viernes, 17 de julio de 2009

11 de julio san Benito

Es casi hora de acordarse del blog...
En estos días de reposo casi ‘obligado’, dejo descansar también la preparación para otro tipo de compromisos y apostolado; me propongo aprovechar ratos más largos para leer, reflexionar, saborear en particular dos libros que desde hace tiempo miré con cierta atención, pero que deseo revisitar.


Me doy cuenta desde luego que ni en las lecturas estoy al día. El primer libro es de J. Corbon: Liturgia fundamental o ‘fontal’. Misterio-Celebración-Vida. La edición que tengo entre manos es del 2001. ¡Casi nada! Bueno, reconozco que ya lo tengo bastante subrayado, lo que indica que lo miré con interés años ha. Pero me atrae de nuevo volver a leerlo y, en la medida posible, ‘intus-legere’ y casi saborearlo, con ese aire profundo que tiene de liturgia oriental, de liturgia ‘fontal’, de ideas que intuyo con el corazón más que comprendo con la inteligencia...
El otro libro del que tenía subrayada sólo alguna página es El espíritu de la Liturgia. Una introducción, del entonces Cardenal J. Ratzinger, hoy felizmente Benedicto XVI. ¡También del 2001!

Un pensamiento me acompaña también entre lectura, oración y demás tareas de estos días: el “Año sacerdotal”.
Como discípula del Divino Maestro, siento muy dentro de mí la alegría por la convocatoria de este “Año” que, después del “Año paulino”, tan “nuestro”, espero vivir con ilusión, oración, al mismo tiempo que deseo siempre profundizar en la grandeza del “sacerdocio ordenado” y también del “sacerdocio bautismal, el sacerdocio común”. ¡Cuántas ventanas o puertas abiertas! Por lo menos, no falta la ilusión de ir caminando con la Iglesia, ahondando en la vocación-misión que el Maestro Jesús me ha regalado, me regala cada día.


A propósito del Año Sacerdotal, tengo ante mis ojos una carta de Sor M. Regina Cesarato, nuestra superiora general, especialista en teología bíblica, que nos dice entre otras cosas:
Antes de la conclusión del Año Paulino, hemos iniciado el Año Sacerdotal. ¡Del costado abierto de Cristo en la cruz recibimos gracia tras gracia!
Es importante desde el inicio colocar correctamente la realidad del sacerdocio cristiano y por consiguiente el fundamento bíblico y teológico de nuestro ser “mujeres asociadas el celo sacerdotal”, como nos ha pensado el Primer Maestro (P. Alberione) y como vivió Madre Escolástica.(...)


El autor de la Carta a los Hebreos ha pensado - ‘re-pensado’- el concepto del sacerdocio meditando el misterio pascual de Cristo. Con esta nueva elaboración, ha podido afirmar que Cristo es Sacerdote, es más el único sacerdote.(...) En Cristo, nacido-muerto-resucitado hemos entrado ya en la Alianza definitiva. Hablamos por lo tanto de un sacerdocio de la nueva Alianza, realidad de suma importancia para la vida cristiana. En efecto, el sacerdocio bautismal y el sacerdocio ministerial son participación del único sacerdocio de Cristo sin el cual no existirían.


Y concluye su carta “Scrivo a voi...”, con estas palabras dirigidas aún más específicamente a sus hermanas Discípulas del D. M. esparcidas por los cinco Continentes:

El Año Sacerdotal es verdaderamente un kairós, un tiempo de gracia para reavivar en nosotras la conciencia de nuestra dignidad bautismal que nos ha injertado como “miembros vivos y dinámicos” en un Pueblo todo él “real, profético y sacerdotal”. Esta gracia de participación en el único Sacerdocio de Cristo está robustecida en nuestra misión específica de Pías Discípulas que nos habilita para orar, servir y amar con particular atención a aquellos que en la comunidad cristiana y para la comunidad cristiana, reciben los ministerios ordenados. La Regla de Vida orienta concretamente nuestras energías apostólicas en esta dirección.
(...) Con esta belleza en el corazón y en la vida, seguiremos participando en el grande servicio sacerdotal de la mediación, peculiar de nuestra misión de oración y caridad apostólica.


Material para reflexionar, meditar, vivenciar...
... para dar gracias cada día, día tras día al Maestro Divino, a la Trinidad santa por el gran don de la vocación y misión eucarístico-sacerdotal-litúrgica: en la Iglesia y para la Iglesia.

Leo en J. Corbon:
La adoración sin metanoia del corazón sería una hipocresía, pero una conversión sin éxodo hacia el amor del Padre sería una ilusión moralizante y deprimente. La conversión es teologal, incluso doxológica, y la adoración es un retorno a la voluntad del Padre.

