sábado, 29 de mayo de 2010

El sacerdocio de Cristo y el ministerio de los sacerdotes

La eucología mayor de la Fiesta de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote
es rica y resume la doctrina del "sacerdocio" en la Iglesia:
- el sacerdocio de Jesucristo,
- el sacerdocio bautismal de todo cristiano
- el sacerdocio ministerial.

Medito este prefacio, dando gracias, bendiciendo,
alabando, en comunión con toda al Iglesia del cielo y de la tierra,
a la santa Trinidad por el kairós del SACERDOCIO:

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.

Que constituiste a tu único Hijo
Pontífice de la Alianza nueva y eterna
por la unción del Espíritu Santo,
y determinaste, en tu designio salvífico,
perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio
.


Él no sólo confiere el honor del sacerdocio real
a todo su pueblo santo,
sino también, con amor de hermano,
elige a hombres de este pueblo,
para que, por la imposición de las manos,
participen de su sagrada misión.

Ellos renuevan en nombre de Cristo
el sacrificio de la redención,
preparan
a tus hijos el banquete pascual,
presiden a tu pueblo santo en el amor,
lo alimentan con tu palabra
y lo fortalecen con los sacramentos.

Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti
y por la salvación de los hermanos,
van configurándose a Cristo,
y han de darte así testimonio constante de fidelidad y amor.

Por eso,
nosotros, Señor,
con los ángeles y los santos
cantamos tu gloria diciendo:
SANTO, SANTO, SANTO

Y grito: ¡Santo, Santo, Santo Dios,
eterno, justo y fiel!
Y grito: ¡Santo, Santo, Santo Dios!
es grande tu poder.

En presencia de tu inmenso poder
digno eres de adorar;
¡al Cordero: gloria, fuerza y honor,
la justicia es sólo de Él!

En presencia de mi Santo Dios,
yo le adoro en su altar.
Es su nombre gloria, honra y poder,
majestad y santidad.



Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote

El 27 de mayo celebra la Iglesia que peregrina en España
la Fiesta de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, y abre la celebración solemne del X CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL.
Dos efemérides importantes, dentro del marco del ‘AÑO SACERDOTAL’,
ya casi en vísperas de su clausura.
Sigo viviendo con la intensidad y participación posible los dos acontecimientos y momentos litúrgicos, tan vinculados al carisma específico de las Discípulas del Divino Maestro.
La liturgia de la Palabra de la Fiesta establecía la profunda relación del Sacerdocio de Cristo Jesús con la Eucaristía: el texto evangélico tomado de Lucas 22, 14-20, no podía establecer de manera más profunda la íntima relación: Sacerdocio y Eucaristía:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.» -

«Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros

Comentando la promesa de la nueva Alianza en Jeremías (31, 31-34), el p. Vanhoye dice: El oráculo de Jeremías abre perspectivas maravillosas, pero no explica de qué modo podrá realizarse esta extraordinaria promesa de Dios. Nos lo revela, sin embargo, Jesús en la última cena, cuando instituye la Eucaristía. Jesús toma el cáliz y dice: “Esto es la sangre de mi Alianza.” La nueva Alianza debe estar fundada en la sangre, como la primera Alianza; no en la sangre de animales, sino en la sangre de Cristo, una sangre “derramada por muchos para remisión de los pecados”, según la promesa de la nueva Alianza: “Yo perdonaré su iniquidad” (Jr 31, 34).
Y concluía el cardenal en su meditación de Ejercicios al Santo Padre y a la Curia romana, con la invitación:

Meditemos, pues, sobre esta maravillosa promesa a la luz de la Eucaristía.
Pidamos la gracia de acoger verdaderamente esta promesa divina
y de percibir su extraordinaria novedad.

Es lo que, llegados de las diversas diócesis y rincones de España,
Obispos, sacerdotes, religiosos y laicos,
hemos intentado vivir y queremos seguir
meditando, viviendo, adorando, celebrando, intercediendo
ante Jesús Maestro eucarístico, para que el fruto de este ‘kairós’ de gracia que es el Congreso, sea una vida de la Iglesia y de los cristianos asentada cada vez más abierta y establemente
sobre la Eucaristía: celebrada-adorada-vivida.

