domingo, 25 de mayo de 2008

Corpus Christi 2008

“¡Oh sagrado banquete,
en que Cristo es nuestra comida,
se celebra el memorial de su pasión,
el alma se llena de gracia
y se nos da la prenda de la gloria futura!”
(ant. Magnificat II Vísperas)

¡”Qué bueno es, Señor, tu espíritu!
Para demostrar a tus hijos tu ternura,
les has dado un pan delicioso
bajado del cielo,
que colma de bienes a los hambrientos,
y deja vacíos a los ricos hastiados
(ant. Magnificat I Vísperas)

Las dos antífonas del Magnificat arriba citadas contienen un precioso y profundo resumen de la teología de la sagrada Eucaristía.
Es más conocida la primera de ellas: “O sacrum convivium”, que evidencia las dimensiones de la Liturgia, especialmente del misterio eucarístico: la dimensión de “memorial” del Misterio pascual, aunque aquí recuerde explícitamente sólo “la pasión”, pero en la “pasión”, como afirma san Agustín, celebramos al Cristo, muerto, sepultado y resucitado, un “memorial” que se actualiza en el presente:
“Cristo es nuestra comida y el alma se llena de gracia” y la dimensión escatológica: se nos da la prenda de la gloria futura”.
La antífona “O quam suavis est...” resalta el fin que el Padre se propone al dejarnos en don el Cuerpo y Sangre de su Hijo: demostrarnos su ternura, para colmar con el “pan delicioso” a los hambrientos, mientras “los ricos” son dejados “vacíos”. Podemos ver en esta antífona la dinámica del Magnificat, al que la antífona siempre dispone.

Con palabras del papa Benedicto XVI, me gusta presentar las “fiestas” que en estos días nos hace celebrar la liturgia de la Iglesia:
«Tras el tiempo fuerte del año litúrgico, que, centrándose en la Pascua, se extiende durante tres meses – primero los cuarenta días de la Cuaresma, después los cincuenta días del Tiempo Pascual – la liturgia nos permite celebrar tres fiestas que tienen un carácter “sintético”: la Santísima Trinidad, el Corpus Christi, y por último el Sagrado corazón de Jesús».

En vez de hacer una reflexión orante personal sobre la eucología menor de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, recurro a un breve comentario escrito por el beato cardenal Schuster, osb. Lo siento como un sencillo pero sincero acto de homenaje a este gran liturgista del siglo XX, que además de ser fecundo estudioso de la sagrada Liturgia y santo, la Familia Paulina lo siente merecidamente como buen amigo y consejero, siempre, y especialmente en los años en que ejerció la misión de abad de los Benedictinos de San Pablo Extramuros en Roma y también cuando fue Arzobispo de Milán..

Colecta del Corpus

“La colecta es una obra maestra de profundidad teológica, unida a una brevedad incisiva del lenguaje y a una noble elegancia. Se ve en seguida que santo Tomás no era un teólogo de tantos, sino que era hombre de un exquisito gusto literario y que había asimilado totalmente el gusto litúrgico de la Iglesia.
Las colectas compuestas en la Edad Media, ya avanzada, son incomparablemente inferiores, en elegancia y expresión, mientras que ésta tiene un sabor casi clásico. Esto supone y manifiesta el genio creador del Doctor Angélico que demuestra, en todo momento, el arte y la destreza con que supo sintetizar en pocas palabras y en frases certeras un tratado completo sobre el Sacramento del altar.
Todo el Oficio del Santísimo sacramento es una maravilla de doctrina teológica, de ternura y gusto literario. En la obra de santo Tomás produce asombro su finura estética, unida a una humildad extraordinaria que le llevó a respetar todos los elementos de la tradición litúrgica en honor al Santísimo sacramento que había encontrado hasta entonces”.