Tengo que confesar que cada vez que en mis lecturas o reflexiones encuentro la palabra ‘adoración’, siento la necesidad de detenerme, ver el sentido de la palabra y su contexto; es un término que nunca me deja indiferente.
Así, pues, al encontrarla en el libro de J. Corbon me paro; vuelvo a leer todo el período, intento desentrañar cuanto puedo el sentido profundo y real de lo que afirma el autor.
Ciertamente, no está hablando aquí ciertamente de la ‘adoración eucarística’, o, por lo menos, de lo que a menudo entendemos por ‘adoración eucarística’.
Habla simplemente de la “adoración”, la actitud de ‘adoración’, de adoración ‘cristiana’, por supuesto.
Me parece fuerte la afirmación: “La adoración sin ‘metanoia’ sería una hipocresía”. Me impacta vivamente.
¿Qué me dice? La adoración bíblica, cristiana es reconocer que Dios es Dios, que el Dios Uno y Trino es Dios el único Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La principal tentación y pecado del hombre, de la mujer es, desde el Edén, la de querer ser “como dioses”. Éste es también hoy nuestro gran pecado. No aceptamos en muchos momentos nuestra creaturidad.
Necesitamos convertirnos, convertirnos al Señor. Aceptarle cordialmente y en obediencia filial como nuestro verdadero Diosy Señor, Señor de mi vida, de mi historia, de la historia de nuestro mundo...
Esto es fácil escribirlo; no lo es tanto el vivirlo con autenticidad.
Y, cada vez que pretendo afirmar que “adoro” a este Señor, si estoy cediendo a la tentación de hacerme “como Dios”, estoy siendo “hipócrita”.
¡¡Qué fuerte!! Pero también tal como suena ¡qué real!
Y la “conversión”, la vuelta al Señor debe realizarse desde el corazón, no sólo desde las ideas: conversión del corazón.
Y esta ‘conversión’ en concreto ha de coincidir con el ‘éxodo hacia el amor del Padre’, el retorno a la voluntad del Padre. Tal como hizo Jesús, cuyo alimento fue siempre hacer la voluntad de su Padre (cf. Jn 4, 34): éste es el verdadero culto de adoración ‘cristiana’, filial.
El card. J. Ratzinger, hablando sobre los “gestos” en el tema ‘el cuerpo y la liturgia’, precisamente en el libro “El espíritu de la liturgia”, se refiere repetidas veces a la actitud de ‘adoración’, también en sentido general. Una de las expresiones por mí subrayadas es ésta: “Los cristianos vieron dos significados en los brazos desgarrados de Cristo en la cruz: también aquí, precisamente aquí, está la forma radical de adoración, la unidad de la voluntad humana con la voluntad del Padre” (p. 228).
Voluntad humana de Jesús “inmersa en el sí perpetuo del Hijo al Padre (p. 78).

Esta coincidencia, esta obediencia filial y radical, la de Cristo Jesús y la nuestra, es la que da autenticidad a la actitud de adoración. La hace adoración verdadera.
Adoración “teologal, doxológica”.
¡Qué apropiados y profundos me parecen estos dos adjetivos de la ‘adoración cristiana’: “teologal y doxológica”. Dirigida sólo a Diosen alabanza y glorificación, o para decirlo con las palabras de la carta a los Efesios: “... El, que dispone de todas las cosas como quiere, nos eligió para ser su pueblo, para alabanza de su gloria” (Ef. 1, 12. 14)


sábado, 18 de abril de 2009

Semana "in albis"

Vivimos en la semana “in albis”, y con ella inicia según el RICA el tiempo de la “Mistagogía”, cuando los neófitos que han recibido en la Noche de Pascua los sacramentos de la iniciación cristiana coronada con la primera participación eucarística, junto con la comunidad cristiana progresan “en la percepción más profunda del misterio pascual y en la manifestación cada vez más perfecta del mismo en su vida” (RICA n. 37).
La liturgia de las Horas nos ayuda también a vivir en este espíritu ‘mistagógico’, acompañándonos con la lectura de la 1Pe, con sus catequesis bautismales, y luego, de manera aún más explícita, con las lecturas de las “Catequesis mistagógicas de Jerusalén”.
Parece que cada año resuenan dentro con un tono de novedad y frescura nuevos.


Al leerlas, nos entusiasma la manera de dar la catequesis en los primeros años de la vida de la Iglesia. De veras se realiza lo que el adjetivo “mistagógica” indica: nos ayudan a penetrar en el “misterio sacramental” celebrado, en los Sacramentos pascuales recibidos.
Cito algunos párrafos, porque cualquier comentario estropearía el frescor y ternura de cada expresión.

Fuisteis conducidos a la santa piscina del divino bautismo, como Cristo desde la cruz fue llevado al sepulcro.
Y se os preguntó a cada uno si creíais en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Después de haber confesado esta fe salvadora, se os sumergió por tres veces en el agua y otras tantas fuisteis sacados de la misma: con ello significasteis, en imagen y símbolo, los tres días de la sepultura de Cristo (...) y en un mismo momento os encontrasteis muertos y nacidos, y aquella agua salvadora os sirvió a la vez de sepulcro y de madre.
... Nuestro bautismo, además de limpiarnos del pecado y darnos el don del Espíritu es también tipo y expresión de la pasión de Cristo. Por eso Pablo decía: ‘¿Es que no sabéis que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo Jesús fuimos incorporados a su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte’
(Catequesis 20, `[Mistagógica 2], 4-6 – Jueves de la octava de Pascua).

No necesita comentario alguno; es más, se nos ofrece una descripción plástica y al mismo tiempo profundamente teologal y litúrgica del bautismo recibido. La descripción del rito sacramental y del hondo sentido de configuración con Cristo Jesús en su misterio pascual.
La catequesis siguiente nos la ofrece la liturgia en el viernes. Profundiza sobre todo en la unción con el crisma. De nuevo cito, porque es de una hermosura única la exposición.

Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo, habéis sido hechos semejantes al Hijo de Dios. Porque Dios nos predestinó para la adopción, nos hizo conformes al cuerpo glorioso de Cristo.
No sólo nos hizo semejantes, conformes al cuerpo de Cristo el bautismo, sino que fuisteis convertidos en Cristo al recibir el signo del Espíritu Santo (...). Después que subisteis de la piscina, recibisteis el crisma, signo de aquel mismo Espíritu Santo con que Cristo fue ungido. (...) De la misma manera que, después de la invocación del Espíritu Santo, el pan de la Eucaristía no es ya un simple pan, sino el cuerpo de Cristo, así aquel sagrado aceite, después de que ha sido invocado el Espíritu en la oración consecratoria, no es ya un simple aceite ni un ungüento común, sino el don de Cristo y del Espíritu Santo, ya que realiza, por la presencia de la divinidad, aquello que significa... para que, mientras se unge el cuerpo con un aceite visible, el alma quede santificada por el Santo y vivificante Espíritu.
El sábado dentro de la octava de Pascua leemos la 4ª catequesis mistagógica sobre la Eucaristía, culminación de la iniciación cristiana. Presenta el texto de la institución, y prosigue con un inquebrantable acto de fe:

Estamos firmemente persuadidos de que recibimos como alimento el cuerpo y la sangre de Cristo. Pues bajo la figura del pan se te da el cuerpo, y bajo la figura el vino, la sangre; para que, al tomar el cuerpo y la sangre de Cristo, llegues a ser un solo cuerpo y una sola sangre con él. Así, al pasar su cuerpo y su sangre a nuestros miembros, nos convertimos en portadores de Cristo. Y, como dice el bienaventurado Pedro, nos hacemos partícipes de la naturaleza divina.

En la catequesis 3ª se nos decía que, al recibir la unción, signo del Espíritu Santo, fuimos convertidos en Cristo; en ésta, con palabras muy semejantes se afirma que, al recibir el cuerpo y la sangre del Señor llegamos a ser un solo cuerpo y una sola sangre con él.
Este estilo se me hace muy parecido al de san Pablo, cuando pide a los Gálatas que Cristo Jesús se forme en ellos (cf. Ga 4,19) y de sí mismo puede afirmar en la misma carta: Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí (2,20).
La Eucaristía, pues, no es sólo culminación de la iniciación cristiana; es la fuente y la cumbre de toda vida cristiana auténtica. En ella y por ella somos hechos no sólo ‘portadores de Cristo-Cristóforos’, sino cuerpo y sangre de Cristo.

Me encanta este lenguaje... ¡Qué atrevimiento el de los Apóstoles, como Pablo, y los Padres de la Iglesia para indicarnos la meta de la verdadera vida ‘en Cristo’, cristificada, identificada con Cristo Jesús, el Señor! Me sonrojo ante semejante valentía y audacia, cuando yo muchas veces ando con inútiles ‘respetos’ para no ‘herir’ la sensibilidad de quien no sé qué piensa sobre Jesucristo y su Evangelio. Ojalá el año paulino me comunique algo del arrojo de Pablo para hablar de Jesús con entusiasmo y amor de enamorada, de discípula que quiere vivir del y en el Maestro, para comunicar a los hermanos y hermanas su buena noticia: ¡Cristo ha resucitado. Aleluya!

Vuelvo un momento a la catequesis 4ª para fijarme en la conclusión:



Fortalece tu corazón comiendo ese pan espiritual,
y da brillo al rostro de tu alma.
Y que, con el rostro descubierto y con el alma limpia,
contemplando la gloria del Señor como en un espejo,
vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús, nuestro Señor.



El lenguaje no podía ser más ‘paulino’.
Quiero subrayar un pequeño detalle y es la alusión en estas catequesis a términos como figura, imagen, símbolo. Nuestro lenguaje actual pueden engañarnos: no se trata, en el discurso de los Padres de ‘algo que se parece a’, ‘como si’; no. La imagen, el símbolo, la figura son expresiones que expresan el ‘signo sensible’ de una realidad que mientras la significan la realizan. Así: no somos sólo ‘como si fuéramos cuerpo de Cristo’, somos hechos cuerpo y sangre de Cristo.
Eso mismo creemos quiere decir el Maestro en la Cena cuando, al partir y repartir el pan y pasar la copa de vino dice aquellas palabras: Haced esto en memoria mía (1Co). Es decir: sed pan partido, vida entregada; vivid las mismas actitudes de entrega, de servicio, de amor que yo. Os he dado ejemplo para que como yo hice así también vosotros (cf. Jn 13).

No quiero cerrar esta referencia a los textos del Oficio de lectura de esta semana, sin hacer una pequeña alusión a la lectura de san Agustín que la Iglesia nos ofrece en su liturgia de las horas del domingo de la octava. Es de una ternura exquisita. Este domingo es el llamado ‘domingo in albis’ con referencia a los neófitos bautizados en la Noche de Pascua, que hoy dejan ya sus túnicas blancas que han revestido durante toda la semana. Se le llama también el domingo “Quasimodo” recordando las primeras palabras de la antífona de entrada en latín. Agustín parece que habla a “niños recién nacidos”, pero se sabe que con este lenguaje tan cercano quiere hablar a todos los que han sido bautizados en la Noche santa.

Me dirijo a vosotros, niños recién nacidos, párvulos en Cristo, nueva prole de la Iglesia, gloria del Padre, fecundidad de la Madre, retoño santo, muchedumbre renovada, flor de nuestro honor y fruto de nuestro trabajo, mi gozo y mi corona, todos los que perseveráis firmes en el Señor.
Me dirijo a vosotros con las palabras del Apóstol: Vestíos del Señor Jesucristo... Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo... Sois uno en Cristo Jesús.

Sigue el pensamiento paulino, que tanto bien nos hace en este año de manera especial, porque es camino seguro y directo a Cristo Jesús, porque para el Apóstol, como debería ser para mí y para cada cristiano: mi vida es Cristo.