Siento que éste será el mejor servicio que hoy podemos ofrecer a nuestra sociedad, enferma y preocupada por tantos problemas.

domingo, 16 de mayo de 2010

CANTO DE AMOR A LA MADRE

Hablando de la Virgen, me place citar y transcribir
una Letanía que considero como serie de “piropos encantadores”,
cual niño a ‘la Madre’:
Santa Maria, Mare de Déu, PREGUEU PER NOSALTRES
Jardí tancat del nou Paradís Terrenal
Arbre frondós de la Ciència del Bé
Prat relaxant de verds pasturatges
Branca d’Olivera desprès del Diluvi
Raïm que regalima Sang d’ Aliança
Calze florit del Fruit de la Vida
Espiga de Blat del Pa de Vida
Lliri d’Aigua de blancor castíssima
Poncella desclosa a l’Esguard del Pare
Rosa vermella d’Amor i de Sang
Violeta blava de perfum humil
Llorer que anuncia divina Victòria
Rosella rogenca de Sang de l’Agnell
Taula parada on es llesca el Pa blanc
Altar del Sacrifici de la nova Víctima
Rebost del Fruit de l’Esperit Sant
Cervolla grácil que es sacia de la Font eternal
Coloma d’ulls bells, missatgera humil de la paraula
Papalona que xucla del mateix Déu
Abella que fabrica el motllo del nom de Jesús
Tòrtora que fa sentir arreu el seu cant
Gasela que saltirona per la Muntagnya de les Espècies
Llac silente que reflexa el Rostre de Déu
Oasi ufanós d’alteroses palmeres
Font segellada d’Aigua puríssima
Cascada virginal de la Força de l'Altíssim
Mar inmens de Gràcia i de Veritat
Rosada suau de Pregària Contemplativa
Plutja fecunda dels Dons de l’Esperit
Lluna d’argent, réflex Fidel de la Llum
Marinada refrescant del Buf de l’Esperit
Estrella del Matí
que es fon en el Sol Ixent
Santa Maria, Mare del Homes, PREGUEU PER NOSALTRES

Fray Josep-Maria Massana

jueves, 13 de mayo de 2010

EL DON PROMETIDO

En camino hacia el día Quincuagésimo de Pascua, preparados para acoger el Don prometido, los discípulos de Jesús, en las parroquias, en este mes de mayo están inmersos en la luz de la primavera, pero sobre todo en los luminosos domingos de Pascua.
La presencia del Señor, que se aparece resucitado, hace el Día del Señor. Vivimos este “Día” que, durando siete semanas, en el día quincuagésimo, el de la plenitud, concluye con las lenguas de fuego que purifican y encienden. Envían, hacen salir, testimoniar, anunciar las grandes obras de Dios.


Los niños y chavales que reciben los sacramentos pascuales de la iniciación cristiana alegran a todo el pueblo de Dios. La oración de la «Madre Iglesia» sobre y para estas tiernas plantitas, es solícita y constante.
Entre el Calvario y el Cenáculo, la Cincuentena pascual está toda ella habitada por la presencia orante de ‘la Madre’, la Hija de Sión, María. Junto a los Doce y a los discípulos y discípulas de su Hijo, ella es la “omnipotencia suplicante”, garantía de fe y motivo de segura esperanza para todos sus hijos e hijas.

A ella, la Virgen-Madre, la piedad cristiana le dedica este mes de mayo, iluminado por el sol de Pascua, más que por el de la primavera.
Con María nos preparamos a Pentecostés, la plenitud de la Pascua. Dejarnos formar por el Espíritu Santo a través de la liturgia, es el camino infalible para hacernos ‘cristianos’ discípulos y discípulas, configuradas y conformes a nuestro Maestro y Señor, hasta que el Padre complacido, pueda decir al mirarnos: ¡”hijo mío – hija mía”! Todo lo demás es pasajero.


Guiada por la liturgia especialmente jugosa de la semana VII de Pascua, en intensa invocación del DON PROMETIDO sobre la Iglesia entera, con María, Reina de los Apóstoles, la Madre de Jesús, con las mujeres y con todos los hermanos, suplico:

Ven. Espíritu Santo
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu AMOR.
Y con ‘la Madre’ orante en el Cenáculo:
Señor, Dios nuestro,
que has querido que la Madre de tu Hijo
estuviese presente y participase
en la oración de la primera comunidad cristiana.
Concédenos perseverar junto a ella
con un solo corazón y una sola alma
en la espera del ESPÍRITU,
y así gustar los frutos suaves u duraderos de nuestra redención. Amén.

lunes, 10 de mayo de 2010

PRO EIS EGO SANCTIFICO MEIPSUM, UT SINT ET IPSI SANCTIFICATI IN VERITATE

El Tiempo Pascual está siendo rico de Congresos en varias partes de la geografía española y también eclesial. El Año Sacerdotal, convocado por el Santo Padre Benedicto XVI ofrece también motivo para seminarios y encuentros, mensajes de los obispos y cartas pastorales.

