viernes, 31 de octubre de 2008

“AÑO PAULINO” con el Beato Santiago Alberione

El “Año Paulino” que el Santo Padre ha querido dedicar a la memoria del Apóstol, para mejor conocerlo, leer y meditar sus Cartas, y seguir sus huellas en el discipulado de Cristo Jesús, el Maestro único y el único Camino hacia el Padre, va avanzando.

Para nosotros, Familia Paulina, según las palabras del mismo beato Santiago Alberione, Pablo es, además del gran Apóstol de los gentiles, nuestro “padre y fundador”. Así quería el p. Alberione que consideráramos a san Pablo. Y a nosotras, Discípulas del Divino Maestro, nos lo presentaba también como el “discípulo más perfecto” del Señor, del que hemos de aprender todas las características del verdadero discipulado evangélico (APD 1947).


El Papa Benedicto XVI está dando ejemplo de cómo estudiar al Apóstol de las gentes, al que dedica los Discursos en las audiencias generales de todos los miércoles. Me sorprendió el constatar que, incluso en las tres semanas del Sínodo, el tema de reflexión ofrecido a todos los creyentes siguió siendo el de Pablo.

Sus catequesis aparecen ya en otra parte de nuestro sitio www.discipulasdm.org, pero no me resisto a hacer tema de lectura orante en particular la Carta a los Filipenses, que justamente iniciamos esta semana con su proclamación en la liturgia eucarística.
No haré exégesis, pues no sabría hacerla, ni tengo posibilidades para ello.
Con sencillez y amor “paulino”, ofreceré lo que constituye mi “lectura-meditada- y orante” de algunos pasajes proclamados en la Eucaristía.

Una constatación antes de introducirme en el texto de hoy, viernes 31 de octubre: Mirando el calendario, subrayo que en el “Pan cotidiano de la Palabra de Dios”, desde que hemos iniciado el “Año Paulino”, las cartas de Pablo han tenido una presencia sobreabundante: hemos leído la 2ª. carta a los Tesalonicenses, la 1ª a los Corintios, la carta a los Gálatas, a los Efesios y hoy iniciamos la carta a los cristianos de Filipos.
Además de esta Palabra que recibimos en las Eucaristías en los días entre semana, en los domingos, a partir del 28 de junio, hemos proclamado y escuchado capítulos de la carta a los Romanos, a los Filipenses, y de la 1ª a los Tesalonicenses.
Y esto sin citar también los textos de las cartas de san Pablo leídos en este “Año” en el Oficio de lectura y en otros elementos de la Liturgia de las Horas.
Siguiendo al Maestro Divino, podemos decir que el Apóstol puede ser y es para la Iglesia un óptimo “mistagogo” del que el Espíritu de Dios se sirve para enseñar y acompañar nuestra peregrinación hacia la Jerusalén celestial.

YYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY

aTexto

1 Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los santos en Cristo Jesús, que están en Filipos, con los obispos y diáconos. 2 Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
3 Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, 4 rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros 5 a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy; 6 firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús. 7 Y es justo que yo sienta así de todos vosotros, pues os llevo en mi corazón, partícipes como sois todos de mi gracia, tanto en mis cadenas como en la defensa y consolidación del Evangelio. 8 Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el corazón de Cristo Jesús. 9 Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, 10 con que podáis aquilatar los mejor para ser puros y sin tacha para el Día de Cristo, 11 llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.

aActitudes de Pablo

En mi lectura del texto, me fijo y subrayo las “actitudes interiores” del Apóstol, los sentimientos que expresa a los hijos de la comunidad “entrañablemente” amada por él.

Invoco al Espíritu, para que la “lectio” sea de veras orante, y me lleve al encuentro no sólo con la palabra de san Pablo, sino al “encuentro vital con la Palabra” que es Cristo Jesús; ésta fue ciertamente siempre la verdadera finalidad de Pablo en su comunicación con las comunidades por él fundadas.
Me introducen en clima de oración unas palabras de la conclusión del Mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios:


“Hagamos ahora silencio para escuchar con eficacia la Palabra del Señor y mantengamos luego el silencio de la escucha porque seguirá habitando, viviendo en nosotros y hablándonos.”
En el pasaje citado y proclamado en la Celebración eucarística esta mañana, me llama la atención la repetición del nombre de “Cristo Jesús”: en mi Biblia tenía subrayadas 7 veces ya en estos 11 versículos, con formas distintas, pero expresando todas el amor ardiente de Pablo por el Señor Jesús, el Señor resucitado que, como bien acentuaba el Papa en la audiencia del día 22 de octubre, constituye el centro de toda la vida y predicación de Pablo.
La misma Teresa de Jesús destaca este detalle de la constante repetición del nombre de Jesús en los escritos de Pablo; ella lo hace con su estilo tan característico y simpático.