En la oración eucarística de esta tarde, antes de celebrar ya las primeras vísperas del domingo segundo, octava de Pascua, unas palabras de la Regla de vida de mi congregación han sido una nueva ratificación de lo que la liturgia de las horas me hizo vivir en los últimos tres días de la semana de la octava de Pascua con las ‘Catequesis de Jerusalén’:

Caminamos en novedad de vida, tendiendo hacia la plena conformación con Cristo en su Misterio Pascua: ‘Estoy crucificado con Cristo y ya no soy yo quien vivo, sino que es Cristo quien vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí’.

Palabras de luz y de compromiso que quiero hacer realidad en mi vida de discípula, acompañada por Pablo, por el beato Alberione y la Madre Escolástica, nuestra primera Madre. Con la gracia del Señor Resucitado, y guiada siempre por la liturgia de la Iglesia, serán guía en el camino de la cincuentena pascual.

lunes, 6 de abril de 2009

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

“Santa por excelencia es la semana consagrada a la celebración anual de la Pascua del Señor”. Grande, la semana en la que los cristianos hacemos solemne memoria del Misterio central de nuestra fe y de la vida de Cristo Jesús y de su Iglesia.
Semana santa, semana santificadora, en la que nos dejamos guiar por la liturgia, prolongada en la meditación y oración personales, a las que nos invitan unas preces y unos ritos de gran riqueza de contenido y densidad espiritual inagotables.

El Oficio de lectura de ayer, sábado de la V semana de Cuaresma, en la lectura del Sermón 45 de san Gregorio Nacianceno nos disponía a abrir nuestros corazones para entrar en la santa y grande Semana, cuyo pórtico es precisamente la celebración litúrgica de este Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
Decía, entre otras cosas: Vamos a participar en la Pascua... Nosotros hemos de tomar parte en esta fiesta ritual de la Pascua en un sentido evangélico, y no literal; de manera perfecta, no imperfecta; no de forma temporal, sino eterna...
Inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días nuestro ser con nuestras acciones. Estemos dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididamente a su cruz”.

Después de la bendición y la solemne procesión con los ramos, aclamando al Señor y Mesías ‘como los niños hebreos’, la celebración de la Eucaristía inicia con una oración colecta que cambia radicalmente de tono.
Nos introduce en el ‘misterio’ de veras incomprensible y grande de la voluntad del Padre que ‘quiso’ que el Verbo ‘se hiciese hombre y muriese en la cruz’.
Sé que esta ‘voluntad’ tenemos que comprenderla desde toda la vida del Hijo. Él, hecho ‘uno de nosotros’, me atrevo a decir que ‘se ganó la cruz’, con una incesante y filial fidelidad al Padre en todo momento, rebajándose en la obediencia hasta la muerte y muerte de cruz y por amor a los hombres.
Fue entregado por el gran amor que el Padre ha tenido al mundo, a todos nosotros, por la salvación de todos (Jn 3,16). Y fue entregado, traicionado por uno de los suyos, pero él ‘aceptó voluntariamente la muerte’.
¡Misterio que sólo podemos adorar, acoger, abrazar!

El Padre en la muerte de nuestro Salvador nos quiso mostrar el ejemplo de una vida sumisa a su voluntad.
‘Vida sumisa a la voluntad del Padre’. Esa fue la existencia cotidiana del hombre-Dios, Jesús, nuestro Maestro y Salvador. Una vida en constante adoración al Padre.
Estas palabras de la oración colecta me recuerdan la explicación con que Benedicto XVI en Colonia ofrecía a los jóvenes subrayando el significado de la palabra ‘adoración’ como ‘proskýnesis’ (del griego) = postración, sumisión y ‘adoración’ (del latín), ‘ad os’ como beso, comunión.
Para mí, hoy esta oración es una fuerte invitación a entrar en la Semana santa en espíritu de ‘adoración’, de filial sumisión a la voluntad del Padre, esa voluntad que en algunos momentos de la vida a todos nos puede resultar un ‘misterio’, no sólo porque incomprensible – a veces también – pero sobre todo porque es siempre expresión de un amor que sabe lo que nos hace falta, lo que más nos conviene y que no siempre no coincide con lo que yo quiero y pido.

También la oración sobre las ofrendas de la Eucaristía de hoy me merece una atención particular, por su contenido profundo. Dice ya en el momento central: por esta celebración que actualiza el único sacrificio de Jesucristo, concédenos, Señor, la misericordia que no merecen nuestros pecados.
No se podía de manera más clara que la Eucaristía es el memorial que actualiza el sacrificio de la cruz. Renueva, actualiza y hace presente todo el misterio pascual de Cristo Jesús, con su pasión, muerte, resurrección.
Así la presentaban los Padres de la Iglesia, de manera especial san Agustín, al hablar de la ‘pasión’ del Señor, como ‘Misterio’ de todos los acontecimiento salvíficos de los últimos días de Cristo Jesús: Cristo que padeció, fue sepultado, resucitó.
Y así nos la presentan los Padres del concilio Vaticano II en la Constitución sobre la sagrada liturgia (SC, n. 47)
De nuevo, la insistencia sobre la realidad 'mistérica' de la Eucaristía “en toda su amplitud” (EM): centro de la vida cristiana, de la vida de la Iglesia, de mi vida.

Siguiendo paso a paso la liturgia en estos días santos, será cómo puedo ir haciendo míos los sentimientos del Señor Jesús (Flp 2,5) y cómo podré vivir la constante ‘adoración’ filial en espíritu y verdad, según el deseo, la voluntad del Padre, lo que a él le agrada. Porque con la liturgia de este domingo de Ramos confieso que la sangre de Cristo nos ha purificado, llevándonos al culto del Dios vio.