La próxima celebración del X Congreso Eucarístico Nacional, en Toledo, es otra ocasión de encuentros de oración-adoración, conciertos de música religiosa, mensaje de la Conferencia Episcopal reunida en la reciente Asamblea plenaria de abril.
El momento social español con todos los temas acuciantes de la crisis económica, el problema de la Educación, y otros muchos, es tiempo también de particular actividad y preocupación de instituciones, partidos políticos y de todos los ciudadanos.
Son todos temas que me interpelan y que siento y presento como intenciones vivas de intercesión ante Jesús, el Maestro eucarístico.


Entre todos los encuentros, he podido y querido participar en el Congreso Internacional organizado por la Universidad Pontificia de Comillas con el lema: El ser sacerdotal: fundamentos y dimensiones constitutivas.
Ya pasó tiempo, pero el recuerdo sigue vivo. Al inscribirnos, me preguntaba: ¿Cabía la participación de mujeres, laicas y religiosas, en este Congreso? Ciertamente, y por eso hemos participado.


Me atrevo e escribir que, precisamente por ser Discípulas del Divino Maestro debíamos participar. Entre otras razones teológico-eclesiales importantes, como discípula, quería profundizar en el tema del “ser sacerdotal”; descubrir, también en la escucha atenta y en la reflexión, inspiración, pautas para, en la fidelidad creativa al carisma del Beato Alberione, en la realización cada día más actualizada de lo que dice nuestra Regla de Vida: Insertadas por el bautismo en el único sacerdocio de Cristo, participamos en la misión de los ministros ordenados, en el espíritu de María Santísima. Como mujeres asociadas al celo sacerdotal, con la oración y el servicio, acompañamos las vocaciones al presbiterado y cooperamos en su formación… (RV 144).

Si puedo seccionar la vocación-misión de la Pía Discípula, que, como dice la Regla de Vida y como siempre nos ha repetido el Fundador, brota de una única fuente y está dirigida a un solo fin que es el amor a JESÚS viviente en la Eucaristía, en el Sacerdocio y en la liturgia, creo que el Señor me ha concedido la gracia de sentir con fuerza especial la que las Constituciones anteriores llamaban: la dimensión sacerdotal.
Por eso, considero también privilegio el haber podido participar dos días en el Congreso El ser sacerdotal.
Más que subrayar mis vivencias, quiero ahora recordar algunos flashes que me quedaron grabados de manera especial:
El sacerdote, hombre llamado a ser testigo de misericordia en un mundo herido. Puente entre dos orillas.
Los sacerdotes: servidores de la mediación de Cristo; no son ellos mediadores… Siempre puede haber en la Iglesia la tentación de volver al AT; en cambio es necesario estar abiertos al amor de Dios.
La absoluta unicidad de la mediación sacerdotal de Cristo, de la que el presbítero es sacramento, no admite suplencias ni sustituciones.
… nos apremia el amor de Cristo: el amor de Cristo es algo que a Pablo le ha sobrecogido, cautivado, seducido, atrapado. Texto particularmente importante en el conjunto de la carta
(2 Co 2, 14—7,4).

Agradecida al Señor por lo que he podido escuchar y aprender, siento más viva no sólo la responsabilidad, sino también y sobre todo el kairós de la vocación que la Trinidad santa ha sembrado en mi corazón casi desde niña. Vocación hermosa, misión actual que quiero seguir viviendo en alabanza, adoración y servicio.


En esta casi ya conclusión del Año Sacerdotal, me acompaña – junto con la abundante palabra del Santo Padre – el libro Acojamos a Cristo nuestro Sumo Sacerdote, del card. Albert Vanhoye, sj. Desde el inicio me impactó la reflexión sobre las primeras palabras de la carta a los Hebreos: Dios nos ha hablado. Hice mía la invitación: Podemos repensar la historia de la palabra de dios en nuestra vida: esto es un modo muy útil de unión con el Señor, porque en nuestra vida la palabra de dios ha sido decisiva en algunos momentos. Desde nuestra niñez, en nuestra adolescencia y todavía en nuestra vocación, son tantas las palabras del Señor que han tenido una influencia decisiva en nuestra vida. Este recuerdo debe desembocar en una plegaria de admiración: « ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿El hijo del hombre para que cuides de él?», y en una plegaria de amor agradecido.