“La oración sobre las ofrendas es muy bella y se inspira en el célebre texto de san Pablo 1 Co 10,17, según el cual el idéntico pan eucarístico del que todos participan y la única copa consagrada, a la cual acerca sus labios la comunidad de los creyentes, son presentados como el símbolo de la unidad de fe y de amor, que une los diversos miembros del Cuerpo Místico de la Iglesia”

“El gozo de la eternidad, prefigurado en la Eucaristía recibida”.
“La oración de acción de gracias manifiesta un nuevo fruto de la Eucaristía, además del de la paz y la concordia fraterna expresado en la oración sobre los dones: el derecho especial que nos da ella a la posesión de Dios. Este derecho se fundamenta en la fidelidad de Dios y en la señal o anticipo que él nos concede de sí mismo, en esta vida, dándose por entero al comulgante”.


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Termino mi oración de este día, con una breve cita entresacada de nuevo de la homilía de Benedicto XVI en la solemnidad del Corpus:

¿Cuál es el significado de la solemnidad de hoy, del Cuerpo y la Sangre de Cristo?

Nos los explica la misma celebración que estamos realizando, con el desarrollo de sus gestos fundamentales: ante todo, nos hemos reunido alrededor del Señor para estar juntos en su presencia; en segundo lugar, tendrá lugar la procesión, es decir, caminar con el Señor; por último, vendrá el arrodillarse ante el Señor, la adoración que comienza ya en la misa y acompaña toda la procesión, pero que culmina en el momento final de la bendición eucarística, cuando todos nos postraremos ante Aquél que se ha agachado hasta nosotros y ha dado la vida por nosotros.

Reunirse en la presencia del Señor

En estas palabras se percibe la verdad y la fuerza de la revolución cristiana, la revolución más profunda de la historia humana, que se experimenta precisamente alrededor de la Eucaristía: aquí se reúnen en la presencia del Señor personas de diferentes edades, sexo, condición social, ideas políticas. La Eucaristía no puede ser nunca un hecho privado, reservado a personas escogidas según afinidades o amistad. La Eucaristía es un culto público, que no tiene nada de esotérico, de exclusivo... Estamos unidos más allá de nuestras diferencias de nacionalidad, de profesión, de clase social, de ideas políticas: nos abrimos los unos a los otros para convertirnos en una sola cosa a partir de Él. Esta ha sido desde los inicios la característica del cristianismo, realizada visiblemente alrededor de la Eucaristía, y es necesario velar siempre para que las tentaciones del particularismo, no vayan en el sentido opuesto. Por tanto, el Corpus Christi nos recuerda ante todo esto: ser cristianos quiere decir reunirse desde todas las partes para estar en la presencia del único Señor y ser uno en Él y con Él.

Caminar con el Señor

El segundo aspecto constitutivo es caminar con el Señor. Es la realidad manifestada por la procesión, que viviremos juntos tras la santa misa, como una prolongación natural de la misma, avanzando tras Aquél que es el Camino. Con el don de sí mismo en la Eucaristía, el Señor Jesús nos libera de nuestras "parálisis", nos vuelve a levantar y nos hace "pro-ceder", nos hace dar un paso adelante, y luego otro, y de este modo nos pone en camino, con la fuerza de este Pan de la vida... La procesión del Corpus Christi nos enseña que la Eucaristía nos quiere liberar de todo abatimiento y desconsuelo, quiere volver a levantarnos para que podamos retomar el camino con la fuerza que Dios nos da a través de Jesucristo. Es la experiencia del pueblo de Israel en el éxodo de Egipto, la larga peregrinación a través del desierto, de la que nos ha hablado la primera lectura... Cada uno puede encontrar su propio camino, si encuentra a Aquél que es Palabra y Pan de vida y se deja guiar por su amigable presencia. Sin el Dios-con-nosotros, el Dios cercano, ¿cómo podemos afrontar la peregrinación de la existencia, ya sea individualmente ya sea como sociedad y familia de los pueblos?