Porque se acercan ya los días santos
de su pasión salvadora y e su resurrección gloriosa;
en ellos celebramos su triunfo
sobre el poder de nuestro enemigoy renovamos el misterio de nuestra redención (prefacio II de la pasión del Señor)

miércoles, 4 de febrero de 2009

Carta a los Filipenses 4, 1-23

Llego, por fin, al último capítulo de la carta de san Pablo a los Filipenses, meditada y orada en su tiempo, cuando la liturgia eucarística nos la ofreció como primera lectura, pero sin posibilidad de tiempo para transcribir lo que vivía.
La Palabra de Dios siempre “es viva y eficaz”, y por lo tanto, doy gracias al Señor que me ofrece unos momentos para dedicarme de nuevo a leer-meditar-orar con esta palabra del Apóstol a su comunidad tan querida , “añorada, su gozo y su corona”, como él mismo la llama en el inicio de este capítulo.

Como siempre, pido al Espíritu di sabiduría y amor que me ilumine, y que me “introduzca”, como buen “mistagogo” en la “inteligencia” (intus-legere) de la Palabra inspirada por Él mismo:

Espíritu Santo,
te invoco sinceramente:
ven en ayuda de mi debilidad.
Ven, Espíritu de Dios,
y habita en mi mente y en todo mi ser,
para que tu luz ilumine “los ojos de mi corazón”
y pueda yo comprender
la Palabra de Vida y salvación.

Ven, Espíritu de la Verdad,
toma posesión de mi corazón y de mi mente,
acomódate en mi hogar,
conduce mi vida de cada día
según los designios del Padre.

Ven a mí, Espíritu de Jesús,
ven a tu Iglesia,
haznos gustar tu gozo embriagador,
en la acogida confiada de la única Palabra que salva.

aLeo la Palabra


1Por tanto, hermanos míos, queridos y añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así firmes en el Señor, queridos. 2Ruego a Evodia, lo mismo que a Síntique, tengan un mismo sentir en el Señor. 3También te ruego a ti, Sícigo, verdadero «compañero», que las ayudes, ya que lucharon por el Evangelio a mi lado, lo mismo que Clemente y demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida.
4Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. 5Que vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. 6No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. 7Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
8Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta.
9 Todo cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, ponedlo por obra y el Dios de la paz estará con vosotros.

10 Me alegré mucho en el Señor de que ya al fin hayan florecido vuestros buenos sentimientos para conmigo. Ya los teníais, sólo que os faltaba ocasión de manifestarlos. 11No lo digo movido por la necesidad, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. 12Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre; a la abundancia y a la privación. 13 Todo lo puedo en Aquel que me conforta. 14 En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación. 15Y sabéis también vosotros, filipenses, que en el comienzo de la evangelización, cuando salí de Macedonia, ninguna Iglesia me abrió cuentas de «haber y debe», sino vosotros solos. 16Pues incluso cuando estaba yo en Tesalónica enviasteis por dos veces con que atender a mi necesidad. 17No es que yo busque el don; sino que busco que aumenten los intereses en vuestra cuenta.
18Tengo cuanto necesito, y me sobra; nado en la abundancia después de haber recibido de Epafrodito lo que me habéis enviado, suave aroma, sacrificio que Dios acepta con agrado.
19Y mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús. 20Y a Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
21Saludad a todos los santos en Cristo Jesús. Os saludan los hermanos que están conmigo. 22Os saludan todos los Santos, especialmente los de la Casa del César.
23 La gracia del Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu.