Unas palabras de nuestra Madre general me inspiran y acompañan también en este momento ‘eclesial’. Os escribo en la alegría de este tiempo de Pascua, que resplandece en la fragilidad de la naturaleza humana. Expresamos nuestra solidaridad e intensificamos la oración por la persona del Santo Padre en su delicado cometido de guiar con firmeza la barca de Pedro. En efecto, la tormenta mediática de este último tiempo (…) no nos puede dejar indiferentes. Esto toca la naturaleza de nuestra identidad eclesial y nos impulsa a multiplicar la oración y las invenciones de la caridad apostólica especialmente a favor de los ministros ordenados, como es nuestra vocación de Pías discípulas.




sábado, 8 de mayo de 2010

MARÍA, "MUJER EUCARÍSTICA" (IV)

CONCLUSIÓN

Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo, a la que siempre va unida la resurrección, significa, en palabras del Siervo de Dios, asumir el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella
[1].
Acabamos casi de celebrar el ‘Año paulino’. Y pienso en voz alta: si Pablo se atrevió a afirmar que para él la vida es Cristo (Flp 1, 21), y que Cristo Jesús casi se había convertido en el ‘sujeto’ de su misma existencia: no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Gál 2,20), ¡con cuánta mayor razón podía afirmar esto la Virgen Madre, que tuvo una relación única con su Hijo, no sólo en los meses de la gestación, sino durante toda su vida!
Con el Hijo y como él, como madre y discípula, ella vivió en la escucha de la Palabra y en la obediencia de la fe.
Ella pudo decir también físicamente: Cristo vive en mí. Y, como afirma san Agustín: María concibió a su Hijo antes en la mente, en la fe, que en el seno
[2].
Jesús mismo, acogiendo y respondiendo al piropo de la mujer que aclamó dichosa a aquélla que le había dado la vida y le había criado, pudo decir, incluyendo ciertamente a su Madre como primera entre ‘los dichosos’: dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen (Lc 11, 23).

Como María, la Iglesia, todos nosotros, digamos:
todo honor y toda gloria al Padre, por, con, en Cristo, y en la unidad del Espíritu Santo.


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[1] Ibíd., 57
[2] san agustín, Ibíd.

viernes, 7 de mayo de 2010

MARÍA, "MUJER EUCARÍSTICA" (III)

II. MARÍA, MODELO INSUSTITUIBLE DE VIDA EUCARÍSITCA

María modelo insustituible de ‘vida eucarística’, afirma Benedicto XVI.
Y Juan Pablo II habla de una relación profunda de María con el Santísimo Sacramento.
Creemos que el nexo María-Eucaristía es la consecuencia de la relación entre María y la Iglesia. Y, así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía.
Si el binomio María-Iglesia es inseparable, si la Iglesia ha de tomar a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio
[1].

En esta breve reflexión, al hilo del 6º cap. de la encíclica, quisiera intentar no descubrir, porque ya las descubrió el Papa, pero sí subrayar algunas ‘actitudes eucarísticas de María’ a lo largo de su vida, a partir de lo que conocemos del NT. La referencia a las ‘actitudes’ de María es la ‘clave de lectura’ que elijo para adentrarme en el binomio ‘María-Eucaristía’.

2. 1. María ‘peregrina de la fe’

Ya el Vaticano II define a la Virgen como peregrina de la fe[2].
Benedicto XVI recuerda esta doctrina del Concilio, relacionando de manera directa a María con el sacrificio eucarístico: ... María es quien recibe en sus brazos el cuerpo entregado, ya exánime, de Aquel que de verdad ha amado a los suyos hasta el extremo. Por esto, cada vez que en la liturgia eucarística nos acercamos al cuerpo y Sangre de Cristo, nos dirigimos también a Ella que, adhiriéndose plenamente al sacrificio de Cristo, lo ha acogido para toda la Iglesia (...) María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía
[3].
Juan Pablo II había presentado a la Virgen Madre como realización perfecta de la obediencia de la fe, por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios
[4].
En la Redemptoris Mater comentaba: A los pies de la cruz, María participa, por medio de la fe, en el desconcertante misterio del ‘despojamiento’ de Cristo. Es ésta tal vez la profunda «kénosis» de la fe en la historia de la humanidad. Por medio de la fe la Madre participa en la muerte del Hijo, en su muerte redentora
[5].
Y en la encíclica EdE profundiza en la ‘fe‘ de María, poniendo de relieve cómo Ella ha practicado su fe eucarística, antes incluso de que ésta fuera instituida, al aceptar ofrecer su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios (...), anticipando así lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe el cuerpo y la sangre del Señor
[6].
Insiste no sólo en la ‘fe’ de María’, sino también en la que ejerce y vive la comunidad que celebra la Eucaristía; encuentra, en efecto, una analogía profunda entre el ‘fiat’ pronunciado por María a las palabras del Ángel y el ‘amén’ que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor
[7].
En el número anterior, establece una significativa relación entre el mandato de Jesús en la Cena Haced esto en memoria mía y la invitación- casi el mandato- de la Madre en las bodas de Caná, cuando pide a los sirvientes: ‘Haced lo que él os diga’.
Es admirable, en este contexto, constatar la ternura entrañable de las palabras con las que el Papa imagina a la Virgen convenciéndonos a nosotros que ‘no titubeemos’ en nuestra fe: si su hijo ha sido capaz de cambiar el agua en vino en Caná, también lo será, y lo es, de convertir el pan y el vino en su cuerpo y sangre.
En la Anunciación, el ángel le había dicho a María que el Hijo de sus entrañas se llamaría “Hijo del Altísimo”. La Virgen, con su ‘hágase’, acepta y presa el obsequio de su fe; cree., se fía de la Palabra escuchada. Cree cuando el hijo se va formando en su seno virginal, cree en Belén, en Nazaret, en la vida pública de Jesús; cree en el Calvario identificada con la obediencia del Siervo sufriente, que es su Hijo, y cree con alegría y júbilo en el Hijo resucitado.
Se fía de Dios, de su Palabra, con la fe consciente y humilde de los ‘anawim’.
Cuando no entiende – y son muchos estos momentos – pregunta; y luego, conserva la Palabra meditando en su corazón.
Podemos decir que María cree y adora. Adora en la doble dimensión de este verbo, según la explicación del Papa Benedicto XVI: con la adoración, que es comunión-beso, identificación con el Hijo, el ‘Hijo del Altísimo’ ‘ad-os’, y adora con la obediencia de la fe, la sumisión al proyecto del Padre, una vez más identificada con los sentimientos de Jesús ‘proskýnesis’.
María es, pues, modelo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra los divinos Misterios, de la actitud con la que ‘prolonga la gracia del Sacrificio’ en el Sacramento permanente; modelo de profunda actitud de adoración ‘en el Espíritu y la verdad (cf. Jn 4,23).

