza de este alimento del cielo…trabajando por impregnar al mundo del espíritu cristiano y proponiéndose llegar a ser testigos de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana”[5]

II – Adoración Eucarística y Nueva Evangelización
            No me extiendo en la segunda parte del título de esta charla sobre la ‘nueva evangelización’, (según las palabras con las que el Beato Juan Pablo II ‘inventó’ esta bella expresión,) ni sobre lo mucho que con relación a este tema  ya se ha hablado y escrito. Recordaremos brevemente algunos elementos que me parece tienen relación directa con el tema en su globalidad.
Recordamos que el beato Juan Pablo II, en el año 1992 en el Discurso inaugural de la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano, convocó a los Obispos a ‘acometer con valentía y creatividad una ‘evangelización nueva’, ‘evangelización nueva en sus métodos, nueva en su ardor y nueva en su expresión’.  Y explicaba: “una evangelización nueva en su ardor supone una fe sólida, una caridad pastoral intensa y una recia fidelidad que, bajo la acción del Espíritu, generen una mística, un incontenible entusiasmo en la tarea de anunciar el Evangelio”.
Y proseguía: “en verdad, la llamada a la nueva evangelización es ante todo una llamada a la conversión. En efecto, mediante el testimonio de una Iglesia cada vez más fiel a su identidad y más viva en todas sus manifestaciones, los hombres y los pueblos de todo el mundo, podrán seguir encontrando a Jesucristo, y en Él, la verdad de su vocación y su esperanza, el camino hacia una humanidad mejor”.
En la Carta apostólica “Mane nobiscum, Domine” con la que Juan Pablo II convocaba el “año eucarístico” 2004-2005 escribía: «El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de testimoniar y de evangelizar…. Entrar en comunión con Cristo en el memorial de la Pascua significa, al mismo tiempo, experimentar el deber misionero del acontecimiento que aquel rito actualiza»[6] «La Eucaristía es «un modo de ser, que desde Jesús pasa al cristiano y, a través de su testimonio, aspira a irradiarse en la sociedad y en la cultura»[7]
            El anuncio de Jesucristo, con nuevo ardor, entusiasmo y valentía, fue ciertamente la preocupación constante del beato Juan Pablo II, como, por otra parte lo ha sido de todos los Papas, cada uno con sus características peculiares.
            Y así reconocemos hoy que  la nueva evangelización está siendo uno de los ejes principales del papado de Benedicto XVI, como están demostrando abiertamente algunas de sus iniciativas relativas a esta dimensión de la vida de la Iglesia en este inicio del tercer Milenio.
La XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada por él para el mes de octubre, con el lema: “la nueva evangelización en la transmisión de la fe” seguramente será el punto álgido de esta preocupación eclesial; y a partir del Sínodo, toda la Iglesia se verá convocada a vivir un particular ‘año de la fe’, siguiendo las indicaciones del Santo Padre, de los Padres sinodales y del Pontificio Consejo para la ‘nueva evangelización’.
Me gusta citar unas palabras tomadas de la intervención del cardenal Dolan, (que ha recibido el 18 de marzo la birreta cardenalicia) en la Jornada de oración y reflexión convocada por el Santo Padre el 17 de febrero, en preparación al reciente Consistorio, precisamente en torno al tema de la ‘nueva evangelización y la missio ad gentes’. Decía el card. Dolan: “¡La Iglesia misma tiene siempre la necesidad de ser evangelizada! (EN de Pablo VI). Esto nos da la humildad de admitir que la Iglesia – todos nosotros - tiene una profunda necesidad de conversión interior, y esta conversión es el corazón de la llamada a la evangelización”.
Porque “la invitación implícita en la ‘missio ad gentes’ y la nueva evangelización no es una doctrina, sino una llamada a conocer, amar y servir, no a algo, sino a Alguien. A Jesús de Nazaret, que dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»”.
(Concluía su intervención con una simpática anécdota personal, y lo hacía  con unas palabras que creo nos pueden hacer bien a todos: “Conviene concluir precisamente con este pensamiento: necesitamos decir de nuevo, como un niño, la verdad eterna, la belleza y la sencillez de Jesús y de su Iglesia”[8]

Ya lo recordaba el siervo de Dios Pablo VI en la “Evangelii Nuntiandi” 81975):  para evangelizar hay que estar evangelizados y vivir el Evangelio. Por eso la Iglesia debe ser evangelizada ella misma. Es decir, que no sólo evangeliza a quienes no conocen a Cristo, sino que anuncia el Evangelio también a quienes ya le conocen.

