lunes, 25 de febrero de 2008

La cuaresma catecumenal

Los domingos III, IV y V de Cuaresma, del ciclo A, constituyen una unidad llamada “Cuaresma catecumenal”.
Las páginas del evangelio de san Juan que nos acompañarán en estos tres domingos constituían y pueden constituir hoy también las últimas catequesis bautismales para quienes se preparaban y se preparan también en nuestros días a recibir los sacramentos de la iniciación cristiana en la santa noche de la Vigilia Pascual. Y para todos los cristianos que en la celebración más solemne e importante del año litúrgico, renovaremos nuestros compromisos bautismales, después de haber escuchado abundante Palabra de Dios – resumen de la historia de la salvación – y antes de celebrar la “plenitud del misterio Pascual”con el sacrificio y el memorial eucarístico.

La liturgia de este tercer domingo de Cuaresma, resalta los dos elementos que el Vaticano II ha pedido que se restablezcan o se recuperen donde se hubieren perdido como característicos de la Cuaresma:
- el carácter bautismal
- y el carácter penitencial (cf. SC 109).


La oración colecta y la oración sobre las ofrendas subrayan el aspecto penitencial; toda la liturgia de la Palabra y el Prefacio se centran en la dimensión bautismal, con el constante recurso al símbolo del “agua”, elemento que tiene un papel importante en toda la tradición bíblica y en la tradición y liturgia cristiana, especialmente como elemento proprio de la “catequesis bautismal”.

Jesús se muestra ante la mujer samaritana como “el surtidor de agua que salta hasta la vida eterna” (evangelio).
El que derrama en nuestros corazones el amor de Dios con el Espíritu Santo que se nos ha dado (segunda lectura).
El agua que Dios hace brotar abundantemente de la roca (primera lectura), es el símbolo y la preparación para toda la efusión del “agua, del Espíritu” que la Trinidad derrama en el corazón de quienes se acogen a Jesús y le reconocen como el gran “don de Dios”.

El prefacio de este domingo resume de forma bella los motivos por los que en la Eucaristía = acción de gracias, queremos elevar con los ángeles al Dios uno y trino nuestra alabanza y gratitud. Transcribo sólo el cuerpo central del prefacio; el resto es igual o muy parecido al de todos los prefacios:
«... por Cristo, Señor nuestro.
Quien, al pedir agua a la Samaritana,
ya había infundido en ella la gracia de la fe,
y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer
fue para encender en ella el fuego del amor divino...»


La lectura patrística del Oficio de lectura explica, con una parte del “Tratado sobre el evangelio de san Juan, lo que en el prefacio se confiesa: “Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua. Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad...».
“Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote”


Iniciar el día con esperanzas, con deseos de dar gracias a Dios por la noche pasada, por el descanso, por la nueva vida que nos brinda cada mañana, es algo que da un tono a la mañana.

Iniciarla con la “oración de la Iglesia”, sintiéndonos en comunión con toda la Iglesia, con todos los hombres y mujeres que a esta misma hora en coche, en autobús, en tren, en avión, andando, se encaminan al trabajo, al estudio, a sus empresas, a caminar..., y con los que en sus lechos sufren la enfermedad o la ancianidad en residencias, hospitales, familias.
Es bonito abrir el día pidiéndole al Señor que abra nuestros labios, para que nuestra boca pueda proclamar su alabanza. Es un regalo este tiempo que él nos concede para dedicarlo a él, para cantar su gloria y su misericordia y fidelidad.
“Es bueno dar gracias al Señor y cantar para tu nombre, oh Altísimo”.

Con esta ilusión, cada mañana celebramos la oración de Laudes, nuestra pequeña comunidad con laicos de la parroquia de Santa Teresa en Toledo. No importa si son muchos o pocos; son los que pueden, los que quieren venir y participar y cantar y orar, glorificando a Dios Padre, por su Hijo Jesús, en el Espíritu. Y, junto con la glorificación de nuestro Dios, nos sentimos en comunión no sólo con la Iglesia, sino con todos nuestro hermanos y hermanas del mundo entero, con los políticos, los que trabajan con los medios de comunicación social, con los enfermos que conocemos y visitamos, y con toda la creación.