* Actitud sacrificial de entrega incondicional

El recuerdo del mandato del Maestro y Señor en la última Cena ‘Haced esto en memoria mía’, hace pensar en otra ‘actitud’ de la Virgen, que abarca su vida entera: la entrega en obediencia y entrega incondicional a la voluntad del Padre.
Lo que pide el Señor a los Apóstoles es que renueven, que ‘hagan’ no sólo el rito de partir el pan, dar gracias y distribuirlo, sino que tengan en cuenta qué es ahora lo que él está distribuyendo: su mismo cuerpo entregado y la sangre vertida, derramada, anticipación sacramental de lo que se realizará en la Cruz.
Este mandato que, en cuanto rito consecratorio, será realizado por los apóstoles, por sus sucesores y los presbíteros ungidos por ellos, en el sentido existencial ciertamente es aplicable a todo discípulo que quiera seguir las huellas del Maestro. Y María, discípula y madre
[8], vivió ciertamente esa radical obediencia de la fe que la llevó a hacer suya la ofrenda sacrificial del Hijo, que se rebajó, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2,8). En ella se realizó en grado sumo el deseo que san Pablo expresa a los Filipenses: Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús (Flp 2,5).
En Ecclesia de Eucharistia, Juan Pablo II habla de la dimensión sacrificial de la Eucaristía, la dimensión que María hizo suya con toda su vida junto a Cristo, preparándose día a día para el Calvario, ya desde la Anunciación con su ‘hágase’, y sobre todo, desde que acogió el anuncio del anciano Simeón, que aquel Niño sería “señal de contradicción”; la Madre vivió así una especie de ‘Eucaristía anticipada’ a lo largo de toda su existencia.
El Papa, en el final de la encíclica, se asoma a la conmoción de María e imagina sus sentimientos al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros». ¡Era el mismo cuerpo concebido en su seno, cuyo corazón había latido al unísono con el suyo!
[9].
Al escuchar el mandato de Jesús «Haced esto en memoria mía», junto con el memorial de Jesús en el Calvario, Juan Pablo II y todos nosotros vemos lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro.
Por eso, nos atrevemos a pensar: memorial del Hijo, recuerdo y presencia de la Madre. Y ‘memoria’ no sólo del momento en que, estando de pie, vivió profundamente, participando en la muerte del Señor Jesús, sino también ‘memoria de toda la vida del Hijo con la Madre y de la Madre con el Hijo, en una existencia entregada, ofrecida, consumada, en íntima y singularísima comunión e identificación
.