El saludo de Pablo en todas sus cartas es siempre el mismo, parece como “lema” de su vida y férvido augurio y deseo para sus comunidades. A todas les desea, no rutinariamente, sino de corazón, lo mejor que puede desear: “la gracia y la paz”.
También es común, al inicio de sus epístolas (salvo en la carta a los Gálatas), la expresión de acción de gracias a Dios por las personas a las que se dirige y la oración que acompaña esta actitud de gratitud.
Me interpela como una llamada no sólo a fijarme, sino a considerar modélica de manera especial la actitud con la que el Apóstol se acuerda y ruega por los Filipenses: “con alegría”. La nota a este término en la Biblia de Jerusalén cita los diversos lugares de la carta en los que se destaca esta característica como propia de toda la carta.

La causa que genera esta “alegría” en el corazón del Apóstol es: la colaboración que los Filipenses han prestado el Evangelio desde el primer día, y también el convencimiento profundo de Pablo, de que Dios, que inició en (vosotros) la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús, hasta la venida definitiva del Señor Jesús.
Este convencimiento alegra el corazón del Apóstol, sintiendo a todos los destinatarios de su epístola como verdaderos partícipes de su misma gracia, en las cadenas y en la defensa y consolidación del Evangelio. Pablo no guarda para sí en exclusiva ni los dones que ha recibido, ni tampoco la gracia del sufrimiento, las cadenas, que probablemente está sufriendo en Éfeso, mientras dicta la carta. Los Filipenses son partícipes de todo: han compartido y colaborado en las necesidades económicas de Pablo y comparten también sus sufrimientos y alegrías.
Esta actitud “paulina” me hace sentir el corazón grande de donde nace. Con razón san Juan Crisóstomo reconocía casi la identidad del corazón de Pablo con el de su Maestro: “cor Pauli-cor Christi”.
Pero los Filipenses no han llegado aún a la meta en la respuesta fiel a la llamada, al don de Dios; están en camino, como lo estamos todos. Por eso, el Apóstol pide en su oración: que vuestro amor crezca cada vez más en conocimiento y toda experiencia, para poder discernir lo mejor para alcanzar la meta que entra en el proyecto del Padre, limpios y sin tropiezo, para gloria y alabanza de Dios.

Las actitudes de Pablo que he subrayado son las que me interpelan, porque, en la “escucha orante” de la Palabra, siento que son llamada para mi vida de “discípula” y de “cristiana y paulina”.
En diálogo con el Maestro, acompañada por Pablo, siento que el Maestro me pide que, si quiero vivir en el verdadero discipulado evangélico, viva yo también en actitud de constante acción de gracias a Dios por las personas con las que convivo, por los destinatarios de mi misión: esa mirada positiva que constatamos en Pablo, mirada hacia todos, pidiendo también con esperanza, y, si puedo, con alegría, que el Espíritu derrame sobre todos y todas ellas la plenitud de sus dones, especialmente el más eminente: el amor, la caridad (cf. 1Co 12, 31—13).
El Espíritu realiza un ‘chequeo’ del corazón de la discípula, para ver su estado de salud y especialmente sus dimensiones. El verbo ‘ensanchar’ que con cierta frecuencia aparece en los salmos, me llama fuertemente la atención. ¡Qué difícil es, a veces, tener un corazón ‘grande’, ‘ensanchado’, ... y no ‘encogido’!


Rumiando en el corazón esta Palabra, le quiero dedicar más tiempo en la adoración eucarística de esta tarde, prolongación de la Celebración en la que participé esta mañana, cuando nos ha sido proclamada la lectura de este comienzo cordial y ‘entrañable’ de la carta a los Filipenses.