El Catecismo de la Iglesia católica (1992) recuerda que “La Liturgia de las Horas está destinada a ser oración de todo el Pueblo de Dios” (CEC n. 1175).
Por eso, cuidamos con mimo esta celebración y nos sentimos una “pequeña comunidad eclesial” dentro de la gran Comunidad de la parroquia, de la Iglesia y del mundo.
Es más, nos sentimos también “pequeña comunidad terrena” en comunión con la comunidad del cielo, con nuestros seres queridos que han pasado a la Casa del Padre, con los difuntos de la parroquia, muchos de los cuales hemos conocido y querido.
A todos encomendamos a la misericordia del Padre y también sentimos su intercesión y bendición sobre nosotros, sobre la Iglesia y sobre todos nuestros hermanos los hombres y mujeres del mundo entero.

Que, llegados a la tarde, podamos nuevamente celebrar la fidelidad y misericordia de nuestro Dios e invocar su bendición y la protección de María nuestra Madre sobre toda la humanidad, especialmente sobre los que más sufren.


domingo, 17 de febrero de 2008

Éste es mi Hijo, el amado, escuchadlo

Señor, Padre Santo, tú que nos has mandado escuchar
a tu Hijo, el predilecto,
alimenta nuestro espíritu con tu palabra;
así, con mirada limpia,
contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro.
Por nuestro Señor Jesucristo...

“El genial principio del P. Vagaggini que dice que las oraciones del Misal son la Palabra de Dios en clave de plegaria, tiene, en este domingo, una brillantísima confirmación. Las tres oraciones reverberan la luz de aquella inmensa claridad del Tabor. Pero, de manera sobresaliente, la colecta” (C. Urtasun).
Esta oración colecta es ante todo una de las oraciones que subraya ya en la invocación inicial la dinámica de toda auténtica oración litúrgica, según lo dispuesto ya en los primeros siglos en el concilio de Cartago (año 380).
La invocación se dirige al Padre
por medio de Jesucristo,
en la presencia y unidad del Espíritu Santo.


Antes de expresar nuestra petición al Padre, recordamos las palabras que “desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, mi predilecto, escuchadlo».
En el texto evangélico se habla sólo “de la voz”, pero ya el versículo antes del evangelio interpreta claramente quién pronuncia aquellas palabras divinas: “En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre: «Éste es mi Hijo, el amado, escuchadlo».
Al Padre Dios, la Iglesia reunida para celebrar el día del Señor, para escuchar su Palabra, para conmemorar el Memorial actualizado de la muerte y resurrección de Jesucristo, le pedimos ante todo el alimento y purificación de su Palabra.
Recordamos la afirmación de Jesús en la última cena con los suyos, cuando les dice: “Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado”.

La palabra de Dios no sólo alimenta nuestra inteligencia, nuestro espíritu, sino que limpia también nuestra mirada, nos purifica, para que “podamos contemplar la gloria de su rostro”.
El “rostro” de Dios, el “rostro” de Jesús. Es la palabra que podíamos decir hace girar en torno a sí la liturgia de este día: la encontramos tres veces en la antífona de entrada de la Misa, en la oración colecta y en el momento culminante de la liturgia de la Palabra. El evangelio, en el que Mateo
describe: “su rostro brillaba como el sol”.

La meditación orante sobre la eucología de este domingo me lleva espontáneamente a la Carta programática del tercer milenio “Novo Milenio Ineunte” firmada y promulgada por el siervo de Dios Juan Pablo II el 6 de enero de 2001. ¡Cuánta insistencia sobre el “Rostro” amado de Cristo crucificado y resucitado!
Y ¡cuánta invitación a saber no sólo contemplar el rostro de Jesús, sino a contemplar su “Rostro” en los muchos “rostros” de la humanidad, especialmente en los que sufren, en los pobres y necesitados!
¿Sería la nostalgia, el deseo de contemplar cara a cara el rostro de la Trinidad santa, el rostro humano-divino de Cristo, de María, el rostro de tantos hermanos y hermanas que habían pasado ya a la Casa del Padre lo que guiaba la pluma del Papa a escribir con acentos casi místicos aquellas expresiones que hoy tenemos como programa de vida?