2.2. Acción de gracias: «Magnificat» en perspectiva eucarística

En el último número del 6º capítulo de la encíclica EdE, , al referirse a la lecciones que la Ssma Virgen nos ofrece en su “escuela”, el Papa subraya el ‘Magnificat, en perspectiva eucarística’[10].
“Eucaristía” significa “acción de gracias”. Escribe el Papa: La Eucaristía, como el canto de María, es ante todo, alabanza y acción de gracias. La Iglesia alaba al Padre «por» Jesús, «en» Jesús y «con» Jesús. Y la Virgen, cuando lleva a Jesús en su seno siendo primer ‘tabernáculo de la historia’, y a lo largo de toda su existencia, vive la ‘actitud eucarística’ más auténtica. Y la vive, recordando las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación y en su propia historia.
Canta el «
[H1] cielo nuevo» y la «tierra nueva» que se anticipan en la Eucaristía.
En los Hechos de los Apóstoles, Lucas habla de la “alegría” que caracterizaba la celebración doméstica de la fracción del pan y el alimento compartido. Usa el mismo sustantivo y el mismo verbo en el texto de Hechos 2, 46 y en el inicio del Magnificat (Lc 1, 47s.9). Habla de "exultación- agalliásei”, alegría exultante, júbilo: la alegría que produce y suscita la presencia viva del Resucitado en medio de los suyos
[11], comparada con la de María que canta las maravillas realizadas por el Dios santo y poderoso, que se ha inclinado sobre ella, la ‘pobre de Yahvé’, poniendo los ojos en su humillación y, por esa razón, todas las generaciones desde ahora la llamarán bienaventurada.
Nada más sugerente y apropiado, pues, que seguir el consejo del Papa: releer el «Magnificat» en perspectiva eucarística; nada nos ayudará a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad, la espiritualidad del Magnificat, que expresa la espiritualidad de María. Porque, concluye el Papa: ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un ‘magnificat’!
[12]
El Papa nos recuerda que en la Eucaristía, Jesús vuelve a decirnos también He aquí a tu madre y nos la entrega a cada uno de nosotros, como don suyo, testamento filial y fraterno.
Acoger continuamente este don, es vivir eucarísticamente, adverbio repetidas veces usado por el Papa, sobre todo en los documentos y discursos de la última etapa de su vida, con ocasión de su último regalo: la celebración del año eucarístico.

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[1] Ibíd. 57. 53
[2] concilio vaticano ii, Lumen Gentium, 58
[3] BENEDICTO xvi, ‘Sacramentum Caritatis’, 33
[4] juan Pablo ii, ‘Redemptoris Mater’, n. 13
[5] cf. JUAN Pablo II, ibíd, 18
[6] EdE, Ibíd., n. 55
[7] Ibíd.
[8] Cf. san AGUSTÍN, Sermón 25, 7-8, en Liturgia de las Horas, oficio de lectura en la fiesta de la Presentación de la Ssma Virgen
[9] ibíd., 56
[10] Ibíd., 58
[11] cf. Juan Pablo II, Dies Domini, 31
[12] Juan Pablo II, Carta encíclica ‘Ecclesia de Eucharistia’, 58

[H1]Lo nuevo»

jueves, 6 de mayo de 2010

MARÍA, "MUJER EUCARÍSTICA" (II)

I.MARÍA Y LA EUCARISTÍA

Con unas sencillas pinceladas, quisiera detenerme brevemente sobre la relación de María con la Ssma Eucaristía, fijando mi atención en algunas posibles ‘fuentes’.

1.1. En el Nuevo Testamento

A primera vista, dice el mismo Papa, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto a los Apóstoles, “concordes en la oración” (Hch 1,14) en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés
[1].
El cardenal Angelo Amato, autor de la voz “Eucaristía” en el Diccionario de Mariología, comienza constatando que el tema de la “relación entre María y la comunidad que celebra la Eucaristía es infrecuente en la gran teología. Y prosigue con la decidida afirmación de que es no sólo legítimo, sino bíblicamente necesario, redescubrir ese nexo profundo. Citando a R. Laurentin, afirma también que no se puede de modo absoluto excluir la presencia de la Madre de Jesús en la última Cena, porque según el rito judío de la cena pascual, correspondía a la madre de familia, y todavía corresponde, encender las luces; es posible, pues, que fuera María la que cumpliera este rito también en la última Cena”
[2].
El mariólogo Stefano de Fiores sostiene la misma opinión, aclarando, sin embargo, de antemano que, si la Virgen tomó parte junto a aquellos a los cuales Cristo dijo: ‘Tomad y comed’, en todo caso no estaba incluida entre aquellos a los que se dirigían las palabras de la institución: ‘Haced esto en memoria mía’
[3].
Juan Pablo II, después de reconocer en la encíclica que el evangelio no menciona a María en el relato de la última Cena, afirma que su presencia no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos “en la fracción del pan” (ibíd. 2, 42). Y recordando esta presencia de la Ssma Virgen en la celebración de la Cena del Señor, presidida por alguno de los apóstoles, el Papa deja rienda suelta a su corazón para imaginar los sentimientos de la Madre en aquellos preciosos momentos
[4].