aMedito la Palabra


En el capítulo tercero, Pablo terminaba recordando “entre lágrimas” a los que se atreve a llamar “enemigos de la cruz de Cristo”, que anulan la eficacia de la libertad y vida nueva que el Señor Jesús nos ha traído con su Misterio Pascual, con su excesivo apego a la Ley y a su riguroso cumplimiento. El Apóstol anima a los filipenses a tener en cuenta que ya no estamos sometidos a “lo terreno”, porque “somos ciudadanos del cielo”.
Inicia el capítulo con las palabras tan cariñosas del versículo 1 que he citado, con las que quiere asegurarse que sus hijos de Filipos se mantengan “firmes en el Señor”.
Luego, casi volviendo a los primeros versículos del cap. 2, hace una acorada invitación a la unidad, a tener “un mismo sentir”. Pero, mientras en el cap. 2 la recomendación iba dirigida a todos los destinatarios de la carta, aquí el Apóstol se dirige a “Sícigo, compañero” suyo, al que confía la solución de los problemas relacionales entre dos mujeres, colaboradoras suyas, “que lucharon por el Evangelio” al lado del mismo Pablo.
No sabemos quiénes eran en concreto estas dos cooperadoras de la obra evangelizadora del Apóstol, pero sí me agrada verlas aquí, como dos de las muchas mujeres que colaboraron con san Pablo a lo largo de su vida y misión. Basta que leamos el capítulo 16 de la carta a los Romanos, “sine glosa” y veremos cómo el Apóstol, a imitación de lo que ya hiciera Jesús, tuvo no sólo como discípulas, sino como fieles cooperadoras a varias mujeres, para las que, contrariamente a lo que a veces se dice, sintió aprecio, gratitud y afecto.
Luego, viene el texto que nos acompañó en las vísperas de los cuatro domingos de Adviento: la reiterada invitación a “estar siempre alegres en el Señor”. Y la razón que motiva esta alegría es: “el Señor está cerca”. Puesto que Jesús, el Señor, está cerca, el comportamiento nuestro ha de ser de “clemencia”, bondad, mansedumbre: un estilo e vida que re-presente en el hoy el mismo estilo del Maestro “manso y humilde de corazón”.
Éste será el mejor testimonio de la presencia del Señor entre nosotros. La oración, la confianza, la acción de gracias serán notas distintivas de este estilo de vida y lo harán posible.
El versículo 8 contiene todo un programa para los filipenses, para mí, para cada cristiano y para todo el que quiera vivir honradamente: 8Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta.
Creo que resume bien lo que en el v. 4 el latín traduce por “modestia” y la Biblia de Jerusalén por “clemencia”: el programa de vida “honrada y religiosa” de la que le habla Pablo a su discípulo y colaborador Tito.
Sigue una acción de gracias sincera, profunda, emotiva por parte de Pablo a los cristianos de Filipos que en más de una ocasión le han socorrido en sus necesidades. Me impacta la delicadeza de sentimientos de nuestro Padre san Pablo, la “humanidad” tan rica que hemos subrayado más de una vez.. Constato la verdad de la afirmación del Crisóstomo: “Cor Pauli – cor Christi”. No se le pasa un detalle. Es más, llega a identificar la ayuda recibida con “un sacrificio” litúrgico; por eso usa nada menos que la expresión “ xusian” propia del “lenguaje litúrgico”, que, por otra parte, Pablo asume en muchas de sus cartas. La aportación de los filipenses es “sacrificio” que no sólo ayuda al Apóstol, sino que ante todo “Dios acepta con agrado”.
A este Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Pablo siempre le recuerda en las doxologías con las que concluye casi todos sus escritos.
Termina con los saludos para todos los hermanos y de los hermanos: Pablo nunca se ve aislado en la obra de la evangelización, en la creación de comunidades, en su misión.
Y una nota importante de la conclusión de los saludos: “especialmente los de la casa del César”. Si la carta está escrita desde la prisión de Éfeso, aquí tenemos la extensión de la obra evangelizadora de san Pablo: hasta los empleados y funcionarios al servicio de los mandatarios romanos, han sido evangelizados y saludan a los hermanos de Filipos.
El final será siempre un augurio o súplica en la que aparece, evidentemente, el Señor Jesucristo, sin el que Pablo no sabe ni decir, ni hacer nada: Cristo Jesús, su Señor, es siempre el centro y la razón de su vida y de su misión.

aOrando la Palabra

Aunque no lo haya citado esta vez de forma explícita, sigo naturalmente en el deseo de dejar que sea el beato Santiago Alberione guiado por el Espíritu, el que me acompaña en mi acercamiento espiritual a la Palabra de Dios en boca del apóstol Pablo.
Vuelvo a las oraciones escritas por nuestro Fundador en sus Ejercicios personales de la primavera del año 1947. Es una oración a Jesús Maestro la que transcribo y que me inspira en la conclusión de la carta a los Filipenses:

Has enseñado una doctrina celestial, con confianza, con sencillez, a todos.
Me has enviado a predicar: soy sacerdote.
Me has dado por
protector a un gran predicador: san Pablo.
Me has entregado almas hermosas para que las instruya, jóvenes escogidos.
Me has proporcionado medios variados y poderosos: palabra, prensa, radio.
¿He cumplido bien tu mandato? No puedo decir que sí, externamente. Internamente, no siempre he orado lo suficiente; no siempre había la debida caridad; ¿faltó a veces la constancia?
Liber scriptus proferetur,
in quo totus continetur,
unde mundus judicetur.
Cuando los oyentes estén ante mí, el día final, podrán decir que no siempre les precedí con el ejemplo: que no hubo en mí la suficiente humildad; que faltó la oración para que la semilla arrojada germinase: «Quid sum miser tunc dicturus?...» [¿Qué soy yo, miserable?, diré entonces]


Rosario, miserere
(S. Alberione, en El Apóstol Pablo, inspirador y modelo, San Pablo 2008, p. 170)

Después de esta oración-confesión, verdadera “confessio laudis-confessio vitae-confessio amoris”, me siento casi anonadada ante la humildad del apóstol Alberione, que el Señor eligió para dar a la Iglesia la “admirable Familia Paulina”, como él mismo la llamó en otro escrito del año 1954, y concluyo con una invocación que nos enseñó y oramos cada día:


Oh san Pablo apóstol, protector nuestro,
Ruega por nosotros y por el apostolado
de los medios de la comunicación social.

martes, 27 de enero de 2009

"Estarán unidas en tu mano(Ez 37,17)

Octavario por la unidad de los cristianos (18-25 de enero de 2009)