La liturgia de este día daría para mucho más; pero prefiero quedarme con esta invitación para toda la semana:
- contemplar el rostro de Cristo, en la Eucaristía, en la lectio divina
- contemplarlo con amor servicial sereno en los hermanos y hermanas que encontraré en mi camino de estos siete días
- y, al contemplar, “escuchar” al Hijo amado del Padre.

miércoles, 13 de febrero de 2008

En la escuela de la liturgia

Hemos entrado en la Cuaresma del año 2008, tiempo favorable, de gracia y salvación, camino con Jesús hacia la PASCUA.
Quisiera recorrerla paso a paso, con la Iglesia y en la Iglesia, de mano de su Liturgia.
La Constitución sobre la sagrada Liturgia (=SC) nos dice que el contenido profundo de la liturgia se comprende “a través de los ritos y las oraciones”“bene intelligentes per ritus et preces” – (SC 48), pues a esta escuela quiero ponerme como “discípula” del Divino Maestro, que cada día me ilumina, y alimenta a través de la liturgia de la Iglesia.

Este año he propuesto fijar mi atención orante de manera especial en las “oraciones” de la liturgia eucarística (teniendo en cuenta que la oración colecta de la Eucaristía coincide en este tiempo, lo mismo que en el tiempo de Adviento y de Pascua) con la oración de Laudes y Vísperas y con el Oficio de lectura de la Liturgia de las Horas.
Me detengo, pues, en actitud orante, después de invocar la luz y la gracia del Espíritu, sobre la eucología de la Eucaristía.

El primer domingo de Cuaresma abría nuestro corazón a penetrar en el verdadero contenido de la Cuaresma:
“Al celebrar un año más la santa cuaresma
concédenos, Dios todopoderoso,
avanzar en la
inteligencia del misterio de Cristo
y vivirlo en su plenitud”.
Todo el año litúrgico celebra y desarrolla, nos dice la SC 102, “todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Natividad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor”.

En la Cuaresma, la Iglesia nos invita a convertirnos, acompañando a Jesús en su doloroso y esperanzado camino hacia Jerusalén, hacia la PASCUA, que sellará el cumplimiento de la voluntad salvífica del Padre, de toda la Trinidad santa.
Nos acompañará, además de los dos textos evangélicos de Mateo sobre las tentaciones de Jesús en el primer domingo y de la Transfiguración en el segundo, en este ciclo “A” el evangelio de san Juan y con él haremos el camino de Jesús hacia su Pascua, que será a su vez, su “hora”, la hora de la gran vuelta al Padre (cf. Jn 13,1). Con él queremos subir a Jerusalén, a la Pascua todos nosotros que muchas veces podemos considerarnos “
los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11, 52).
La Cuaresma, con su liturgia, nos acompaña y refuerza en este camino día tras día..

Queremos “avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo”, en el conocimiento cada vez más profundo de Cristo Jesús, centro de la liturgia, centro de toda la vida cristiana.
Su misterio de muerte y resurrección es lo que nos preparamos a celebrar gozosos en el gran Triduo Pascual.
Para ello, las oraciones de los días de la semana irán pidiendo al Padre, día tras día:
“Conviértenos a ti, Dios, Salvador nuestro, ilumínanos con la luz de tu palabra; Señor, mira con amor a tu familia y aviva en su espíritu el deseo de poseerte; mira complacido a tu pueblo que desea entregarse a ti con una vida santa; concédenos la gracia de conocer y practicar siempre el bien, y.... haz que vivamos siempre según tu voluntad; que tu pueblo, Señor, se entregue a las penitencias cuaresmales y que nuestra austeridad comunitaria sirva para la renovación espiritual de tus fieles; Dios, padre eterno, vuelve hacia ti nuestros corazones, para que, consagrados a tu servicio, no busquemos sino a ti, lo único necesario, y nos entreguemos a la práctica de las obras de misericordia”.
El Misterio de Cristo es la realización del proyecto salvífico de Dios Padre, realizado por el Misterio Pascual de su Hijo Cristo Jesús, impulsado y guiado siempre por el Espíritu. Con otras palabras, lo llamamos: la historia de la salvación, que tiene su origen en el amor de Dios que “
tanto amó al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).