1.2. En el Magisterio de la Iglesia

La propuesta de María como “mujer eucarística”, no la encontramos en la Escritura; es una expresión inédita, una intuición fruto no tanto quizás de la imaginación, cuanto de la inteligencia y el amor del Papa Juan Pablo II. Pero ciertamente podemos afirmar también que la raíz, el ‘humus’ diría de este título, el Papa lo asumió del Magisterio del Vaticano II y de los Papas antecesores suyos, cuya doctrina le era muy bien conocida.
Recordamos sólo algún texto.
El Concilio en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, dedica todo el capítulo VIII a la presentación de las relaciones entre la bienaventurada Virgen María y la Iglesia. En él se afirma que María, por su especial participación en la historia de la salvación, reúne e irradia todos los datos de la fe (LG 65). Y la Eucaristía, Mysterium fidei, pertenece por excelencia a estos datos de la fe. En la línea de la mejor tradición patrística, la LG presenta también a María como “modelo y tipo de la Iglesia, en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo (LG 63).
Unos años más tarde, el Papa Pablo VI, con la Marialis cultus, ofrece, en cierta medida, el desarrollo, en ámbito cultual, litúrgico de la relación María-Iglesia tan subrayada por el Concilio. El Papa Montini ofrece también algunas referencias claras a la relación de María con la Santísima Eucaristía.
Con sus palabras, en efecto, podemos decir que en María, la comunidad cristiana encuentra, el modelo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios (...), el modelo extraordinario de aquella disposición interior con que la Iglesia, estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por su medio rinde culto al Padre Eterno
[5].
Ella, la Virgen oyente, orante, madre y oferente
[6], está siempre presente en el sacrificio eucarístico que la Iglesia realiza en comunión con los santos del cielo y, en primer lugar, con la bienaventurada Virgen.
El Papa no menciona aquí explícitamente la Eucaristía, pero es obvia la referencia al Misterio y Sacramento por excelencia, el Mysterium fidei, cumbre y fuente de toda la liturgia cristiana.
No encontramos en estos textos del Magisterio la expresión, ‘made Juan Pablo II’, María ‘mujer eucarística’, sí podemos decir que esta doctrina está – como era lógico pensar – en perfecta consonancia con toda la tradición de la Iglesia.
La ‘fórmula novedosa’ nace y brota, como consecuencia, de la originalidad y capacidad creativa, poética y mística, propias del Papa Woltyla, y de su profunda espiritualidad eucarística y mariana.

1.3 En la liturgia de la Iglesia

La fe secular de la Iglesia, que une a María con la divina Eucaristía, se expresa también desde el inicio del cristianismo, en su lex orandi, la liturgia. Desde la antigüedad, la liturgia ha recordado a la Virgen Madre de Dios en su plegaria oficial, es más, en el corazón mismo de la celebración eucarística.
Desde la Traditio Apostólica hasta la reforma promovida por el Vaticano II, en el corazón de la Eucaristía, aparece la memoria de María, tanto en la tradición occidental como en la oriental. Siempre la Iglesia ha celebrado y celebra el Misterio Pascual del Señor, en comunión con la Virgen Madre de Dios, venerando ante todo su memoria
[7] .
Es lo que la Iglesia profesa también explícitamente en el canto, que es una verdadera profesión de fe, Ave verum Corpus natum de Maria Virgine... Lo recuerda Juan Pablo II en la conclusión de su encíclica
[8], y hace explícita y devota referencia a él Benedicto XVI, precisamente en el contexto de la Plegaria eucarística: Por eso, (porque la Iglesia ve en María ‘mujer eucarística’ el modelo insustituible de vida eucarística), en presencia del ‘verum Corpus natum de Maria Virgine’ sobre el altar, el sacerdote, en nombre de la asamblea litúrgica, afirma con las palabras del canon: ‘Veneramos la memoria, ante todo de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor’[9].
En la tradición oriental, la santa Madre de Dios, no sólo es invocada en los cánones (Anáforas) como en la liturgia romana y en las otras liturgias occidentales, sino que es representada en el iconostasio frente al altar. Y esto, lo mismo entre los orientales católicos como entre los ortodoxos
[10]..
Todos estos testimonios nos dicen cuán acertada es la intuición por la que el Siervo de Dios Juan Pablo II llamó a Virgen Santa ‘mujer eucarística’. Son profundos los lazos existentes entre María y la Eucaristía, porque la Eucaristía es siempre el misterio del Cuerpo de Cristo, nacido de María, ahora glorificado a la derecha del Padre, y sacramentalmente vivo y operante, bajo el velo de los signos del pan y del vino, en el Misterio eucarístico.
Aunque los evangelios no hablen, pues, de ‘la presencia y participación de la Virgen María en el Banquete eucarístico’, - que ‘no pudo faltar’, en palabras del mismo Papa -, él descubre esta ‘profunda relación’ que se puede delinear indirectamente a partir de la ‘actitud interior’ de la Virgen; y por lo mismo Juan Pablo II puede concluir afirmando que María es mujer ‘eucarística’ con toda su vida
[11].