Arrodillarse en adoración ante el Señor

Al llegar a este momento no es posible de dejar de pensar en el inicio del "decálogo", los diez mandamientos, en donde está escrito: "Yo, el Señor, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí" (Éxodo 20, 2-3). Encontramos aquí el tercer elemento constitutivo del Corpus Christi: arrodillarse en adoración ante el Señor. Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea.
Nos postramos ante un Dios que se ha abajado en primer lugar hacia el hombre, como el Buen Samaritano, para socorrerle y volverle a dar la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión eucarística, en la que el alma sigue alimentándose: se alimenta de amor, de verdad, de paz; se alimenta de esperanza, pues Aquél ante el que nos postramos no nos juzga, no nos aplasta, sino que nos libera y nos transforma.
Por este motivo, reunirnos, caminar, adorar, nos llena de alegría. Al hacer nuestra la actitud de adoración de María, a quien recordamos particularmente en este mes de mayo, rezamos por nosotros y por todos; rezamos por cada persona que vive en esta ciudad para que pueda conocerte e ti, Padre, y a Aquél que tú has enviado, Jesucristo. Y de este modo tener la vida en abundancia. Amén.


jueves, 8 de mayo de 2008

Carta al Espíritu Santo


Recibo con grata sorpresa de Argentina un “adjunto” cuyo título me llama la atención:
Carta al Espíritu Santo.
Abro el adjunto y, tanto el Protagonista de la carta como su Autor me atraen y leo una y otra vez el texto.
Decido dedicarle mi reflexión de esta semana, sin comentario, porque toda palabra sobra...
Sustituye mi reflexión sobre la eucología de esta semana de preparación a Pentecostés: textos preciosos con los que la madre Iglesia nos va preparando, con una especie de “epíclesis” continua, a disponernos y abrir las puertas del corazón al Espíritu, el gran “mistagogo”, que quiere “penetrar con su fuerza” en nuestras vidas, en mi vida a veces adormecida. Con la liturgia de la Iglesia repito una y mil veces: ¡Espíritu Santo, ven, visítame, moldéame, sáname y lléname...! Y lo mismo pido para toda la Iglesia, para todo creyente, para la humanidad entera.


Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y

En Pentecostés, la débil y pequeña Iglesia recibe el Espíritu Santo, el "soplo de Dios", la invasión íntima de Dios. Como Cristo, en Cristo, en su Espíritu, espíritu, soplo, aire... ¿Habrá algo más débil, más impalpable, más inseguro y hasta... más barato? ¿Puede ser signo acomodado al dios "fuerte", "seguro y poderoso", al "Dios-como-Dios-manda" de nuestras categorías? En el Hijo, el "dios fuerte" se presenta vencido y colgado de un patíbulo. En el Espíritu, el Dios estable y seguro se presenta como viento movedizo.

¿No estará Dios un poco loco? San Pablo no lo negaría, pero añadiría que la locura de Dios -"locura de amor"- es más sabia que nuestras ciencias y nuestras categorías, que nuestra "cochina lógica" -como dijera Unamuno-. Sin embargo, ¡qué grande y hermosa historia la del aire y el viento en la historia de la creación y en la historia de la salvación! ¿No fue un soplo de Yahveh el que puso orden y belleza en el mundo y quien infundió la vida y su imagen en el hombre? ¿No fue el soplo de Dios el que arrebató a los profetas y a los libertadores de Israel para salvar a su pueblo?

¿No es el aire placenta común y comunitaria de la que tenemos que alimentarnos a todas horas, beber en todos los momentos de nuestra vida, respirando de noche y de día, despiertos y dormidos? ¿No es, acaso, puro aire la palabra del amigo? ¡Puro viento el diálogo de los enamorados! ¡Puro viento las palabras de la Revelación, que antes de ser Biblia, fueron palabras de predicación, palabras de viento frágil y pasajero!