Queremos no sólo crecer en la inteligencia del Misterio de Cristo, es decir, no pensamos sólo en un trabajo de nuestra mente, de nuestra inteligencia, queremos llegar, con la fuerza del Espíritu, a vivirlo en su plenitud. Para esta plenitud nos prepara la Cuaresma, invitándonos a una “penitencia-oración-ayuno” no sólo materiales, sino de todo nuestro ser.
Me parece especialmente significativa y quiero orarla en el espíritu de la Iglesia que nos la ha regalado en este primer lunes de Cuaresma, la oración después de la Comunión:
Concédenos experimentar, Señor, Dios nuestro,
al recibir tu eucaristía,
alivio para el alma y para el cuerpo;
y así,
restaurada en Cristo la integridad de la persona,
podremos gloriarnos de la plenitud de la tu salvación”.
Me parece tan elocuente esta llamada a la integridad, a la unidad del ser, de todo el ser en la vivencia del Misterio de Cristo, para que lleguemos de esta forma a la “plenitud” de la vivencia del Misterio de Cristo, la plenitud pascual de la salvación.

martes, 12 de febrero de 2008

Por qué este blog

Desde hace años, le vengo dando vueltas al tema de la relación entre “Liturgia” y “comunicación”. Hasta quise hacer de este tema mi tesina en San Anselmo. No fue así, porque el tema de la teología litúrgica de la adoración eucarística dentro y fuera de la Misa me pudo. Y doy gracias a Dios por haber podido profundizar en algo que constituye el carisma fundamental de la Congregación de las Pías Discípulas del Divino Maestro de la que soy miembro ya “veterano”, por la misericordia del Señor.
¿A qué viene todo esto? Pues a no olvidar que, junto con el carisma eucarístico-sacerdotal, las Discípulas tenemos el carisma del amor a la liturgia, y pertenecemos a la Familia Paulina, toda ella comprometida, de una u otra forma, a transmitir la Palabra de Dios, el mensaje de la salvación, a través de la “comunicación”.
El Fundador nos invitaba a “leer atentamente” la liturgia, “que es el Libro del Espíritu Santo”. Así la definía él, el beato Santiago Alberione, un amante de la liturgia de la Iglesia, diría, a más no po
der.
Todo esto me motiva a escribir también en la red. Lo quiero hacer casi por una razón egoísta y personal: para comprometerme a meditar cada domingo en particular las oraciones de la liturgia: Eucaristía, Liturgia de las Horas.
La pequeña experiencia de esfuerzo en esta meditación orante me enseña que de veras, como lo subrayaba el padre Cornelio Urtasun en el mismo título de sus apreciados libros:
“Las oraciones del Misal, escuela de espiritualidad de la Iglesia”.
En el año 1995, en la dedicatoria de su primer libro, me escribía:
“Aquel proyecto del que vine a hablarle, ya es una realidad y yo tengo el gusto de ponerlo en sus manos.¡Ojalá le sea grata y provechosa su lectura”!
Y sí que lo es; y ciertamente lo será a cuantos se acerquen a él para beber de las ricas aguas de las oraciones litúrgicas el “genuino espíritu cristiano”.

Al haber recordado a Don Cornelio Urtasun, no puedo menos de referir unas palabras del “Prólogo” del libro, firmado nada menos que por el P. Adalbert Franquesa OSB. Ambos, celebrarán la liturgia del cielo sin velos ni “signos sensibles”, sino en la plenitud del Misterio de Cristo y de la salvación.
Escribió el p. Franquesa a propósito del libro de Urtasun y del mismo autor:
“Desde muchos años atrás, una frase lapidaria de un gran teólogo liturgista le impactó tan profundamente que no le ha dejado en paz, hasta que ha intentado llevarla a la práctica. Afirmaba, en efecto, el P. Cipriano Vagaggini OSB, que “las oraciones del Misal son la Palabra de Dios en clave de plegaria”.