Este año la semana de oración por la unidad por los cristianos la he sentido de manera muy especial por varias razones.
Me llamó ante todo la atención el lema escogido; me pareció no haberlo leído nunca en Ezequiel, del que leí y oré una y otra vez el cap. 37, que siempre me ha impactado, acompañado y sostenido en renovada confianza. Pero quizás la escena de los “huesos secos” había absorbido toda mi atención.
Y por eso suscitó en mí curiosidad este texto, que me sonó a nuevo.
Leí atentamente todo lo que se refiere al tema.
Y vi la razón por la que se había escogido: en la Corea trágicamente dividida en norte y sur, los hermanos de esa nación han visto su situación reflejada e iluminada por la profecía de Ezequiel.
El hecho de haber yo convivido y compartido muchas cosas durante varios años con Discípulas coreanas en Roma, y haber podido sentir y compartir con ellas su sufrimiento y el de muchas familias por la “división” de su pueblo, me hizo comprender la profunda razón y actualidad del lema.
El pueblo elegido habrá pasado por la misma situación de sufrimiento y el profeta Ezequiel es enviado por Dios para anunciarle que los dos reinos (del Norte y del Sur) se juntarán el uno con el otro de suerte que formen una sola pieza de madera, ”que sean una sola cosa en tu mano”.
Más adelante, el profeta volverá a anunciar en nombre del Señor: “He aquí que voy a tomar el leño de José que está en la mano de Efraín y a las tribus de Israel que están con él, pondré con ellos el leño de Judá, haré de todo un solo trozo de madera, y serán una sola cosa en mi mano”.
Otra razón por la que este año me sentí y me siento especialmente sensible al dolor por la división de los cristianos, será que es el de haber participado en el verano pasado, como ya comenté en el blog, en Sobrado de los Monjes (Santiago de Compostela), en la Reunión ecuménica internacional de religiosos y religiosas.

La convivencia fraterna, la participación en la celebración y oración común, el escuchar las ponencias que tenían por tema común el lema: La fuerza del nombre de Cristo (perdón, no recuerdo en este momento el lema exacto; el tema que me asignaron a mí era precisamente “Cristo, centro de la liturgia”).
La convivencia, el intercambio de ideas, sentimientos (con las personas que he podido, en español, francés, italiano; con alemanes e ingleses casi sólo por señales, gestos, sonrisas) me hizo sentir, casi palpar la profunda espiritualidad litúrgica y mística de varios de los monjes ortodoxos, su sentido de acogida, de cercanía, de oración; el amor a San Pablo en los evangelistas y luteranos. Uno de ellos, el Dr. Abad, pastor de los Evangelistas no sé si de Madrid o de España, nos habló sobre el prólogo de Juan: Cristo centro, en su Encarnación: “El Verbo se hizo carne...” y al saber que yo pertenezco a la Familia Paulina, me dijo con un sentido cercano: ¿Sabe que nosotros queremos mucho a San Pablo? Sí, le dije. La carta a los Romanos creo que sea un poco vuestro ‘baluarte’ – y añadí: también nuestro... Muy atento y amable con todos.
En aquel Encuentro creció mucho mi interés y se agudizó mi sensibilidad por el problema ecuménico. Siento con toda la Iglesia – el siervo de Dios Juan Pablo II y el actual Benedicto XVI han tenido y tienen como una prioridad de su servicio petrino el caminar lo más rápidamente posible, dentro de la fidelidad al Evangelio, a la meta de beber del mismo cáliz eucarístico todos los que hemos con Cristo Jesús hemos muerto y resucitado a la vida nueva en el Bautismo por el agua y el Espíritu.

Casi con un poco de pena, he echado en falta el que a nivel de Diócesis (por lo menos no me ha llegado eco), de parroquia o a lo mejor incluso de Confer hubiéramos tenido algún encuentro de oración ecuménica común.
He sentido y lo siento cada año la nostalgia de cuando en Bilbao – en Madrid se hace pero no he podido participar nunca personalmente, por otros compromisos – en los años 70 nos reuníamos a las 8 de la tarde cada día en una comunidad o Iglesia. El delegado diocesano de ecumenismo, cada año nos invitaba y se participaba en buen número a un encuentro de oración común. Esto nos unía también luego en la relación, facilitada por el mutuo conocimiento y oración.

En conclusión, quiero decir que doy gracias cada día a la Trinidad santa por haber nacido en una familia católica, por pertenecer a la Iglesia de la que me siento parte viva, o por lo menos quiero ser “miembro vivo y dinámico de la Iglesia”, como nos pedía el beato Santiago Alberione, nuestro Fundador.
No me siento de hacer comparaciones con nadie, ni por otra parte siento complejo ni tener que”pedir perdón por ser católica”, no, ni mucho menos. Tengo que confesar que hoy me siento humildemente católica y que pido, como pide la Iglesia, que pronto, muy pronto, cuando Dios quiera, seamos todos los cristianos un solo rebaño bajo un solo pastor, que seamos, según la petición de Jesús Maestro en su oración sacerdotal, antes de la Pasión: “unum” como Jesús y el Padre son “unum”, “para que el mundo crea”.

domingo, 18 de enero de 2009

Del Bautismo de Jesús al Tiempo Ordinario


Acabamos de celebrar el ciclo litúrgico de la “Manifestación del Señor”, y ya hemos pasado al Tiempo Ordinario.
Habíamos dejado a Jesús en el Jordán, recibiendo el Bautismo de Juan, recibiendo al Espíritu y escuchando la palabra del Padre: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto” y ya contemplamos a Jesús Maestro que va formando la pequeña comunidad de discípulos, curando a los enfermos, anunciando la cercanía del Reino de Dios, que requiere por nuestra parte “conversión” y “fe” en la Buena Noticia.

En este segundo domingo, la eucología menor, (colecta-oración sobre las ofrendas-oración después de la comunión) nos introducen con hondura en la “cotidianidad” de la celebración del Misterio de Cristo.
Dios todopoderoso,
que gobiernas a un tiempo cielo y tierra,
escucha paternalmente la oración de tu pueblo,
y haz que los días de nuestra vida se fundamente en tu paz.