¿Puro viento...? ¿Viento frágil? ¡Elemento en realidad poderoso y fuerte, precisamente por su flexibilidad y, al mismo tiempo, por su perseverancia! Como el amor, Dios se nos presenta en este símbolo del aire para indicarnos su cercanía, su constancia, su deseo de intimidad con nosotros.
Respiremos hondo, hermanos. Respiremos a Dios intensamente. Abramos nuestras ventanas para que invada nuestras casas, nuestras vidas. Él será para nosotros alegría y consuelo para seguir adelante, sabiduría para penetrar el Evangelio, fortaleza y prudencia para vivir y anunciar sus consecuencias, compromiso en la defensa del débil, inserción en la tarea de construir una nueva sociedad, luz para encontrar los caminos de una nueva Iglesia, para armonizar la dialéctica con la caridad, la lucha y la contemplación, el compromiso político y la experiencia de Dios, el debate y la discrepancia con el amor al hombre, amigo o enemigo, la vida como guerra constante y la paz del corazón, la capacidad para la amistad, la estética y la fiesta, para gozar en cada rincón de la naturaleza sus grandes valores humanos de comunión y de solidaridad, de cultura y de trabajo.


Él será para nosotros amor para la Iglesia y para el mundo, amor y aceptación de nosotros mismos, como Dios nos ama "a pesar de todo". Será para nosotros también amor a Dios nuestro Padre, amor a Dios nuestro Hermano, amor a Dios nuestro Espíritu, amor de diálogo, amor de amigo, amor de oración, que es recibir el soplo de Dios, que es devolver el soplo de Dios, diciendo la gran palabra de los pequeños que Jesús nos descubrió y nos autorizó: ¡Papá!
Ese soplo de Dios como el aire de la naturaleza, es el medio constante en el que podemos vivir en diálogo y en amistad con Dios y con los hombres.



Alberto Iniesta Jiménez
Ecclesia Digital,
Martes, 29 de abril de 2008

domingo, 4 de mayo de 2008

Id y haced discípulos


«Id y haced discípulos de todos los pueblos...
Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo»

(Mt 28, 18. 20)


Leyendo el comentario que hace Pagola al Evangelio de este domingo en que la Iglesia celebra la solemnidad de la Ascensión del Señor Jesús, es decir, de su glorificación a la derecha del Padre en cuanto hombre, me impactaron de manera especial estas palabras: «Entre los discípulos hay “creyentes” y hay quienes “vacilan”.Se postran”, quieren creer, pero en algunos se despierta la duda y la indecisión... Mateo conoce la fe frágil de las comunidades cristianas... Jesús “se acerca” y entra en contacto con ellos. El Recitado ha recibido del Padre la autoridad del Hijo de Dios con “pleno poder en el cielo y en la tierra”.Si se apoyan en él, no vacilarán. Jesús les indica con toda precisión cuál ha de ser su misión. No es propiamente “enseñar doctrina”. No es sólo “anunciar al Resucitado”. Sin duda, los discípulos de Jesús habrán de cuidar diversos aspectos: “dar testimonio del Resucitado”, “proclamar el Evangelio”, “implantar comunidades”... pero todo estará finalmente orientado a un objetivo: “hacer discípulos” de Jesús».
El mandato del Maestro Divino, antes de recibir del Padre la glorificación definitiva, en cuanto Hombre-Dios, me impresione e interpela: mi misión de “discípula” es la de “hacer discípulos de Jesús”.
No basta con que yo intente ser cada día más auténtica “discípula” del Divino Maestro, es necesario que ore, interceda, trabaje con todas las fuerzas que el Señor me da, para que “movida por el Espíritu” pueda dar vida, engendrar nuevos discípulos y discípulas de Jesús.