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[1] ibíd.
[2] amato a., Eucaristía, en Nuevo Diccionario de Mariología, Paulinas 1986, pp. 720-735; especialmente 723
[3] stefano de fiores, En la escuela de María, mujer eucarística, (Guadalajara, México, 8.X.2008) p. 4, en internet
[4] juan Pablo ii, Ibíd.. 56
[5] Ibíd.., 16.
[6] Pablo vi, ‘Marialis cultus’, nn. 17-20
[7] cf. Hipólito de Roma, Traditio Apostolica; Canon romano; plegaria eucarística de san Basilio...; las plegarias eucarísticas II, III, IV de la liturgia romana (1968)
[8] JUAN Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 59
[9] Benedicto XVI, ibíd. y Homilía del 8 de diciembre de 2005
[10] AMATO A., ibíd., p. 722
[11] juan Pablo ii, Ibíd. 53

miércoles, 5 de mayo de 2010

MARÍA, "MUJER EUCARÍSTICA" (I)

A continuación, expongo en varios post, mi comunicación "María, Mujer Eucarística" de las Jornadas Nacionales de Liturgia 2009

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INTRODUCCIÓN

Sabemos que el título de María ‘mujer eucarística’ salió de la pluma, de la inteligencia y del corazón del siervo de Dios Juan Pablo II en la última de sus 14 encíclicas, la Ecclesia de Eucharistia (= EdE).
Fue para muchos de nosotros una grata ‘sorpresa’, que hemos acogido con gozo y también con el propósito de querer “saber” qué nos quiso decir el Papa con este novedoso y sugerente título.
Recuerda su Carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae, en la que nos invitaba a contemplar con María el rostro de Cristo
[1], y, para ello, incluyó entre los misterios de la luz la institución de la Eucaristía[2]. Siguiendo la misma estela, nos enseña que la Virgen Madre será también la que nos guíe hacia el Santísimo Sacramento, con el que ella tiene una relación profunda. Mirando a María, es cómo podremos aprender a celebrar y vivir el Misterio eucarístico, tesoro de la Iglesia y corazón del mundo.
Toda la encíclica EdE viene a ser así, ‘testimonio’ no sólo de la honda espiritualidad eucarística del Papa Woltyla, sino también de su espiritualidad mariana, y este ‘testimonio’ culmina al invitarnos a entrar en la
escuela de María, “mujer eucarística”.
Ya a través de sus documentos, homilías, discursos, en su largo y fecundo pontificado, habíamos podido captar esta profunda espiritualidad. Y no es ciertamente una casualidad que dos de sus últimos documentos – [“Rosarium Virginis Mariae”, de octubre del 2002, y esta encíclica del Jueves santo de 2003] – traten precisamente de lo que podríamos identificar casi como los tres grandes ‘amores’ de Juan Pablo II:
María-la Eucaristía-la Iglesia.
No fue éste su último documento, aunque sí la última encíclica. Le seguiría en el año siguiente la Carta apostólica sobre el mismo tema eucarístico, Mane nobiscum, Domine, promulgada el 7 de octubre de 2004 para convocar el “año eucarístico”, dentro del cual el Siervo de Dios sería llamado y admitido a la ‘contemplación del rostro de Cristo con María’, tema sobre el que nos ha dejado también textos preciosos, manifestación de anhelo y de profunda vivencia de toda su persona.
Lo que escribió en esta última encíclica el Papa “venido de lejos”, como él mismo se definió, creo que tiene todo el valor también de un ‘testamento espiritual’ para la Iglesia, a través del cual quiere confortar también nuestra fe en la Santísima Eucaristía.
La mejor valoración del título dado por el Papa Wojtyla a la Virgen María es la que hace el mismo Benedicto XVI en la Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis: La Iglesia ve en María, ‘mujer eucarística’ – como la ha llamado el Siervo de Dios Juan Pablo II - su icono más logrado, y la contempla como modelo insustituible de vida eucarística
[3].

Me pregunto: ¿dónde recurrir para encontrar alguna ‘fuente’ que quizás haya podido inspirar al mismo Juan Pablo II para ofrecernos esta nueva ‘advocación’ mariana?

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[1] cf. juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 9. 10
[2] ibíd. 20; Juan Pablo ii, Ecclesia de Eucharistia, 53
[3] BENEDICTO XVI, Sacramentum Caritatis, 96