La respuesta orante más apropiada me pareció la que nos sugería la liturgia hoy, tomada del salmo responsorial (sal 110): Doy gracias al Señor de todo corazón, en compañía de los rectos en la asamblea... Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman.


En el título de esta nueva etapa del blog hacía referencia al deseo de vivir el “Año paulino” en comunión con toda la Iglesia, y acompañada en particular por el Fundador, el beato Santiago Alberione.
Leyendo algo de cuando él mismo escribió sobre San Pablo, inspirador y modelo, me doy cuenta de cómo el padre Alberione menciona continuamente al apóstol Pablo, tanto en sus escritos como en su predicación. Las citas “paulinas” la mayoría de las veces aparecen fusionadas con los mismos pensamientos y exhortaciones del Beato y a menudo ni siquiera escribe y recuerda explícitamente la cita.
Elijo, entre los varios escritos, uno que pertenece a unos Ejercicios Espirituales que hizo él solo – los hacía así con frecuencia – en el año 1947. Es un escrito entre tantos. El que transcribo pertenece a una redacción actual y refiere las citas. Pero no todas estaban en el primer opúsculo que tuvimos en nuestras manos hace años, y que tenía el título: “Paolo intimo” . De veras, el pensamiento del p. Alberione estaba realmente impregnado, casi fusionado con el del Apóstol.

He aquí parte de una meditación que lleva el título significativo de “Viventes Deo in Christo Jesu” (Vivientes para Dios en Cristo Jesús):

Poneos a disposición de Dios, como muertos que han vuelto a la vida, y sea vuestro cuerpo instrumento para la justicia al servicio de Dios (Rm 6,13).
Muertos al pecado, vuestra vida está escondida con Cristo en Dios [Col 3,3]. Es una vida nueva, pero interior, la mejor vida, la sobrenatural; es Cristo quien vive en nosotros; vive el hombre espiritual.
San Pablo murió del todo en la hora de Damasco; pero del bautismo se levantó otro hombre: un nuevo Cristo. Del bautismo sale un hombre nuevo: el cristiano. De la profesión [de los votos] sale un hombre nuevo: el religioso. De la ordenación sale un hombre nuevo: el sacerdote.
La nueva vida sacerdotal es plenamente activa: el cerebro, las aspiraciones, la palabra, la conducta, la profesión es la de Jesucristo sacerdote. Se ha transfigurado en algo celestial, un pregonero de las cosas eternas: Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad lo de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; estad arriba, no en la tierra (Col 3,1-2).
Los intereses divinos son los suyos; los pensamientos de Jesucristo son sus pensamientos; siente con Cristo; habla como Cristo; su vida calca la de Jesucristo... Os vestisteis de ese hombre nuevo que por el conocimiento se va renovando a imagen de su Creador (Col 3,10).


viernes, 3 de octubre de 2008

XXXII Encuentro Internacional e Interconfesional de Religiosas y Religiosos
12 al 18 de julio de 2008

Aunque ya han pasado más de dos meses, quiero compartir algo con vosotros, porque sigue vivo en mi corazón: la experiencia ecuménica, el gran regalo de la participación en el XXXII Encuentro Internacional e Interconfesional de Religiosas y Religiosos (=EIIR) en el Monasterio cisterciense de Sobrado de los Monjes, a unos 60 km de Santiago de Compostela.
Una semana de mediados de julio.
Hemos reflexionado sobre el tema: “La fuerza del Nombre de Cristo corazón del mundo”. El domingo 13 de julio, después de la presentación a cargo del archimandrita ortodoxo Atenágoras, presidente del Comité del EIIR un Hermano cisterciense, Enrique, con una profunda lección-meditación o casi contemplación sobre nuestro ser de “Discípulos de Cristo, peregrinos del mundo” nos introdujo ya en nuestro tema de reflexión y estudio. Con un horario bastante intenso se fueron sucediendo ponencias, mesas redondas de experiencias por ej. “experiencias ecuménicas en Galicia”, otra sobre la experiencia del III Encuentro Ecuménico Europeo en Sibiu, Rumanía, de 2007. Las varias conferencias subrayaron todas, desde una u otra perspectiva, más teológica, vivencial, litúrgica, o de compromiso, el tema que nos había convocado, centrado en “La fuerza del Nombre de Cristo”.