¿Cómo es posible para mí esto?
Casi me atrevo a decir que mi pregunta se parece a la de la Virgen María en la Anunciación, y la respuesta del Señor también va quizás y ciertamente en la misma línea: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Sólo siento que me toca, como a los Apóstoles, como a María la Madre de Jesús y a sus hermanos, aguardar que se cumpla la Promesa del Padre: «dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo» (segunda lectura).
«Pentecostés fue el primer bautismo del Espíritu. Así lo anunció Jesús: «seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hch 1, 5).
Él mismo había sido presentado por el Padre al mundo como “aquel que bautizará con Espíritu Santo” (Jn 1, 33). Toda su obra mesiánica consiste en derramar el Espíritu sobre la tierra... El bautismo del Espíritu, es una de las maneras con las que Jesús resucitado continúa su obra esencial, que consiste en bautizar a la humanidad en el Espíritu» (R. Cantalamessa).
Naturalmente, no se trata de recibir de nuevo los sacramentos de la Iniciación cristiana, sino de dejar que el Espíritu Santo renueve en nosotros, en mí, toda su gracia y eficacia, para que de veras, “movida por el Espíritu”, pueda ser verdadera “discípula” de Jesús y obtener, en nombre de Jesús y, movida por la fuerza del Espíritu, que sean muchos y muchas las discípulas y discípulos auténticos de Jesús, que le siguen, y hacen de Él el centro de la propia vida, para gloria del Padre y bien de los hermanos.
No me resisto a transcribir unas palabras de san Ambrosio, citadas por el mismo p. Raniero C.
«Buena cosa es embriagarse con el cáliz de la salvación. Pero hay otra embriaguez que procede de la sobreabundancia de las Escrituras y hay también una tercera embriaguez que se produce mediante la penetrante lluvia del Espíritu Santo. Ella fue la que hizo que, según los Hechos de los Apóstoles, quienes hablaban en lenguas extrañas fueran considerados como borrachos por los oyentes».


No se me pide que con mis solas fuerzas alcance el fin, el objetivo prefijado.
La eucología de la liturgia eucarística de hoy me anima a vivir este día, esta semana casi de novena – que comenzó le jueves, día en que, en algunas partes, se sigue celebrando la Ascensión del Señor Jesús al cielo – con alegría, confianza.

La oración colecta pide a Dios Padre nada menos que podamos “exultar de gozo y dar gracias en esta liturgia de alabanza”.
Es una oración que rezuma toda ella el pensamiento de los Padres, de los sermones de San León Magno; la doctrina del Cuerpo místico de Jesucristo: Cristo-Iglesia, tan inseparables que, “donde nos precedió Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su Cuerpo”.
Cito aquí un texto que viene muy a propósito, en el que C. Urtasun resume el pensamiento de los Santos Padres León M., Agustín, Gregorio de Nisa en particular: «Porque hemos subido con Cristo al cielo (cf. segunda lectura) , nos alegramos y nos llenamos de gozo. En él y desde él, respiramos aires de eternidad, que tonifican espléndida y providencialmente nuestro, espiritual y corporal, que continúa su peregrinación, a veces encrespada, sobre la tierra, con los pies muy bien asentados sobre el bajo suelo, conscientes de la misión que tienen de insuflar en el mundo contaminado y tantas veces desolado, bocanadas de aire fresco y puro, cargado de eternidad, que permitan y hagan deseable vivir una vida digna de los hijos de Dios y de los hijos de los hombres».

Y de la eucología, cito ya sólo la oración después de la comunión, que resume de manera admirable – como lo sabe hacer la Iglesia en su Liturgia, el sentido teologal de la solemnidad que hoy celebramos:
«Dios todopoderoso y eterno
que, mientras vivimos aún en la tierra
nos das parte en los bienes del cielo,
haz que deseemos vivamente
estar con Cristo
, en quien
nuestra naturaleza humana
ha sido tan admirablemente enaltecida
que participa de tu misma gloria.

C. Urtasum comenta: «Me vienen ganas de decir que esta oración conclusiva es la perla de las oraciones de la celebración de hoy».

Con el gozo y la alegría que durante el tiempo pascual la Liturgia, especialmente en los prefacios, proclama “desbordante”, celebramos este día solemne, esta etapa tan importante de la Pascua de Cristo Jesús, que “se sienta a la derecha del Padre”, “no para desentenderse de este mundo,
sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino
” (prefacio de la Ascensión).