Relación entre Eucaristía y nueva evangelización: Si evangelizar es anunciar a Cristo Jesús con palabras y obras, que manifiestan y realizan su salvación, podemos afirmar que la Iglesia, «que existe para evangelizar», cumple esa misión de modo pleno sobre todo cuando se reúne en torno al altar para celebrar la Cena del Señor. No en vano la celebración de la Eucaristía es «culmen y fuente» de la acción evangelizadora (…)”.
“La Iglesia sabe muy bien que su crecimiento como Cuerpo de Cristo lo realiza especialmente participando en el Cuerpo eucarístico que su Señor le da en la celebración litúrgica[9]. Y esto que decimos de la celebración eucarística, lo decimos de la adoración, puesto que la consideramos lo que es en realidad, prolongación de la misma celebración.
Algunos textos del Ritual en los que me parece descubrir relación entre la adoración eucarística y la ‘evangelización’.
Tanto la Instrucción EM – n. 62 – como el Ritual del Culto a la Eucaristía – nn. 89 y 95 – hablan del ‘contenido’ de la Adoración eucarística. Y subrayan los elementos: preces, cantos y lecturas. El n. 95 habla de la ‘exposición del Sacramento’ y de la ‘adoración comunitaria’.
Cuando habla de ‘lecturas’ dice expresamente: “háganse lecturas de la Sagrada Escritura con homilía o breves exhortaciones”. Otra referencia directa a la Escritura sagrada la encontramos dos líneas más adelante: “Conviene que los fieles respondan con cantos a la Palabra de Dios”.
Y en el n. 89, hablando de las ‘exposiciones breves’ del Santísimo Sacramento, se dice: “Las exposiciones breves deben ordenarse de tal manera que, antes de la bendición, se dedique un tiempo conveniente a la lectura de la Palabra de Dios, a los cánticos, a las preces y a la oración en silencio prolongada durante algún tiempo” (RCCE 89).
La Instrucción Inestimabile donum de abril de 1980 recuerda también estas disposiciones del Ritual, citando en particular el texto del n. 89 que acabamos de recordar.
Surge espontánea una reflexión, que no creo sea forzada: si la Liturgia, como afirma Benedicto XVI en su segunda Exhortación apostólica “Verbum Domini”, es el “lugar privilegiado de la Palabra de Dios”, también la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria, ha de ser “lugar privilegiado de la Palabra de Dios”. Los documentos recordados – EM, RCCE, Inestimabile Donum – nos lo confirman.
La Palabra – escrita y explicada - es la que alimenta “la oración íntima”, la que acrecienta el conocimiento de Jesucristo presente en el Sacramento, la que ilumina la conciencia para descubrir cómo respondemos al amor del Señor y cómo traducimos en la vida de cada día lo que celebramos en la Eucaristía. Y la adoración silenciosa, personal o comunitaria, favorece el fin de la adoración eucarística, que es: el encuentro con la Palabra encarnada, con Cristo el Señor presente en el Sacramento.
[Y una sugerencia personal: si además tomamos la ‘lectura’ de la Palabra de la liturgia eucarística del día, esto nos ayudará también a sentirnos en comunión más viva y actualizada con la Iglesia, con la Palabra de vida que todos los cristianos – del rito romano - hemos escuchado y celebrado en la asamblea litúrgica].
Para concluir, nos podemos preguntar: ¿cómo y dónde adquiriremos las condiciones para realizar la ‘nueva evangelización’ subrayadas por el beato Juan Pablo II en su Discurso de 1992 a los Obispos Latinoamericanos: “una fe sólida, una caridad pastoral intensa y una recia fidelidad que, bajo la acción del Espíritu, generen una mística, un incontenible entusiasmo en la tarea de anunciar el Evangelio”? ¿dónde  mejor que ante Cristo el Señor presente en el Sacramento? – ¿en la celebración eucarística y en su prolongación de ‘oración silenciosa o comunitaria’?
La Eucaristía involucra a toda la Iglesia y a cada bautizado en particular, no sólo para avanzar en la configuración con Cristo, sino también para asumir la tarea evangelizadora respecto a los demás, como miembros que somos del Cuerpo Místico de Cristo.
Cito un texto iluminador del p. J. Aldazábal: “Nos hacen falta espacios de contemplación y gratuidad en nuestra vida. Una oración reposada, meditativa, hecha de fe y admiración – de ‘asombro’, subrayaba Juan Pablo II – da calidad a nuestra fe en Cristo.