El Padre aparece en la invocación como lo que es en realidad: “el Señor de la historia”, él, por medio del Verbo, ha creado cielo y tierra y no los ha dejado abandonados a su libre albedrío; los sigue acompañando, asistiendo, “gobernando”. Es el “Señor de la historia”, un título que recuerdo con frecuencia y que me anima a confianza filial, a pesar de que los telediarios y los periódicos nos anuncien cada día más tragedias, que siento profundamente, por las que rezo y ofrezco... Todas estas noticias y las que no se dan, producen tristeza, preocupación, casi angustia, y ciertamente ganas de hacer lo que de mí dependa o pueda, con oración y entrega, para que la humanidad tenga y viva en más paz, concordia, progreso.

Pero la fe nos dice también – y con firmeza – que el hilo rojo de la historia no lo llevan los gobernantes de Países grandes o chicos; sí, a ellos les corresponde la responsabilidad seria de promover, buscar caminos de paz, de solidaridad, de bienestar para todos. Pero, el verdadero “Señor” que rige los destinos de los pueblos es nuestro Dios y Padre.

Él escucha nuestra oración, no tapa sus oídos ante nuestras súplicas por los que sufren guerras, enfermedades, conflictos de diverso tipo. Nos escucha “paternalmente”, con corazón de Padre. Nuestra suerte “está en su mano”, aunque Dios sí quiere la colaboración de todos, para realizar en este mundo nuestro su proyecto de paz y salvación.

Por eso, con corazón de hijos, hijas de este Padre amorosísimo, le pedimos que nos conceda el gran don de su paz: que nuestra vida, la vida de todos los hombres y mujeres de la tierra se establezca en su PAZ. Una paz que no es sólo ausencia de guerras, sino el cúmulo de todo bien, de su “gracia y paz”, los dones que san Pablo pide en todas sus cartas para sus comunidades cristianas.

Concédenos, Señor,
participar dignamente de estos santos misterios,
pues cada vez que celebramos este memorial del sacrificio de Cristo
se realiza la obra de nuestra redención.


Nos encontramos ante una de las oraciones doctrinalmente más ricas del Misal Romano. La misma que encontramos en la misa vespertina in Coena Domini y en la misa votiva de la Santísima eucaristía.
Y su verdadero origen se remonta nada menos que al primer ‘misal de altar’, el Sacramentario Veronense.

Sólo le pedimos al Padre que nos conceda participar dignamente de estos santos misterios. “Celebrar dignamente”: una llamada al “ars celebrandi”, que naturalmente no se limita al presbítero u obispo que preside la celebración, sino a todos los que participamos. La Instrucción Eucharisticum Mysterium pedía a los sacerdotes que presiden la Eucaristía “que se comporten de tal manera que trasciendan el sentido de lo sagrado” (n. 20). Esta misma petición la repite hoy con insistencia el Papa Benedicto XVI. Que la celebración sea de veras “mistagogía” del Misterio celebrado.

Llega luego la afirmación que expresa en pocas palabras toda la doctrina del Misterio eucarístico: ante todo, la Misa es presentada en su verdadera naturaleza de memorial del sacrificio de Cristo, y toda la carga de la palabra “memorial” dice con el mayor realismo posible: este “memorial” realiza la obra de nuestra redención. La memoria no puede no recordar la insistencia de Odo Casel al hablar del “Misterio del culto” como de la “mismísima obra de la redención humana”.

Derrama, Señor, sobre nosotros tu espíritu de caridad
para que, alimentándonos con el mismo pan del cielo,
permanezcamos unidos en el mismo amor.


Esta oración para después de la comunión es frecuente en diversas celebraciones. Expresa de forma sintética lo que constituye el “primer fruto de la Eucaristía”: la unidad en el amor, en la caridad. El Espíritu Santo, que ha sido invocado en las dos epíclesis de la celebración eucarística y que es el “hace la Eucaristía”, es también el que derrama el amor de Dios en nuestros corazones (Rm 5,5).
Y este don que recibimos en la Eucaris´tia hemos de vivirlo, traducirlo en opciones concretas de vivencia en nuestra vida cotidiana: que permanezcamos unidos en el amor.

¡Cómo viene a propósito para alimentar nuestra oración en este recién iniciado Octavario de oración por la unidad de los cristianos!: que permanezcamos unidos en el amor; que amor nos haga ser realmente “uno”, “para que el mundo crea: un solo Señor, una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre, un solo Señor y Pastor de su Iglesia: Cristo Jesús, animado por el Espíritu.

Esta oración animará nuestra oración-intercesión-súplica de esta semana, hasta al fiesta de la Conversión de san Pablo. El Apóstol, en su año paulino, él que podemos llamar el “apóstol del y de la fraternidad”, porque sus cartas son una constante invitación a vivir unidos, en caridad, buscando los unos los intereses de los demás, nos conceda, conceda a la Iglesia que lo invoca el don de volver a unir los miembros rotos del Cuerpo de Cristo, para que la Iglesia sea cómo Jesús, su Cabeza y Pastor la ha soñado al dar por ella su Sangre preciosa.
Concluyo con el prefacio de la Misa por la unidad de los cristianos. Se trata de la eucología mayor, que expresa de manera elocuente lo que vivimos en esta semana de una manera muy especial:

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

Por él nos has conducido
al conocimiento de la verdad,
para hacernos miembros de su Cuerpo
mediante el vínculo de una misma fe
y un mismo Bautismo;
por él has derramado sobre todas las gentes
tu Espíritu Santo,
admirable constructor de la unidad
por la abundancia de sus dones,
que habita en tus hijos de adopción,
santifica a toda la Iglesia
y la dirige con sabiduría.

Por eso, unidos a los coros angélicos,
Te alabamos con alegría diciendo:

Santo, Santo, Santo...