No faltó el regalo en medio de la semana: un día de Visita a Santiago de Compostela, como “peregrinos”: desde el Monte del gozo, fuimos llegando a la Catedral donde participamos en la “Misa del peregrino”. Después de la Eucaristía, el Deán de la Catedral nos acompañó a visitar el Archivo con las preciosidad y riqueza que encierra, especialmente el “Codex Callistinum”. Visitamos la Catedral y llegó la hora de la comida. Después la visita guiada - ¡admirable la organización del Secretariado Diocesano de Ecumenismo de Santiago! - a los puntos más significativos de la capital de Galicia.
Esto es lo externo, lo que se puede dar y efectivamente se da en muchos congresos o reuniones de carácter religioso.

Lo que me marcó como un sello en el corazón diría que fue sobre todo la comunión, la convivencia, el diálogo sereno entre unos y otros. Nos arreglábamos cada uno como podía, con un español y un francés, incluso alemán, más o menos inteligibles. Una experta señora francesa traducía conferencias, intervenciones, diálogos en la sala, además de que el Comité había preparado para todos las conferencias en francés o en español, porque fueron los dos idiomas más usados, pero lo importante fue que nos entendimos casi más con el corazón que con las palabras.
Un clima de fraternidad entre ortodoxos, católicos, protestantes de una u otra denominación.
Las celebraciones, presididas algún día por algún Monje del monasterio, otro día por Su Eminencia el Metropolita Stéphanos de Tallin y de toda Estonia en celebración eucarística ortodoxa, otro día por el Pastor de la Iglesia Evangélica de España, se vivieron en profunda unión y comunión espiritual.
Eso sí: en las celebraciones fue el momento en el que, como es fácil intuir, nos sentimos tocar o casi partir el corazón. La “comunión eucarística”, “sacramento de unidad, vínculo de fraternidad” fue el signo que mostraba nuestras todavía discrepancias en uno u otro aspecto de la fe: no hubo, no pudo haber “intercomunión”, al no existir todavía “comunión plena de la fe”.
A pesar de toda la alegría del Encuentro, de la convivencia, que fue una realidad muy sincera y viva, algo nos dolía por dentro: a todos, a todas.
Sentimos un fuerte empuje a rezar con la oración sacerdotal de Jesús Maestro en la Cena: “Que todos sean UNO, como Tú y Yo somos UNO,... para que el mundo crea” (Jn 17, 21). Una y otra vez en la Eucaristía, en las celebraciones se proclamó este texto, en los tres ritos, y creo que todos nos sentimos más identificados con los sentimientos del Señor Jesús en su oración al Padre. Hemos pedido que la unión de corazones sea pronto realidad plena de comunión de fe.
Con este compromiso de unión en la oración, en la fraternidad, unión espiritual y también afectiva sincera, confiamos que sea posible, cuanto antes lo que también el Papa Benedicto XVI, como Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II han tenido como una grande prioridad: la unión de la Iglesia, la Iglesia que Jesús ha querido y ha fundado.

El comité comentaba la ausencia fuerte que se constató en este XXXII Encuentro de las Monjas luteranas y también de los y las anglicanas. Se comprometieron y nos comprometimos, cada uno desde nuestras posibilidades, a crear puentes, a no dejar que se rompa la comunicación-comunión, que tanto nos enriquece a todos. De veras, el Espíritu trabaja en todos los hombres, de una forma que nosotros ignoramos, pero sus frutos se constatan con gratitud inmensa.
¡Ojalá nos impulse pronto hasta la unidad plena en la comunión de fe, según la voluntad de Cristo Jesús, no la nuestra, sino la suya, y también “según los tiempos de Dios”, que no tiene “tiempo”: para él un día son como mil días y viceversa. Seguimos fiándonos de su Espíritu que es el que conduce a la Iglesia para llevar a cabo la obra realizada por Jesucristo.

Para mí, que participaba por vez primera en estos Encuentros - otras Monjas y Monjes católic@s y ortodox@s, y algunas Religiosas repetían por tercera, segunda, quinta vez la experiencia – siento que ha sido éste uno de los regalos más grandes que el Maestro Divino me ha concedido y lo siento con la responsabilidad del “don y tarea”, sobre todo en la Celebración eucarística y en la adoración prolongada repetir con el corazón y con los labios también la petición del Señor: “Que todos sean uno... para que el mundo crea”.