Del mismo modo que volver a reflexionar sobre la Palabra de Dios proclamada en la misa nos permite asimilarla más vitalmente, el orar meditando ante el Santísimo nos ayuda a profundizar toda la riqueza de su misterio. (…). Prolongando la doble comunión que hemos celebrado en la Misa, la interiorizamos, la hacemos más personal.  La ‘manducatio sacramentalis’ se prolonga y encuadra en la ‘manducatio spiritualis’ – tiende a la comunión sacramental y espiritual - (…). El Señor resucitado prolonga su presencia sacramental, y nosotros prolongamos nuestra acogida de fe y contemplación agradecida. Se puede decir que se repite la dinámica de aquel otro encuentro salvador que tuvo lugar en Emaús: “Quédate con nosotros, Señor, que la tarde avanza”
 “En la Misa participamos del don que Cristo nos hace de su Cuerpo y su Sangre, ciertamente ya en un clima de alabanza y acción de gracias. El primer “culto”, la primera “adoración” a Cristo el Señor eucarístico es la Misa: es escuchar su Palabra, sintonizar con su Sacrificio, haciéndolo nuestro, y, sobre todo, comulgar con su Cuerpo y su Sangre.
Pero el “culto” nos permite continuar esta actitud profundizándola: «esta adoración de la eucaristía lleva a los fieles a participar más plenamente en el misterio pascual y a responder con agradecimiento al don de Aquél que por medio de su humanidad infunde continuamente la vida en los miembros de su cuerpo»[10].
La escucha creyente de la Palabra de Dios, su lectura orante (Lectio), su asimilación producirá los frutos de fe, esperanza y caridad recordados por Juan Pablo II; nos hará ‘testigos creíbles del Evangelio’, de la Persona de Jesús; nos ayudará a configurarnos progresivamente con Él, “a dejarnos plasmar, como María, por el Espíritu también en nuestra acción apostólica y pastoral”[11].
 Benedicto XVI en la Verbum Domini (VD) escribe: “Nuestro tiempo ha de ser cada día más el de una nueva escucha de la Palabra de Dios y de una ‘nueva evangelización’. (…) Que el Espíritu Santo despierte en los hombres hambre y sed de la Palabra y suscite entusiastas anunciadores y testigos del Evangelio”.
Recordando a san Pablo: “A imitación del gran Apóstol de los Gentiles, que fue transformado después de haber oído la voz del Señor, escuchemos también nosotros la divina Palabra, que siempre nos interpela personalmente aquí y ahora. (…) También hoy el Espíritu Santo llama incesantemente a oyentes y anunciadores convencidos y persuasivos de la Palabra del Señor(VD n. 122).
La Eucaristía celebrada y adorada pide ser Eucaristía vivida: lex credendi – lex orandi – lex vivendi.  La adoración eucarística, la oración silenciosa y contemplativa del Señor en el sagrario o expuesto solemnemente, será seguramente fuente de gracia y estímulo de acción apostólica.
Por eso, el Santo Padre en la Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, “unido a la asamblea sinodal, recomienda ardientemente la práctica de la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria” (n. 67).
Y recuerda la ayuda necesaria de ‘una catequesis adecuada’ que explique a los fieles la importancia de este acto de culto que permite vivir más profundamente y con mayor fruto la celebración litúrgica”.
Después de expresar su apoyo a los institutos de VC cuyos miembros dedican buena parte de su tiempo a la adoración eucarística, anima a “las asociaciones de fieles, así como a las Cofradías, que tienen esta práctica como un compromiso especial, siendo así fermento de contemplación para toda la Iglesia y llamada a la centralidad de Cristo para la vida de los individuos y de las comunidades” (SCa n. 67)).


[1] Juan Pablo II, Carta apostólica Dominicae cenae, (1980) n. 3
[2] RCCE, n. 80
[3] san Agustín, Enarr. In Ps 98, 9
[4] Discurso a la Curia romana del 22 dic. de 2005, AAS 98 (2006) 45.
[5] RCCE, n. 81; EM n. 13
[6] Juan Pablo II, Carta apostólica Mane nobiscum, Domine (2004), n. 24.
[7] Ibíd. N. 25
[8] card. Timothy Michael Dolan, arzobispo de New York, L’Osservatore romano, edición semanal española, 26.02.2012, p. 6.
[9] A.G. Guillén, Fuerza evangelizadora de la Eucaristía, SNL Jornadas Nacionales de Liturgia, 1993, p. 134
[10] Aldazábal J., La Eucaristía, CPL 1999, pp. 358s.; RCCE 80.
[11] cf Benedicto XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, (2010) n. 28