La presentación ha sido demasiado larga, pero explica más que suficientemente lo que me mueve a escribir, desde mi sencillez y limitaciones, pero también desde un profundo amor a la liturgia de la Iglesia. Amor que deseo no guardar como un “tesoro secreto y privado”, sino compartir y pedir que la Liturgia llegue a ser, para todo creyente, la “cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC 10).

lunes, 11 de febrero de 2008

... Yo pasé junto a ti y te vi...

Elijo el día 10 de febrero, fiesta de Santa Escolástica, para dar inicio a este blog dedicado a la Liturgia, porque es un día especialmente significativo para mí y para todas las Pías Discípulas del mundo. Hoy hace 84 años que nacía nuestra congregación en la Iglesia, de la mano del fundador, el Beato Santiago Alberione. Y deseo comenzar rememorando una serie de textos bíblicos que me han marcado y me siguen marcando en mi vida creyente como discípula del Divino Maestro.


Quiero ver mi vida de discípula del Maestro Jesús jalonada y marcada por la Palabra de Dios y por la liturgia.

Durante un curso de Ejercicios del año 1982 en la adoración leí y oré con el cap. 16 de Ezequiel. Ya sé que las palabras de la Escritura hay que leerlas siempre en su contexto. Pero para mí, el contexto no me ‘tocó’ tan profundamente. Me resonó esa palabra repetida varias veces a lo largo del capítulo.
Una ‘palabra’ que me hizo repasar ante el Señor mi historia personal como una verdadera historia de salvación, siempre movida bajo la mirada del Padre-Madre Dios. Una mirada que sentí, creo, viva desde la niñez en la forma que una niña puede percibir los misterios de la vida.
Con mucha frecuencia en el evangelio, se insiste en las “miradas de Jesús”. Me resulta especialmente significativo el texto de Lucas 13,10-17, la curación de la mujer encorvada, que desde hacía 18 años no podía mirar al cielo.
Lucas resalta la primera actitud de Jesús hacia ella: “la vio”. Acto seguido, la llama, le impone las manos y le dice la palabra liberadora: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”.
Pues, cada vez que me encuentro ante este gesto de Jesús Maestro, en mi interior resuena con profundidad aquella palabra: “Yo pasé junto a ti y te vi”.
Siento que ha sido y sigue siendo una mirada – aunque muchas veces yo esté distraída y no me acuerde – de ternura, de misericordia, de predilección. Una mirada que estoy segura no inició con el momento de mi nacimiento, sino ya con la concepción en el seno de mi madre: la mirada de mamá tenía, creo, las características de la mirada infinitamente más cercana y tierna del Señor.
Nunca he sentido la mirada de Dios como la de un guardia, de un juez; no sé, no me parecía ni me parece eso posible, aunque sé que Dios es justo, pero es justo en su misericordia y amor entrañable.
La ‘palabra’ se concretaba algo más en el texto del profeta Ezequiel:
“...Yo pasé y te vi, hice alianza contigo y tú fuiste mía”.
Ante esa ‘palabra’ me quedé y me quedo en varios momentos; siento que él me ha elegido porque sí, por pura gratuidad. Desde mi adolescencia me condujo, a través de las circunstancias, “cabe sí”, como diría nuestra Santa de Ávila.
Y, aunque yo quise seguirle, aunque no entendía ni cómo ni bien dónde, él me fue preparando el corazón, la inteligencia para ir comprendiendo poco a poco qué significaba esta vida en la que me sentía a gusto, sus compromisos, las posibles dificultades...
Bueno, una cosa tengo clara: el Señor me eligió porque me amaba y nada más. Y sé que así como no me falló en ningún momento de estos ya bien largos años, a pesar de mis baches, y fragilidad, hoy como ayer y hasta el final de los días, estoy convencida que me repite, con la palabra y en la realidad misteriosa y sacramental de su presencia:
“Yo pasé – Yo paso – junto a ti y tú fuiste – eres – mía”.
¿Qué hacer? Misericordia, Señor, por no haber respondido siempre con amor fiel a tus llamadas, pero sobre todo:
“Mi alma glorifica al Señor mi Dios, gózase mi espíritu en Dios mi Salvador.... ¡Aleluya!